Pudo quedarse en su cómodo puesto de funcionario, pero eligió el compromiso político y social. Y así, mientras ayudaba a crear colectivos que pusieron en marcha el engranaje de libertades en la Córdoba que se desperezaba tras un largo sueño, Antonio Zurita, que le cogió pronto el gusto a la vida pública, se zambulló en la política desoyendo los viejos consejos de su madre, cuando le recomendaba que no se significase. Pudo entrar por la puerta grande, como primer alcalde democrático, pero las urnas quisieron que tal honor recayera sobre Julio Anguita, y Zurita se tuvo que conformar con sustituirle en sus ausencias. Otros han brillado más que él, pero se siente en paz consigo mismo. Y ahora lo cuenta en sus memorias.