José Orlandis Rovira (1918-2010) fue sacerdote ejemplar, envidiable intelectual, universitario abrillantado, escritor religioso nunca decepcionante por la materia e interés de sus libros, y ensayista de amplia temática y afinada pluma. En tiempos de ruidosas crónicas mediáticas sobre amores y descarríos regios y no menos zarandeadas controversias académicas sobre plagios y copias en la disciplina de la que fuese insigne maestro, la actualidad más candente semeja empujar su noble biografía al primer plano de la atención pública.

Descendiente de una familia nobiliaria pisana y emparentado por vía bastarda con aquel famoso archiduque austriaco que, a mediados del Ochocientos, se asentase en Mallorca con vocación repobladora en todos los aspectos, su atildada figura y reposadas maneras desprendían un inconfundible tono señorial en perfecta y rara conjunción con una sencillez roborante. En posesión envidiable de un cultura histórica de primer orden --rica, extensa y continuamente acrecida por mor de lecturas bien regladas e incesables--, nunca mostró especial curiosidad por sumergirse en el pasado del gran imperio vienés, ni siquiera en las etapas en que el influjo y ascendiente hispanos se mostraron más peraltados. Ya en el período de la «Paz Armada» sus preferencias y vigilias se concentraron en la Alemania guillermina, cuando su idolatrada disciplina de Historia del Derecho adquiriese, por títulos indiscutibles y numerosos, un lugar primicial en el árbol de las ciencias en ella cultivado de modo impar y, acaso, en ciertas ramas de las Humanidades, de forma incomparable e insuperable.

Catedrático muy joven de Hª del Derecho en la Universidad de Murcia, se asentó más tarde en la zaragozana en un fase de gran brillantez del Alma Mater cesaroaugustana. Sus estudios sobre el oscuro y no obstante decisivo periodo visigótico alcanzaron pronto nombradía en los ambientes científicos europeos de sólido prestigio, llegando con el paso de los años a ser el más cualificado especialista español en dicha temática, según confirmaran los medievalistas más relevantes, muy en particular, D. Claudio Sánchez Albornoz. Ya en los años 70 su incorporación especial a la Universidad de Navarra como director de su Instituto de Hª de la Iglesia le deparó la oportunidad de ahondar más en sus trabajos del catolicismo hispano, con síntesis en extremo valiosas en punto a diversas de sus facetas antiguas y medievales, sin exceptuar incursiones de gran relieve por etapas ulteriores.

No obstante la notoriedad y profusión de su producción historiográfica, el Dr. Orlandis no perteneció a ninguna Academia de rango nacional, pese al esfuerzo de algunos de sus colegas, admiradores declarados de su obra. Al final de su laboriosa existencia, los gobernantes autonómicos de su patria natal mostraron cierta sensibilidad hacia su gigantesca figura intelectual, pero sin sobrepasar nunca un muy discreto tono medio en su encomio y gratitud.

Conforme se apuntara al principio, nada de lo sucedido en los últimos meses en la sociedad española en las facetas más entrañadas por su tremente espíritu provocaría su contento. Su recuerdo, empero, es hoy más necesario que nunca para alimentar la esperanza en una juventud universitaria carente de maestros. Sin su ejemplo y memoria, la Universidad, una de las dos o tres instituciones indispensables para el logro de un país a la altura del siglo XXI, seguirá, como hoy, perdida en la búsqueda de su genuina e intransferible personalidad.

* Catedrático