Que el verano está resultando cálido se percibe con naturalidad en la mitad sur de España sin necesidad de partes meteorológicos. Pero la calentura veraniega tiene sus focos localizados en puntos tradicionales, cuyos problemas enquistados transforman el calor en sofoco nacional. Ya me dirán si no el estrés colectivo que produce el edema catalán, con trescientos años de antigüedad pero aparente como si fuese inflamación reciente. O la necrosis vasca, modelo de oportunismo y egoísmo colectivo.

Pues ya veremos cómo se enfría o quema el ardor de estos patriotas del 'trinque', la deslealtad y la traición cuando llegue el otoño. Casi seguro que los vascos, presuntamente moderados y la mayoría presuntamente pacífica pero manifiestamente totalitaria, seguirán burlando el cupo y despreciando a la Nación española. Y los catalanes, confiando que bajo la mesa se acuerde un vergonzoso pacto de paz por territorio, a costa del Tesoro Público. Es lo que va quedando tras el pillaje de los pujolines, del hurtonacionalismo depredador y reaccionario, modelo de saqueo ante el entusiasmo de un pueblo educado en la autodestrucción.

Pero hay otras calenturas repartidas por esta larga noche de San Juan que en modo alguno podemos olvidar. Como la corrupción, ese arrebato criminal que recorre tierras de Valencia, Madrid o Extremadura, de Aragón, Cantabria, Murcia o Castilla La Mancha, en los varios y variados cientos de sumarios abiertos, como heridas que nunca cicatrizan porque a nadie interesa curar. Y a la cabeza, Andalucía, que tras más de treinta años de Administración-Providencia que sustrae a los ciudadanos su responsabilidad a cambio de la libertad de decidir, aunque con derecho a permanecer flotando en la estúpida utopía, presenta ante Europa los peores índices de bienestar, pero los más amplios y sólidos en corrupción. Para vergüenza colectiva desfilan por la pasarela del deshonor y la rapiña, cientos de avispados robaperas y lo más granado del socialismo moderno y del autoprogreso, empezando por los que ejercieron la presidencia de la socialdemocracia española durante decenios y la representación del Estado en la Comunidad. Es la hora desgraciada y miserable de una clase política mediocre, inmoral, de medio pelo, que jamás creyó en la democracia, encontrándose más capacitada para satisfacer sus instintos que para elaborar un proyecto de vida en común. Incapaz siquiera de conservar el Estado, que era la función que Platón atribuía al buen gobierno. Que asiste inmutable a la posibilidad de adentramos en la tiranía o timocracia, que según aquél es la forma en que degenera la democracia cuando el pueblo estalla y se entrega al demagogo, porque la ignorancia de la mayoría es la madre del miedo de todos.

O como el quiste autonómico, que hace sólo dos generaciones representaba el orgullo de la democracia recién llegada y treinta años después supone una rémora imposible soportar y financiar. Y calienta la deuda hasta la desesperanza de los que hemos de hacer frente a tanto despilfarro y descontrol. En menos de tres años aumenta casi un 30% y desde el 70,5% del PIB de Zapatero ya estamos por encima del 100% y con ingeniería de contabilidad nacional. Y si en 2013 rebasaron el déficit previsto, el de 2014 casi lo duplicará, porque en cinco meses alcanza un 60% del fijado para el año. Ya ven, la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, ahí queda un nombre más largo que su capacidad ejecutiva y su eficacia, dice que denota "cansancio" de las Comunidades por los ajustes. Terrible, porque aumenta sin cesar el personal al servicio del Estado, aumentan los gastos que genera, aumentan un 12% los intereses que pagan y disminuyen enormemente los de inversión. Y si quieren resultados brillantes, vean las cifras de Extremadura o Andalucía, con el 36% de paro --el mayor de Europa-- incluyendo el 66% de sus jóvenes menores de 25 años. La deriva a la nada pone los pelos de punta.

Y se calienta la inmigración que acecha encaramada en el Gurugú de la miseria, esperando repartirse lo que queda de tiempos pasados, de vino y rosas, pero que ahora no tiene siquiera semáforos que ofrecer al que llega obnubilado por el sueño europeo de una sociedad del despilfarro.

Y en esto llega Rajoy, sin más razón aparente que el despistaje, ofreciendo reformar la Ley Electoral que posibilite la elección directa de alcaldes. Y encima nos lo quiere colar como medida regeneracionista. Y claro, hasta la moderación de un catedrático como Jorge de Esteban dice que la propuesta es una calentura veraniega. Aunque en este caso no lleve razón más que en su crítica a la extemporaneidad. Debió hacerse en 1985 o cuando se comprobó la torpeza del sistema electoral contenido en aquella. Pero sin poner en duda la constitucionalidad de la medida porque ojalá todo el Título VIII de la CE fuera tan transparente como el artículo 140.

Con Hayek, no doy por supuesto, ni la libertad ni la democracia, porque no habrá sociedad libre si no se promueven valores, principios y reglas sobre la responsabilidad individual. Si no se persigue la corrupción, el fraude y el engaño hasta su mínima expresión. Sin una honda y consolidada creencia moral en que el Estado no crea el orden social, sólo lo garantiza o debería garantizarlo.

Zapatero fue una pesadilla y Rajoy la esperanza. Pero ahora se transforma en desastre porque la corrupción y la cobardía ante el deber de regeneración nos atemoriza a que su desaparición pueda resultar tenebrosa. Pasado el calor del verano un aire frío pondrá fin a la siesta nacional. Asoma un nuevo salvapatrias que ahora esgrime el modelo de la hoz y el martillo, como si este pueblo no estuviera hasta los pirineos de dictadores y totalitarios.

En mi Azotea empieza a soplar aire demasiado fresco para el verano.

* Ldo. Ciencias Políticas