NACE EN PARÍS (1932).

TRAYECTORIA: PROPIETARIA DEL ANTIGUO MONASTERIO DE SAN JERÓNIMO, SE AFANA EN CONSERVAR ESTA JOYA ARQUITECTÓNICA.

Esta tarde de domingo, rompiendo la tranquila rutina que reina en sus estancias, casi como cuando las habitaban los monjes, el Real Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso abrirá sus nobles puertas a una escogida concurrencia para celebrar un hecho memorable: el centenario de la adquisición del mismo, en completa ruina 77 años después de la desamortización de Mendizábal, por parte de José María López de Carrizosa y Garvey, marqués del Mérito. Este, animado siempre por su esposa, la cordobesa Carmen Martel, hija de los condes de Torres Cabrera, emprendió una entusiasta restauración que no parece tener fin.

Hoy la continúa, con la misma entrega que sus abuelos, Victoria Elena López de Carrizosa y Patiño, una mujer fuerte a pesar de su frágil apariencia que vive con el corazón dividido entre Bruselas, donde reside con su esposo, y este paraje privilegiado que se eleva sobre Medina Azahara en el horizonte. Aquí, en el viejo monasterio, convertido en casa señorial sin perder sus raíces conventuales ni en la decoración, suele pasar las primaveras y los otoños esta dama de aristocrática sencillez que nos recibía días atrás a la caída de la tarde, cuando más tranquila se siente en esta isla de sosiego.

La IV marquesa del Mérito, señora de un lugar --paradojas de la historia-- al que estaba tan prohibido el acceso de las mujeres que solo se consintió la entrada a Isabel la Católica, nos espera en la antigua sala Impace, la misma que desde 1408 a 1835 acogió el reposo de los jerónimos y ahora es un grandioso salón con calor de hogar. Allí, entre imponentes tapices emparentados con la casa del Gran Capitán y recuerdos familiares, aguarda nuestra llegada --un poco temerosa de la grabadora--, doña Victoria Elena junto a su marido, el conde du Chastel de la Howarderie, un alto y amable caballero de los que saludan a las señoras besándoles la mano. Nos acompañará también en la entrevista su hija Marie Helene, así como José Barasona, administrador de la casa, y su esposa. Un público entregado a las palabras de la dama, de casi siempre breves pero elocuentes respuestas con mucho sentido del humor.

--¿Esperan a muchas personas para la conmemoración del centenario?

--No, casi todas vienen de Córdoba, donde tengo mucha familia y amigos. Hemos invitado a algunas personas más, confiamos en que pueda venir el alcalde, que ya ha estado aquí un par de veces. Va a ser una cosa tranquila, una misa en la iglesia que oficiará nuestro gran amigo don Manuel Rodríguez Rivilla y una copa. Se podrá visitar el refectorio, la sala capitular, el patio blanco del cervatillo y el claustro (se refiere al magnífico claustro gótico en el que poco antes se ha prestado a posar para las fotos). Hace unos años me di cuenta de que este sitio se había comprado en 1912, año en que mis abuelos empezaron la restauración. Había que hacer algo, ¿no?

--El acto se une a la reciente publicación de un libro de Manuel Nieto Cumplido, canónigo archivero de la Catedral, sobre San Jerónimo de Valparaíso, que subtitula 'Joya escondida de la Sierra de Córdoba'.

--Estamos de moda parece. Está muy bien hecho el libro. Está teniendo muchísimo éxito, se está vendiendo muy bien --responde la marquesa con una ancha sonrisa, a pesar de que estos días dice encontrarse "un poco floja" por la anemia que sufre--. Don Manuel ha venido muchas veces, le prestamos libros y fotos. Yo he leído lo de en medio, que es la vida de los frailes, lo que hacían, los ocho o diez huevos que comían al día...

--¿No la ponen nerviosa los preparativos de la celebración?

--No, porque he estado malucha y no me he podido ocupar de nada. No hay nada mejor. Cuando me casé cogí una gripe asiática 15 días antes y no pude encargarme de nada. Ni de los pajes, ni de la iglesia... de nada. Estos días me estoy acordando de aquello porque me ha pasado lo mismo.

--¿Les ha supuesto la fiesta modificar su calendario de estancias en Córdoba?

--No, porque por estas fechas solemos estar aquí. Se pensó en septiembre, que es un mes muy bonito, y en el 30 porque es el día de San Jerónimo. A Córdoba solemos venir más o menos cuando la Feria hasta que aprieta el calor a fines de junio, antiguamente también en verano, pero ya no. Y después en septiembre y octubre, porque en invierno hace muchísimo frío y mucha humedad.

--¿Siempre la acompaña su marido?

--Sí, sí, sí, a él le encanta esto. Y a mis hijos, que vienen cuando pueden. Esta es mi hija mayor --señala a Marie Helene, que la escucha mientras ofrece aperitivos a los presentes--, mañana vienen dos chicos y una de mis nueras y el resto de la familia llegará el fin de semana. Son siete nietos y el octavo que está en camino. Hemos tenido cinco hijos, pero perdimos a la pequeña, Sophie.

