Opinión | Mirar y ver

No hay un día cualquiera

«Mientras haya tiempo, no podemos sumirnos en el desaliento, arrastrando como lúgubres y deprimentes aquellas rutinas que nos son cotidianas»

Cuando era niña, uno de mis escondites favoritos era el palomar de casa, una torreta donde la pava clueca incubaba y donde la gata romana escondía sus crías entre somieres viejos y tarimas apolilladas. Allí, sentada en una prosaica canasta de retales, pasaba las horas observando cómo por las cuadrículas de los ventanales pasaban las nubes, se ponía el sol, salía la luna... De todo aquello, aprendí algo: no existe un día cualquiera, de igual forma que no existe un ser humano cualquiera. Cada hora, cada momento.... es único, irrepetible. Y es que, mientras haya tiempo, no podemos sumirnos en el desaliento, arrastrando como lúgubres y deprimentes aquellas rutinas que nos son cotidianas. Desde cualquier lugar, a cualquier hora existe la maravillosa posibilidad de poder tomar y escuchar el pulso de la vida que palpita a nuestro alrededor y extraer de esos latidos el néctar preciso para hacernos receptivos a las pequeñas cosas que singularizan cada día de nuestra existencia, huyendo así de vulgaridades y estridencias de muerte y capacitándonos para apreciar y valorar la unicidad de los instantes. No, no existe un día cualquiera, un día en blanco en la corta historia de nuestra biografía. La vida es el agridulce de una sucesión de momentos que, en cadena, y en el repente de un flash nos iluminan, a fin de que vayamos troquelando el camino que conduce hacia nosotros mismos. Tan sólo disponemos de este día, de este momento, ¿por qué no vivirlo con la exquisitez de lo efímero y no obstante trascendente? Hoy, casi primavera hoy, un día más con la esperanza de tomar café con un amigo, hoy, la preciosa casete que me llega, hoy, el asesinato de un ser humano... hoy, guerras, enfermedades, muertes, nacimientos, hoy, ¿un día cualquiera?.

*Maestra y escritora

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