No tosas. Ni se te ocurra. Si no puedes evitarlo es que no deberías estar aquí, en plena calle, en una mañana de domingo cordobésmañana de domingo en la que gobierna el silencio. Y esas toses. Un tímido carraspeo puede hacer que uno reciba miradas reprobatorias que harían palidecer a los espíritus más bragados. "¡Que hay personas mayores delante, hombre!", espeta una señora de edad -su recriminación, obviamente, era también una medida de protección hacia sí misma- a un hombre de unos cuarenta que se acercaba a un cajero automático en Ronda de los Tejares. Ni siquiera había tosido. Fue un simple gesto, quizá un tic producto de la psicosis del momento, pero suficiente para hacer saltar el resorte del miedo. No hay sistema de activación más potente para la gente en el primer día del estado de alarma en España por una crisis sanitaria sin precedentes. Un festivo sin fiesta. El primer domingo de coronavirus.

El mundo al revés

"¿Qué quieres que haga, hijo?", contesta Luis, 88 años de calendario, cuando le preguntan por qué está en la calle. "Mira a todos esos", añade el buen señor, trajeado -de domingo-, mientras señala a varios hombres y mujeres -solos, y ellas muy arregladas- que pasean por Cruz Conde. Todos más o menos de su quinta. El mundo vuelto del revés. Las hordas de chavales relatando entre risotadas sus andanzas de la noche anterior y postureando en las cafeterías dejaron paso a un escenario de apología de la senectud. Los jóvenes, en casa. La calle, para los abuelos. La crisis del coronavirus elevó la edad media de las personas que salieron por el centro hasta casi rozar cifras de jubilación en los barrios del centro. Es el segmento de la población que más riesgo corre. "Ya lo sé, hijo, pero ¿qué quieres que haga?", insiste. "¿Quedarse en casa?", le digo. Se ríe de un modo enigmático y entrañable. Y sigue su camino.

Al perro lo saco yo

Que hay perros que van a salir más que algunos adolescentes en las próximas semanas es ya una cuestión asumida. Cuando sacar a la mascota a hacer sus necesidades es casi la única oferta de vida social -seguida muy de cerca por llevar la basura a los contenedores-, lo que podía ser un engorro se transforma en un plan seductor. Llevar un perro al lado es un salvoconducto.

Un hombre pasea a su perro por las calles del centro. FRANCISCO GONZÁLEZ.

"Estoy pensando en alquilar al perro para paseos de quince minutos", le suelta un joven -de los 40 no bajaba- a otro con tono de sorna, aunque dejando entrever con una sonrisilla cómplice que ahí hay "plan de negocio". Ya saben aquello de que en cada crisis hay una oportunidad.

En el bus: cada uno en su sitio

Un autobús es un termómetro sociológico. En él hay choques generacionales, debates sobre nimiedades o asuntos de enjundia que retratan el pulso del país, además de relaciones personales variopintas. Desde ahora, de eso habrá poco. En uno de los vehículos que salió de la parada de Fidiana solo se subió un usuario. El conductor se frotó las manos con gel hidroalcohólico y emprendió la ruta. ¿Todo normal? "No sabemos cómo va a acabar esto", dice. A mediados del trayecto, tras un par de paradas sin clientela, entra una mujer de mediana edad que dice muy alto "buenos días" y se coloca en la otra punta del bus. Mira el asiento y parece dudar entre sentarse o ir de pie. Porque esa es otra: a ver quién toca las barras o las asas del techo.

Desde este lunes, los autobuses de Aucorsa tendrán un protocolo especial un protocolo especialpara preservar la salud de los usuarios. Entre ellas está la obligatoriedad de pagar con tarjeta de bus y no usar el dinero en efectivo. En el gremio de los conductores -cuyas funciones se han multiplicado más allá de llevar el volante- hay resquemor por el riesgo. "Yo me voy de días libres y espero que cuando vuelva todo esto haya pasado", dice uno a un compañero que, resignado, le replica con un clásico de estos días extraños: "A ver qué pasa".

Va de contrastes

En la plaza del Alpargate, una tropa de personas sin hogar se arremolina a la espera de recibir alimentos de Cáritas y alguna respuesta por parte del Ayuntamiento sobre su recomendación de quedarse en casa. Ellos no tienen ninguna. Están fuera de sitio, como Tom Hanks en La Terminal, encallado en un aeropuerto con billete hacia un país que no existe. A unos metros de esa convención de sintecho, simplemente cruzando un semáforo, se ve a un mundo de señoras comprando el pan y relatando casos de coronavirus reales o ficticios, explicando al detalle que con una barra y dos teleras tienen suficiente para no salir en todo el día. "Aunque lo de los caracoles sigue abierto, ¿no?", deja caer una.

Un hombre sin hogar, en la plaza del Alpargate. FRANCISCO GONZÁLEZ

Los bares y pubs de la Avenida Barcelona, habitualmente repletos de jóvenes los fines de semana, están cerrados. "Tenemos seis empleados, ¿qué les digo yo ahora?", lamenta uno de los encargados mientras carga género en una furgoneta. "No hay nada que vender", musita. Como banda sonora resuena desde un balcón el himno nacional.