Todos los miembros del grupo Cántico han colocado Córdoba en el centro de su mundo, mostrándole un amor que ha resistido años y modas. "Es que eso es otra cosa --puntualiza José de Miguel--. Córdoba, callada y sola, como ciudad era y es bellísima, aunque se la están cargando. Publiqué un artículo en el que denunciaba que en Córdoba se han cargado más de cien palacetes, casas solariegas que son las que dan el tono a una ciudad. Hoy Córdoba está llena de bloqueríos , bloques modernos sin personalidad. A los adosados yo los llamo acosados. Me parece muy bien todo lo moderno, pero unos metros más allá del casco histórico".

--Casi todos los componentes del grupo Cántico comparten el sentimiento manriqueño del ´ubi sunt´, de que cualquier tiempo pasado fue mejor. ¿Usted también?

--Bueno, cualquier tiempo pasado no fue mejor, lo que pasa es que la perspectiva lo cubre de cierta benevolencia. Yo me hice muy amigo de los de Cántico a través de Julio Aumente, que había sido compañero mío cuando estudiábamos Derecho y él, que pertenecía al grupo, me los presentó. Bueno, pues cuando se cerró la revista, todas las tardinoches nos íbamos por los barrios de tabernas porque no había otra distracción. Recorríamos Santa Marina, San Lorenzo, San Andrés. En algún poema llamo a las tabernas "aulas vínicas". Algunos taberneros tenían fama de antipáticos, de ser fríos y ajenos a todo. En el mostrador convivían un conde con un patán tomándose cada uno su copa de vino en silencio. Eso que en Córdoba llaman senequismo es no hablar nada.

--Como en misa. Pero a ustedes, con su juventud, vitalismo y rebeldía, no me los imagino callados en aquellos templos de silencio.

--No, nosotros qué va. Entonces en las tabernas no podían entrar ni las mujeres ni los curas y para eso estaba la piquera en un lateral, que la ponían muy bajita para que no se viera la cara de las personas. Tú ponías allí la peseta y el camarero el medio, sin que se supiera quién lo estaba pidiendo ni quién sirviéndolo. A la taberna que más íbamos era a la de Minguitos, en San Lorenzo. Allí tenemos varias fotografías hechas.

--¿Fue su proximidad a los de Cántico lo que le hizo ser poeta o lo hubiera sido de cualquier modo?

--No, ya escribía pequeños poemas desde que estaba en el colegio, que era el de Cultura Española, de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, que estaba junto a las Esclavas. Pero yo es que era un tímido; ya no tanto. Lo primero que publiqué fue un poema que me vio Julio Aumente un día que estábamos en el Círculo de la Amistad; me lo pidió y lo mandó a una revista malagueña. En Cántico nunca publiqué. ¿Y sabes por qué publiqué mi primer libro? Porque un editor de Barcelona había leído alguna cosa mía, le gustó, y me escribió pidiéndome que le mandara más para publicármelas. Luego me hicieron una buena crítica y me sorprendió.

--¿Y qué le decían de sus versos sus amigos poetas?

--Me animaban, claro. Pero ya digo que yo era muy cortito, y poco hablador. He sido una persona muy para adentro.