Visito algunos colegios. Cada clase es para mí un maestro o una maestra, quemándose la voz, la vida, tantas horas, lluvias, días de otoño en las ventanas, días de sol, navidades, fríos, niños y niñas que llegaron sin saber leer, escribir, sumar, las partes de una flor, los ríos de nuestra patria, las gentes que van haciendo historia; y siempre, palabras, palabras que les ayudarán a esos niños a expresar sus sentimientos, a hacerse más humanos; palabras que un día, cuando se conviertan en mayores, les dirán a otros niños, porque la infancia se les habrá quedado atrás en una estela de añoranzas, nostalgias y melancolía. ¡Cuántas horas entregadas por un hombre o una mujer a sembrar semillas de cultura en almas infantiles! Horas anónimas, que no vemos, que salen de unos labios convertidas en espíritu, y vuelan por un aula y se pierden en el tiempo. ¡Cuántos momentos a solas, dejando a un lado sus problemas personales, familiares; el paso de sus vidas! Preocupaciones, y salud, sacrificios en silencio, que darán sin nada a cambio, instante tras instante, tantas veces, sin ningún reconocimiento, sólo por cumplir el callado destino de que unas almas se vuelvan más humanas y se siembren de cultura. ¡Cuántos momentos a solas frente a una Administración que los sacrifica para satisfacer intereses políticos, frente a una sociedad que los ignora o los ataca! Por esto y por muchas cosas que nunca sabremos ni, quizás, lleguemos a entender, un año más debemos un homenaje a nuestros maestros y maestras en escuelas, a nuestros profesores de instituto y de Universidad.

* Escritor