Será difícil continuar la última historia porque hace más de un mes que no voy por el estadio. Así que empezaré de cero.

Llego al periódico sin nada escrito en la libreta; bueno, realmente hace tiempo que no uso libretas porque acababa perdiéndolas. Así que voy a intentar recordar qué ha pasado hoy, aunque mi memoria es nefasta.

Parto de la base de que al mediodía hacía calor y por eso cojo el jersey más fino y calcetines cortos. A veces se me olvida que en diciembre hace frío, al menos por la noche. Pero no sé mirar más allá del momento.

Lo primero que veo es a los de Cordobamanía, tres mil kilos en su recogida de alimentos, y El Abuelo y su trupe. Yo estoy flojo y me cuesta subir las escaleras del anfiteatro. Una especie de neblina cubre el estadio. Al principio me cuesta mirar. No sé qué me pasa. Solo he tomado un zumo de tomate y apio, y es como si estuviera mareado. Me echo en el pupitre de periodistas. No sé cómo ponerme.

-- ¿Te ha obligado tu novia a poner árbol de Navidad?

-- No.

-- A mí sí.

Recuerdo este diálogo con más claridad que cualquier acción del partido.

Tengo que pensar cómo seguir.

Más allá del gol no hay nada. Sí, podría recurrir a los tópicos, a la equipación estridente de la Llagostera o a los cánticos habituales, pero eso me aburre más. El móvil siempre es un buen recurso. Tengo un amigo que ha venido por primera vez este año al fútbol. Podría preguntarle.

-- Javi, ¿qué tal?

-- Uff, qué partido.

Aquí no hay donde rascar.

Me voy a otro grupo.

-- Aburrido.

Pruebo con otro.

-- Bostezando.

Tengo que matar el tiempo como sea. Me he traído un plátano y chocolate. Menos mal que con el chocolate he sido más generoso que con la ropa de abrigo y finalmente cogí siete onzas y media que van a equivaler a un par de minutos de distracción.

Hambre matada.

Ahora el frío.

Me doy cuenta de que tengo capucha. Orejas a salvo. Me muevo dos asientos hacia la derecha. En esta nueva posición tengo un poste delante que me limita la visión del campo, pero tengo otro detrás que me resguarda del frío. Obviamente, no hay debate.

No se me vienen más diálogos a la cabeza. No estoy lúcido. Tampoco mi compañero. Lo siento, tendré que recurrir al césped.

Llevo un rato dándole vueltas y solo se me ocurre el aplauso a Fran Cruz y el abucheo a Givanildo al ser expulsado. Luego está el segundo gol, que no veo bien con el poste, y la típica piña de los jugadores, pero el campo ya está casi vacío y, además, ya estoy volviendo a tirar de tópicos.

En fin, esto es un partido de Segunda contra la Llagostera. Si hay que pasar por esto para volver a Primera, pasemos rápido. Yo me voy corriendo, al abrigo de los coches. Por primera vez una bici me adelanta, pese a que mis ruedas son mucho más finas que las suyas. Esprinto. Intento seguirlo, pero una moto se mete de por medio. La pierdo. Pero sigo esprintando. Esprint, semáforo, esprint, semáforo. Es como estar haciendo series. Me resulta más entretenido que el partido. A la vez, pienso de qué puedo escribir cuando llegue al periódico. Por fin, un poco de calor. Enciendo el ordenador. Tengo una duda: No sé si seré capaz de rellenar una simple columna.