Nada es fácil en esta hora ni en esta sociedad nuestra tan cargada de contradicciones y contrastes, de dramas y desconciertos que nos invitan, por una parte, a llevarnos las manos a la cabeza, y por otra, a la necesidad de recuperar principios elementales, criterios rectos, proyectos que valgan la pena y horizontes luminosos. Las crisis se convierten en verdaderas montañas: crisis humana, moral y de valores universales, crisis en los matrimonios y en las familias, sacudidas en su verdad más auténtica, crisis de sentido y del sentido de la verdad, crisis en la educación y en las instituciones educativas, derrumbe de principios sólidos, confusión de conceptos y de derechos humanos fundamentales no creados por el hombre, relativismo, nihilismo y vacío, falta de esperanza, libertades sin norte, laicismo ideológico. Acaso esta montaña de crisis está quebrando nuestra sociedad y el verdadero sentido del hombre. Se está imponiendo o se ha impuesto una nueva cultura, un proyecto de humanidad que comparte una visión antropológica radical que cambia por completo la visión que nos da identidad y nos configura como pueblo. Y lo peor de todo, --como apuntaba hace poco el filósofo Alejandro Llano--, ese amargo fruto que nos ha dejado el marxismo: "Un sesgo materialista y de oposición de unos a otros. La parte dialéctica del marxismo, subraya el profesor Llano, ha sido que el dinero lo conseguimos contra los demás". Ese sería el gran peligro que acecha a nuestra sociedad: la confrontación. Por eso, ayer, la comunidad católica, que recibió la Mezquita-catedral de manos de Fernando III cuando se produjo la conquista de la ciudad en 1236, sintió el escalofrío de la agresión innecesaria de un partido político que utilizaba su patio de los naranjos como escenario de una rueda de prensa. No es cuestión de polémicas ni de enfrentamientos. Solo de legalidades y respetos.

* Sacerdote y periodista