Ganado: seis toros de Victorino Martín, desiguales de hechuras, alzada volumen y remate, y así mismo variados en cuanto juego dentro de su escasa raza, pues los hubo apagados, ásperos, manejables y alguno más bravo, como el segundo.

Rafaelillo: pinchazo, estocada y dos descabellos (ovación); estocada muy trasera y descabello (ovación tras aviso).

Manuel Escribano: pinchazo y estocada trasera desprendida (ovación); estocada trasera caída y dos descabellos (ovación).

Paco Ureña: estocada tendida (oreja); estocada (oreja).

Plaza: tercio de entrada.

El calor se echó a plomo sobre Bilbao en el cierre de sus fiestas, dándole a la última tarde de toros un ritmo cansino y dilatado, como de siesta, que hizo juego con el también apagado comportamiento de la mayoría de los toros de Victorino Martín.

Era difícil remontar una corrida y un ambiente así, a no ser que se pusiera en el empeño todo el tesón y la fe en sí mismo que tuvo siempre Paco Ureña y que le llevó a ser el único espada que inauguró el 'marcador'.

De entre la terna, que se repartió por igual aciertos y desaciertos, el torero de Lorca fue quien mejor redondeó con la espada sus largas faenas para ameritar una petición de trofeos que querían premiar más la voluntad de agradar que la brillantez.

Su primero fue uno de los toros más chicos de la feria, sin que nadie lo protestara, además de ser un animal afligido y sin empuje en los riñones. Pero, en vez de abreviar con él, Ureña le echó paciencia al asunto hasta ir acumulando medios pases de buen pulso y creciente limpieza antes de matarlo de una gran estocada.

Ya con la oreja de ese toro en el esportón, el murciano también se alargó en el tiempo para llevársela del último, al que toreó con mucha suavidad en el recibo de capa. Pero ni el toro, que se fue desentendiendo, ni el torero, que puso más intención que temple, se llegaron a coger el ritmo con la muleta.

Rafaelillo entró en la corrida en sustitución de Antonio Ferrera como premio a sus buenas actuaciones de este año con las corridas más duras, como lo fue victorino con el que ayer abrió plaza.

Arisco y áspero, violentándose con genio a cada exigencia de esfuerzo tras los engaños, el animal obligó a Rafaelillo a mantener con él un duelo de esgrimista, en el que el torero supo robarle algún muletazo de mérito.

También fue áspero el basto segundo de su lote, pero de nuevo salió a relucir el buen oficio de Rafael Rubio para cuajarle, con el bálsamo de la suavidad, dos más que estimables series de naturales.

A Manuel Escribano le correspondieron los dos mejores toros de la apagada victorinada , ya que el segundo de la tarde embistió siempre descolgado pero con un paso tan pausado que exigía serenidad para acompasarse y esperar hasta el último momento a que metiera la cara en el engaño. El quinto se lo puso más fácil a Escribano, por mucho que hiriera a su banderillero Juan José Domínguez, pues tomó luego la muleta sin gran celo, a lo largo de un trasteo que no pasó de la corrección formal.