LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO CORDOBA, 1922.

TRAYECTORIA ESTUDIO DERECHO AUNQUE LO HA EJERCIDO POCO. LO SUYO HA SIDO LA POESIA Y LA AMISTAD, Y AMBAS COSAS LO VINCULARON AL GRUPO CANTICO, CON CUYOS SUPERVIVIENTES COMPARTE RECUERDOS Y AMOR POR LA VIDA.

Escribe, dice, desde siempre, pero esperó a cumplir los 60 para publicar su primer libro. Y eso que, según los especialistas, este octogenario bajito, bienhumorado y con cara de niño travieso es un poeta grande, de pulcro verso atravesado de latines y arabescos y con una soltura métrica y sentido del ritmo que para sí los quisieran muchos vates consagrados. Sin embargo, como Bartleby el escribiente, aquel personaje desidioso creado por Melville que a todo respondía "preferiría no hacerlo", José de Miguel confiesa que no ha tenido en su vida prisa por hacer nada salvo por vivir. Pero eso sí, bebiéndose la vida a tragos largos siempre que se le ha presentado la ocasión. Cercano a Cántico tanto por amistad como por gustos literarios y, de hecho, considerado por algunos poeta rezagado del grupo, puede decirse que José de Miguel, un señor muy cordobés y muy sentimental que todo lo guarda, ha convertido su casa y su existencia en memoria viva de aquellos años. Pasen y vean.

--Siendo un poeta tan personal y a la vez tan próximo al ser y sentir de Cántico, quizá sea usted el más desconocido de cuantos han estado en su órbita. ¿A qué se debe?

--Antes que nada debo decir que no soy poeta de Cántico, ésa es la verdad. Ni yo ni Vicente (Núñez). En uno de estos artículos que guardo por aquí --me dice mostrando una de las muchas carpetas abultadas que invaden el despacho donde nos hallamos-- nos llaman "la segunda generación de Cántico". Y en cuanto a lo que me preguntas, yo nunca me he preocupado del oropel.

--La prueba de ello está en que publicó su primer libro con 60 años cumplidos.

--Y eso que mira, tengo aquí poemas publicados en alguna revista del año 52. Treinta años antes yo ya publicaba, y escribía desde siempre.

--¿A qué se debió tanta espera?

--Al pudor, no sé... Y que yo lo que quería era vivir, quemar la vida como digo en algún poema. Mira, tengo ahí montones de poemas, y más de cien sonetos sin editar. Algunos han salido en revistas pero no están recogidos en libros. Nunca me he preocupado demasiado de eso.

--Quizá no lo haya necesitado; o tal vez sea que no ha sabido promocionarse, a pesar de haber tenido amigos poetas de gran renombre. ¿No ha sentido alguna vez cierta ´pelusa´ de las glorias ajenas?

--No, no, si es que ya te digo que a mí no me estimula el oropel. Hace muchos años ya me propusieron hacerme académico y les dije que no.

--Cuando le decía que quizá no haya necesitado luchar por abrirse camino en el mundo de las letras pensaba en que a fin de cuentas usted tenía su profesión de abogado, aunque la ejerció poco tiempo, ¿no?

--Sí, estudié la carrera de Derecho en Granada, porque aquí lo único que se podía estudiar entonces era Veterinaria. Estuve ejerciendo un poco de tiempo, hasta que pensé que bueno, que por qué iba a estar toda la vida resolviéndole los problemas a los demás cuando no me resuelvo los míos. Y entonces, frente a la Córdoba tan triste, tan silenciosa, tan austera, pensé en la costa, y en que Torremolinos era como la esperanza de un paraíso. Compré allí un solar y, sin saber nada de un ladrillo, empecé a edificar con ayuda de un albañil medio cateto medio maestro que me llevé. Luego compré un local y le dije a Pablo (se refiere a García Baena, naturalmente): "Oye, ¿por qué no ponemos una tienda de antigüedades?". A los dos nos encantan. Y así fue como abrimos El Baúl.

Bien se nota la pasión por las antigüedades de Pepe de Miguel, que es como a él le gusta que le llamen (los amigos de siempre alguna vez le llaman Pepito, como guiño de viejos tiempos compartidos). Su vivienda de Ronda de los Tejares, un lujoso pisito de soltero donde dice sentirse feliz en su soledad doméstica, es un acopio elegante de muebles, libros y adornos, presidido todo por el espléndido retrato que hizo Miguel del Moral a su madre. Se trata de un abigarrado lugar repleto de fotos y papeles amontonados (entre los que dormitan infinidad de poemas inéditos, sin demasiado interés por su parte en verlos editados) donde reina la armonía. Una de las muchas paradojas de este hombre caballeresco y nervioso, ocurrente (con una vis cómica y esdrújula que vuelca en epigramas punzantes) y tímido como un muchacho antiguo.