--Debió de ser tremendo.

--Fue muy duro. Un accidente en Bélgica, hace 20 años ya.

--Tengo entendido que tiene fijada su residencia en Bruselas desde que se casó en 1957, ¿no?

--Sí, mi marido es belga. Vivimos entre la capital y el campo, a una hora de Bruselas. Allí hemos tenido un verano horrible, no ha parado de llover.

Por eso le gusta tanto a la marquesa del Mérito venir a Córdoba en épocas de clima bonancible. Bueno, por eso y porque en este remanso de paz donde hasta los trinos de los pájaros suenan a cántico espiritual a Victoria Elena López de Carrizosa --llamada Ina por los más íntimos-- le sale al encuentro su pasado, que es tanto como decir parte de la historia de Córdoba. "San Jerónimo me ha encantado siempre, sí --dice en su español de acento francés--. Toda la familia siente afecto por el monasterio".

"Desde que me casé con una española, siguiendo la tradición que une los Países Bajos con España --apunta el conde du Chastel de la Howarderie rubricando las palabras de su esposa-- me he sentido fascinado por el lugar, y hemos trabajado mucho. Al final de mi vida, es una satisfacción pensar que dejamos un sitio tan importante en perfecto estado".

--Doña Victoria, ¿el hecho de que naciera en París fue por azar, o por razones familiares?

--Nací en París porque los padres de mi madre eran ministros de Bolivia en esa ciudad.

--¿Eran embajadores?

--No, en esa época los países chicos tenían ministros. Ahora son todos embajadores.

--Veo por las fotografías que conserva (algunas dispuestas sobre un tapete aterciopelado que cubre un piano) que su madre era una auténtica belleza.

--Era muy guapa, monísima. Murió con 39 años. Yo, que soy hija única, tenía menos de ocho años. Y papá también murió joven, con 68 años. Recuerdo de mi madre que leía mucho, y le gustaba bailar. Y papá era un cordobés muy aficionado a la montería y a la aviación, tuvo una avioneta ahí abajo y le encantaba pilotar de Madrid aquí y de aquí a Sevilla. Era muy fácil, no había tráfico aéreo.

--He leído que su padre sentía afición por la botánica.

--Sí, trajo muchas plantas de otros países. Porque se volvió a casar; mi madrastra era cubana y él trajo muchas cosas de Cuba. Trajo los platanitos, los aguacates, que en esa época no los había en Córdoba...

--Su padre debió de ser todo un personaje en su época.

--Era muy simpático, encantador.

--¿Tenía relación con la ciudad?

--Tenía muchos primos, porque aunque su padre era jerezano tenía más roce con su familia cordobesa. Y de niño había vivido en Córdoba, en la casa de los Torres Cabrera, que eran sus abuelos maternos.

--Supongo que se refiere al palacio de los condes que acabaron dando nombre a la calle donde se alza el edificio, luego propiedad de los Cruz-Conde. ¿Lo conoció usted?

--Sí, pero ya viviendo en él los Cruz-Conde. Mantenemos buenísimos contactos con ellos.

La infancia y juventud de esta señora alegre y de mirada incisiva transcurrieron en un ir y venir de un sitio a otro, aunque asegura no recordar demasiados detalles. "Siempre he prometido a los chicos hacer algunos apuntes --comenta mientras bebe sorbitos de Coca-cola para endulzar el mal trago de un cuestionario que contesta con tanta cortesía como cansancio--. Durante la Guerra Civil estuve en Jerez, después enfermó mi madre y al empezar la Segunda Guerra Mundial me mandaron a EEUU, donde estaban mis abuelos. Fue bastante complicado, muchos colegios distintos".

--Ha tenido usted una vida muy cosmopolita.

--Movida, pero fue agradable, tengo amigos por todos lados.

--¿Y venía mucho a Córdoba?

--Sí, pero bajaba poco a la ciudad, solía venir con una amiga o una prima y nos quedábamos jugando por aquí. Tengo recuerdos un poco vagos. Fue después de casada cuando he estado aquí mucho más. Mi marido y yo hemos disfrutado desde los años sesenta más de esta casa que mis abuelos y mis padres.

--Me han dicho que son dignos de verse sus libros de visitas, que han pasado por aquí desde reyes a científicos o artistas. ¿Los recuerda?

--Sí, eso sí, en tiempos de los frailes estuvieron Isabel la Católica, Felipe II y Felipe IV; no había hoteles y en los monasterios era donde se estaba mejor. No sabemos bien dónde se alojaban, pero a un dormitorio le hemos puesto el cuarto de los Reyes Católicos, a otro el de Felipe II...

--¿Y qué impresión le causa habitar las estancias donde estuvieron ellos?

