Esta es la historia de dos toreros que vinieron a Madrid a jugarse el cielo o el infierno en una moneda al aire con una corrida mala sin paliativos del Puerto de San Lorenzo. Esa verdad por delante, esa absoluta sinceridad mostrada tanto por Curro Díaz como por José Garrido, fueron, a la postre, las que dieron verdadero sentido a un mano a mano, que, sobre el papel, estaba cogido con papel de fumar. Como los cuatro carteles de la feria. Una chapuza de la empresa que ahora se despide, que también fracasó en lo que a nivel ganadero se refiere.

Pero ahí estuvieron dos tíos decididos a jugarse el bigote de verdad, a imponerse a tantas dificultades, aumentadas, si cabe, por un molesto viento y por la ingratitud de unos tendidos fríos e impasibles, sobre todo con Garrido, al que apenas tuvieron en cuenta después de tres faenas de firmes planteamientos, y que le costaría, además, llevarse el recuerdo de una cicatriz más en el cuerpo.

También Curro Díaz estuvo a punto de pagar con sangre tanto esfuerzo. Fue en el tercero, segundo de su lote, un manso que no pasaba prácticamente del embroque y que acabó orientándose también. El de Linares, que se entregó por completo en un sincero y emocionante toma y daca, salió por los aires hasta en dos ocasiones. Sacó la raza después Díaz para lograr dos tandas por el derecho de muchísimo mérito, y tiró finalmente de plasticidad y aroma para firmar un fin de obra sublime. Tenía la oreja cortada, pero la espada hizo que todo quedara en una gran ovación. También rayó a buen nivel el jienense con el parte plaza, toro incierto, sin clase ni recorrido, con el que anduvo más que suficiente; y también con el rajado quinto, al que fue imposible ligarle dos muletazos seguidos, pero al que robó cinco pinturas por el derecho, auténticos carteles de toros.

Garrido, digan lo que digan los ingratos de siempre, estuvo también sensacional toda la tarde, muy por encima de la condición de sus tres enemigos, a los que plantó cara a carta cabal. Su primero fue un autobús de dos pisos que, como no podía ser de otra manera, le costó un mundo desplazarse. Garrido anduvo muy inteligente con él, esperándole con la muleta retrasada. Con el cuarto hizo un trasteo valiente y en el sexto se lió con la espada.