--He oído decir que era usted ´un niño bien´, de familia de posibles, y que eso le dio siempre alas para hacer lo que le pedía el cuerpo. ¿Es verdad?

--Bueno, dentro de un punto, puede que ésa sea una razón, sí.

--¿Qué recuerdos guarda de su infancia y juventud?

--Mi infancia fue una delicia, y ahora mi senectud casi también, porque intento sacarle el máximo partido a la vida. Sé que me quedan pocos años, pero tendré que aprovecharlos, ¿no? Ya sabes, el carpe diem de los romanos, que es el título de un poema mío. Yo era el cuarto de once hermanos; ya ves, como las familias de ahora --bromea--. Una hermana y yo nos criamos con un hermano de mi padre y su mujer, que no tenían hijos y vivían muy cerca de la casa de mis padres, en la calle San Francisco. Lo que hoy es el centro, esta Ronda de las Tejares, era campo, igual que las Ollerías. Todavía no se había abierto la calle Nueva, y toda Córdoba se desarrollaba alrededor de la calle San Fernando, la calle La Feria. Mi tío tenía una panadería en el Portillo. Era una época en que los únicos negocios que había en Córdoba eran panaderías, tiendas de comestibles y algún sastre. Mi padre se dedicaba a llevar las fincas que teníamos en Trassierra. La infancia siempre es la época más feliz de la vida, salvo en el caso de esos negritos que pasan hambre.

--También se pasó aquí hambre en la guerra y la postguerra. ¿Cómo vivió su familia aquello?

--Entonces vivíamos en la plaza de Colón, y cuando caían las bombas nos metíamos en el sótano del colegio público, y allí dormíamos muchas noches. Una tía de mi madre, que era monja de clausura en el convento que había al lado, el de Santa Isabel, llegó un día a casa buscando refugio porque habían pegado fuego al convento. Cosas de esas muchísimas, muy penosas. Todo estaba racionado, el pan, el arroz... Iba la muchacha con el tique a por lo que nos correspondía. Lo que pasa es que nosotros teníamos la ventaja de tener un tío con una panadería y otro con una tienda de comestibles, así que no pasamos hambre.

--¿Recuerda la Córdoba de los años 40?

--Era una Córdoba triste y oscura, muy apagada. Fíjate, me acuerdo de que íbamos a bañarnos al río, y, en el mes de agosto en Córdoba, se me ocurrió comprarme unas sandalias, y tenía que ir por las callejuelas para que no me vieran con ellas puestas porque estaba muy mal visto. Y no te puedes imaginar cómo me criticaron los amigos un bañador amarillo que también me compré, por supuesto de pantaloncito. Córdoba era un sitio muy duro. La prueba es que Julio (Aumente) y Ginés (Liébana) en cuanto pudieron se fueron a Madrid, y Pablo y yo a la costa malagueña.

De aquellos chicos que le presentó su amigo Julio en los años cuarenta José de Miguel recuerda que había amistad sincera entre todos, "y eso, y la cordialidad, es lo que me gusta a mí, bueno, y a todo el mundo", reconoce. Aparte de las veladas por los barrios estaban las excursiones, que daban mucho de sí. "Mi padre tenía una finca en Trassierra y subíamos muchas veces --recuerda--. Yo iba a caballo, bueno, a yegua. Ibamos a disfrutar de la naturaleza y a estar juntos, a pasear... A todos nos gustaba la Sierra, que es interesantísima. La Campiña es más aburrida, ¿no te parece?".

--¿Por qué iban sólo hombres? Tenían amigas, como Josefina Liébana, la hermana de Ginés, o Rocío Moragas, que revoloteaban alrededor de ustedes. Pero las dos me contaron que no las dejaron apuntarse a aquellas excursiones.

--No es que fuera eso. Eran ellas las que se inhibían. Es que entonces si una mujer salía con un grupo de chavales la criticaba todo el mundo.

Ricardo Molina, cuenta De Miguel, era el alma de la revista. "El se encargaba de todo, de los contactos, de darle forma, de la difusión --dice--. Los otros mandaban su poema y ya está. ¿Te he dicho que sus alumnos lo llamaban el sobaco ilustrado ? Iba siempre con un libro bajo el brazo. Era una persona entrañable, con una enorme capacidad de trabajo. Juan Bernier --del que ahora se cumple el centenario de su nacimiento-- trabajaba en la Biblioteca Provincial, allí lo conoció Pablo; escribía ensayos y muchas cosas, no sólo poesía. Ginés ha sido muy suyo, ha tenido una personalidad muy acusada, es muy agudo, muy ingenioso y le gusta provocar. Ahora escribe mucho, pero a mí me gusta más como pintor. Miguel del Moral era un encanto; sobre la una del mediodía nos veíamos casi siempre en su estudio, donde nos recibía con una copita; me guardaba siempre en un rincón una bolsita de piñones porque sabía que me gustaban mucho. Julio era muy culto, estaba muy preparado y era muy exquisito; le decían ´el conde´, porque le gustaba todo de muy buen estilo, con los detalles muy cuidados".

