Cuando el confinamiento acabó, algunas personas se tuvieron que quedar en casa. Ya empezaban las calles a rebosar de nuevo de vida, a sufrir ruidos de motos, a balones embarcados en copas de árboles, a charlitas al fresco de las primeras noches de los primeros días del verano. Pero, aun así, algunas personas se tuvieron que quedar en casa. Hubo otras que incluso decidieron mudarse, y no es que se hubieran dado cuenta de que querían otras comodidades tras haber estado encerradas en casa durante días, sino que no tenían más opciones. El ascensor, un elemento que ya forma parte de la vida diaria de miles y miles de personas que se echan las manos a la cabeza si algún día no funciona, es el objeto del deseo en muchos bloques. Sobre todo en aquellos que llenaron las ciudades a partir de los años 50, que se empezaron a cubrir de todos esos ruidos cotidianos, menos el que hace el sonido del ascensor cuando lo llamas para llenarlo de bolsas del supermercado.

Esta historia se la conocen en Córdoba de sobra, y el barrio del Santuario tiene todavía más sabiduría en eso de tener que subir las bolsas de la compra a peso, escalón a escalón. Delfina es una de las vecinas de los pasajes que dan a Virgen del Mar y que observa desde un tacataca cómo los operarios trabajan en un hueco aún vacío de cabinas y cables. Lleva más de un año viviendo fuera de su casa ante la imposibilidad de subir los escalones que llevan hasta su planta, la primera. Durante la visita de Casanueva a las obras de instalación del ascensor comentó que ahora mismo está viviendo en el campo porque tiene varios problemas de huesos, sobre todo en las piernas. «El día que lo pongan [el ascensor] me voy a emborrachar», comentaba animada (pero sin visos de broma) Delfina, que espera además que los obreros se metan prisa para poder tener terminado el ascensor cuanto antes.

Rafael también vive en la primera planta del mismo edificio. Es vecino de Delfina, pero él se ha quedado en el bloque. Eso no quiere decir que no tenga problemas. Con más de 80 años, si quiere salir a la calle tiene que ser ayudado por su hijo, de lo contrario, es imposible. El ascensor, reconoció Rafael, «me hace falta como el comer» y entiende que la instalación del mismo «se debería haber hecho antes».