--Fantasmas no hay --ríe--. Es una casa alegre. Luego la ha visitado mucha gente interesante, Fleming, Hemingway, músicos, to

reros... Manolete estuvo el año en que murió, en el 47, fue quizá quien más impresión me causó. Pero lo más divertido eran todos los reyes árabes. Venían a Córdoba en visita oficial, por la mañana los llevaban a la Mezquita y por la tarde ya no sabían qué hacer con ellos y los traían aquí.

--¿Y a Medina Azahara, que está al lado, no los llevaban?

--Medina Azahara no existía, estaba bajo tierra. Recuerdo cuando mi marido vino, antes de casarnos, que allí no había más que un hombrecito tratando de encajar los pedacitos. Ahora hemos visitado el nuevo centro de recepción, han hecho en él una obra espléndida. También hicimos en junio la visita nocturna a la Mezquita y es magnífica.

--Se dice que los monjes levantaron este monasterio acarreando piedras de Medina Azahara. ¿Es cierto?

--Sí, y también del acueducto de Valdepuentes según cuentan. Entre la construcción y la destrucción por los piratas, Medina Azahara duró poquísimo. Habrá visto al pasar por el patio blanco la réplica del cervatillo que encontraron enterrado los frailes. Estuvo aquí hasta su exclaustración. Se lo llevaron al Museo Arqueológico.

La noche ha caído, y por los ventanales emplomados se cuelan las luces de la ciudad, tan cerca y tan lejos. Todo es paz en esta gran sala Impace. Entre mullidos sofás de terciopelo verde, reposteros hallados por la abuela de la marquesa en un convento del Norte y luego restaurados en la Real Fábrica de Tapices y cuadros marianos de origen cuzqueño, el tiempo parece tan detenido como el gato de escayola a tamaño natural que, haciendo alarde de sentido del humor, los marqueses colocaron bajo una recia mesa auxiliar quizá para gastar una pequeña broma a los deslumbrados visitantes.

--Toda la restauración del monasterio la han llevado a cabo durante un siglo a expensas de la familia, sin ayuda oficial. ¿Nunca la han pedido?

--No, aunque una vez sí la tuvimos. Nos ayudaron a levantar parte de una tapia del patio de la iglesia, que se cayó. Había llovido, se movió la tierra y vino rodando de la montaña una piedra muy grande que golpeó el muro y a los tres días se cayó. No pedimos ayuda pero acudió Bellas Artes, discutieron mucho y tardaron mucho --vuelve a reír con su risa abierta--, pero al final lo hicieron. Fue en 1975.

--Y seis años después el antiguo monasterio fue declarado Bien de Interés Cultural (BIC). ¿Qué les pareció tal distinción?

--Papá nunca quiso que lo fuera. Decía que eso supondría pedir permiso para mover lo que sea, pero en el fondo nos han dejado arreglarlo lo mejorcito posible.

--O sea, que no han ayudado pero tampoco han estorbado.

--No, es verdad; aunque es un poco pesado el proceso para obtener las autorizaciones.

--La declaración de Bien de Interés Cultural llevaba implícito cierto régimen de visitas públicas, ¿no es así?

--Sí, son cuatro días al mes. Aquí ha venido muchísima gente, pero desordenadamente, no los lunes o los jueves.

--Parece que el problema es el mal estado de la carretera...

--No solo la carretera, la organización. Abrimos las puertas pero tienen que hacer lo demás. Cómo subir a la gente, la seguridad, encontrar un guía... Son muchas cosas.

Tanto a la marquesa como a su esposo, que escucha la conversación en silencio, como ciudadanos del mundo que son les gusta estar informados de lo que en él sucede. "Nos suben tres periódicos todos los días --dice doña Victoria--, el Herald Tribune , Le Monde y el CÓRDOBA".

--¿Y bajan mucho a la ciudad?

--Nos gustan los toros, solemos ir a las corridas, aunque hay pocas. Y estuvimos también en el tenis cuando la Copa Davis.

--¿Qué otras aficiones tiene?

--Me gusta la música clásica, la ópera y leer.

--¿Se siente el marquesado del Mérito vinculado a Córdoba?

--Históricamente no, porque era de Jerez. No sé de dónde viene lo de Mérito, que no es un sitio. El título se lo otorgó Isabel II a mi bisabuelo, y me sigo preguntando --comenta muerta de risa-- qué mérito habría tenido para obtenerlo. Tendría que haber preguntado a alguien de la familia de los que ya se fueron.

--Su árbol genealógico no tendrá raíces en Córdoba, pero han luchado por la conservación de su patrimonio artístico como el que más. ¿Se sienten correspondidos por la ciudad?

--(Una nueva risa elocuente, acompañada de cierto encogimiento de hombros, precede a la respuesta). En el fondo estamos alejados. Hay gente que piensa que esto es aún una ruina y que aquí no vive nadie. No hacemos gran esfuerzo ni los unos ni los otros.

--¿Le gustaría sentirse más vinculada a la ciudad?

--Yo creo que estamos bien así. Es que ahora estamos tranquilos, pero hay veces que esto está lleno de amigos. Aunque nunca se dice que no a quien nos pide conocer el monasterio.