"Y de Pablo qué te voy a decir --continúa--, además de un gran poeta es una persona extraordinaria. Nos hemos aguantado unos 30 años en Torremolinos. Hicimos un viaje en mi Gordini --que conducía yo porque era el único que tenía carnet-- con Julio Aumente. Fuimos al Sur de Francia, Sicilia, toda Grecia, Turquía y Alejandría, desde donde embarcamos el coche, ya de vuelta, para Marsella. A Mario López lo veíamos menos porque estaba en su pueblo, Bujalance. Se casó --fue el único que lo hizo-- y tenía responsabilidades familiares".

--¿Por qué no se casaron los demás?

--Pues te respondería como hizo una vez el actor Mickey Rooney: "Pero yo por qué voy a hacer desgraciada a una mujer pudiendo hacer felices a tantas", ja, ja.

--Carlos Castilla del Pino, en sus memorias ´La casa del olivo´, donde no dejó títere con cabeza al referirse a los personajes que conoció a su llegada a Córdoba, hablaba en cambio muy elogiosamente de los miembros de Cántico. Aunque, lamentando la incomprensión de la que se vieron rodeados, se refería a la homosexualidad de muchos de ellos y la asfixia que les acarreó en la Córdoba de entonces. ¿Cómo se tomaron ese comentario?

--Pues no lo sé, yo le pregunté a Castilla: "¿Tú te has acostado con ellos? ¿Cómo lo sabes?". Pero es que a Carlos le gustaba provocar; si no criticas y escandalizas un poco no te compra nadie el libro. Y, sin embargo, Castilla del Pino tenía en gran estima a todos los de Cántico.

--Se dice que Cántico no era sólo poesía, que era sobre todo una filosofía de vida. ¿En qué consistía eso?

--Simplemente en romper los esquemas de una Córdoba llena de limitaciones y cortapisas. Nosotros rompíamos un poco el molde, con lo cual estábamos mal vistos solo por no querer estar estabulados, casi como en un pesebre, por buscar un poco de libertad.

--Al regresar a Córdoba, ¿la encontró muy cambiada?

--Claro, estaba acostumbrado a la Costa del Sol, donde había mucha libertad. Pero Córdoba es mucha Córdoba. La monja germana Roswitha ya dijo en el siglo X que Córdoba era la perla de Occidente.

Su sentido del humor, su vitalidad y esas gotas de moderada locura de la que gusta rodearse ocultan a veces al gran poeta que José de Miguel lleva dentro, experto en la alquimia de la rima y la arquitectura de la palabra ajena a modas. Por eso, no disimula su opinión acerca de la poesía que escriben las nuevas generaciones. "Creo que buscan romper, ser modernos. Nada de rima ni de métrica --afirma--. Ninguno sabe escribir un soneto, ni se le ocurriría hacerlo, porque lo criticarían los demás".

--Sin embargo, aunque los gustos actuales vayan como dice por otro lado, nunca como hoy se había valorado tanto lo que supuso Cántico en la cultura del siglo XX. ¿Cree puestas las cosas en su sitio?

--Góngora estuvo siglos olvidado, fueron los franceses los que lo pusieron en órbita antes que la generación del 27. Eso suele pasar siempre. El artista queda en el olvido y mucho tiempo después alguien se encarga de resucitarlo. Esa es la pena, que se acuerdan de uno cuando ya está muerto.

--No es el caso de Pablo García Baena, que no para de recibir premios y homenajes, aunque dice que está harto de que se le vincule con todo aquello que pasó hace más de medio siglo.

--Si es que no lo dejan reposar, está hartito el pobre. Pablo está recogiendo en vida los laureles suyos y de todo Cántico, de todos los que ya no están.

--Es lo que pasa cuando uno es un superviviente.

--Sí, su caso es una excepción, pero lo normal es que empieces a ser bueno después de muerto.

--Usted, que guarda tantas fotografías, se ha convertido en depositario de buena parte de la memoria gráfica de aquellos años y aquellas gentes.

--Es que lo guardo todo, soy incapaz de tirar nada. Y menos un libro, aunque no me guste.

--¿Sigue usted escribiendo?

--No, lo que intento es poner orden en todo lo que tengo sin publicar. Creo que voy a comprar un azulejo de esos que se cuelgan que ponga "Algún día me organizaré".

--¿Qué le gustaría que dijera de usted la posteridad?

--Me da igual, ¿quién va a ir a contármelo a la tumba? Mi futuro es dentro de media hora, el futuro es el presente. Por eso aprovecho el día.