Opinión | No me digas...

Retratarse con libros

¿Cuántas lecturas se les conocen a los políticos?

Sigue siendo conmovedor ver cómo, año tras año, los periódicos muestran a los políticos de toda condición retratándose ante las casetas de las ferias del libro. Y es conmovedor porque es una muestra de que no todo está perdido. No está todo perdido porque significa que los políticos, sean locales, comarcales, provinciales, autonómicos o nacionales, conceden a la cultura en general, y a la literatura en general, cierto valor, no se sabe cuál, pero sí cierto valor.

A lo mejor es sólo un postureo, el típico postureo de quien trata de aparentar lo que no es, de quien considera que debe estar en un terreno de prestigio, aunque le pille la cosa de lejos. O no, a lo mejor es que consideran a la cultura y a la literatura realmente un elemento primordial de lo humano. Cualquiera sabe. No es infrecuente ver en algunas casas estanterías con libros falsos que sólo son un lomo y unas pastas con un interior vacío, quiero pensar que no es el caso, pero, ya digo, cualquiera sabe. ¿Cuántas lecturas se les conocen a estos que se retratan junto a libros? Peor aún, ¿cuántos libros escritos realmente por ellos mismos se les conocen a quienes tienen el enorme privilegio de dirigir la vida de una localidad, de una provincia, de una comarca, de una región, de un país? Sería injusto reconocer que no los haya. Sin ir más lejos, en Córdoba hay o ha habido políticos de todos los niveles y partidos que han alumbrado productos literarios de todo tipo, y en otras circunscripciones territoriales están los casos de los socialistas Mar Moreno, Alfonso Guerra, Joaquín Leguina; del popular Esteban González Pons, que escribe novela de política ficción y erótica, y muchos más, digo de otros partidos y territorios, que no cito por no hacer la lista enjundiosa.

Pero no es lo normal, y no son gente de primera línea, como lo es Pedro Sánchez, que dio al mundo una tesis doctoral imprescindible para entender el mundo de la economía y un manual de resistencia política, aunque los nombres de sus autores reales no estén claros. O el caso de José María Aznar, tipo culto que leía poesía, que hablaba con acento texano en los últimos meses de su mandato y que hablaba catalán en la intimidad. Ejemplos admirables. Pero, ¿y el resto? No digo yo que lo mejoren, pero, al menos sí sería deseable que todos tuvieran como costumbre el sano hábito de la lectura, habría que hacer una investigación al respecto; no por nada, por curiosidad. Si los dueños de nuestros destinos tuvieran más formación histórica, geográfica, filosófica, o latina, por ejemplo, no ya matemática o científica, otro gallo cantaría.

De momento, que sigan dando ejemplo retratándose junto a un puñado de libros. Algo es algo.

*Periodista

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