Salió de Córdoba con destino a una parcela en el campo el día de su cumpleaños, el 15 de marzo, justo cuando sonaban las campanas del estado de alarma y el confinamiento y volvió a finales de ese mes. «Me fui con mi padre a una parcela de mi hermano para protegerlo a él, que está mayor y enfermo, de posibles contagios pensando que aquello no se alargaría mucho y mira cómo seguimos», explica. Recuerda el confinamiento como una experiencia angustiosa que no quisiera repetir. «Yo pienso en que me tengo que confinar otra vez y me pongo mala», señala, «los días que estuvimos en la Sierra fueron llevaderos, podía salir a pasear por el campo, respirar al aire libre, hacer fotos, eso me despejaba un poco la mente pese a lo extraño de la situación mientras la gente me decía que estaba encerrada en casa».

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Cuando Blanca (nombre ficiticio), que sufre trastorno bipolar y límite de personalidad, regresó de allí y tuvo que encerrarse en un piso con su hermana, sin posibilidad de salir más que a pasear el perro, la cosa empeoró. «Intentaba llevar una rutina y me obligaba a subir escaleras para hacer ejercicio todos los días, pero en esas me caí y me rompí un dedo así que...», recuerda, «cada mañana me despertaba con la misma idea ‘día nuevo, infierno nuevo’, todos los días eran iguales, encerrada, y me sentía enjaulada».

Según comenta, ha sufrido muchos bajones en este tiempo. Los médicos de la Seguridad Social la llamaban para saber cómo estaba y desde entonces, me han cambiado el tratamiento y me han subido la dosis de ansiolíticos y de antidepresivos. El fin del estado de alarma y la desescalada le dio un respiro. «En verano, estuvimos en la casa y aunque no he podido ir a ningún sitio fuera de Córdoba por miedo a que pudiera traerme el bicho conmigo y contagiarlo a mi padre, he estado un poco mejor», comenta, «cuando estás mal, si te encierran en un sitio lo pasas mucho peor, sientes más angustia y te vienes abajo». Ahora su rutina «es poca cosa», comenta, «salgo a andar con mi perra, cuando puedo voy a hacer compras, veo muchas series y películas, miro cosas en internet y en las redes sociales y leo, poco más». Cada noche, asegura, «me acuesto temprano, siempre estoy deseando que llegue la hora de tomarme la pastilla y dormir, pero luego es un horror porque me despierto muy pronto».

Despertarse pronto no es plato de buen gusto tampoco en sus circunstancias. «Si te despiertas tan temprano, el día se te hace muy largo y como ahora no puedo quedar con nadie porque tengo mucho miedo a que mi padre se contagie, me desespero viendo que las horas pasan tan despacio». También le afecta «no poder dar besos y abrazos porque yo soy una persona muy cariñosa y eso es algo que no llevo muy bien».

Respecto a la atención en Salud Mental, explica que necesita más contacto presencial con los médicos y más actividades. «Desde que empezó la pandemia, solo hay consultas más espaciadas que antes», recuerda, «si antes tenía una cada dos semanas, ahora es cada mes». Su caso es seguido en la unidad de Los Morales, donde recibía terapia y participaba en talleres que ahora están suspendidos. «Antes me iba a la biblioteca del hospital y me quedaba allí las horas muertas, ahora solo voy a la consulta, entro sola, sin acompañante, y me voy». Las terapias familiares, a las que acudía con su hermana también se han cancelado. «Todo eso era una válvula de escape para mí cuando me siento peor, tenía mi rutina de salidas y eso me hacía bien», comenta, «ojalá se retomen pronto».