Silenciosos, se escondieron detrás de la multitud sin hacer ruido. Sin banderas, sin bufandas, sin bolígrafos. Miriam y Álex. No chillaban, simplemente esperaban, desde las cinco de la tarde. Las pantallas del aeropuerto decían que el vuelo de Barcelona llegaría a las 18:55, y aterrizó sin retraso. Al principio, una valla separaba a las personas que esperaban a los viajeros. Apenas había alboroto, pero las primeras chiquillas vestidas con camisetas de la selección llamaron la atención.

- ¿Algún famoso?

- Las chicas de gimnasia, que son de oro.

Ante la puerta se agolpaban principalmente adolescentes, niñas que habían convencido a sus madres para que las llevaran al aeropuerto. Venían de Alcorcón, de Toledo, de Guadalajara, y hasta de la playa.

- La niña se levantó y dijo que estaba harta del mar, que ella quería ver a sus ídolos. Y se ha traído un cuaderno para que le firmen.

Lourdes y compañía tardaron bastante en aparecer y mientras, las niñas estiraban piernas y se revolcaban por el suelo del aeropuerto, haciendo posturas inalcanzables para cualquier persona normal. La mayoría estaba en clubes de gimnasia y conocía a la perfección a Lourdes.

También hubo momentos para la crítica, ante la escasez de medios allí presentes.

- Aquí tenía que venir la televisión, ¡que lo que han hecho es muy grande!

- Ya, pero no son Ronaldo.

La valla desapareció y una vez que pasaron las siete de la tarde, cada vez que se abrían las puertas los aficionados se abalanzaban sobre los pasajeros, que llegaban aturdidos.

El nombre de Lourdes sonó por toda la T-4 y cuando apareció, en sus ojos se podía apreciar el brillo de una niña que hasta hace poco tenía los mismos sueños que aquellas adolescentes que se morían por abrazarla.

- Toma, esto para que cojas fuerza para la siguiente competición -le susurró Lourdes a una chica, muy tímida, a la que su padre tuvo que empujar para que se acercara a ella.

- Dame otro a mí -bromeó su entrenadora.

Lourdes firmó, brindó con champán, lloró frente a su fisioterapeuta, se fotografió con jóvenes y mayores, posó de mil maneras, pero no fue hasta las nueve de la noche cuando se quitó el sombrero y entonces, con la terminal más tranquila, resopló y se llevó dos besos en la mejilla, los dos que estaba esperando, en la derecha el de Miriam, su primera compañera de habitación en Madrid; en la izquierda, el de Álex, su chico, que aguantaba, paciente, custodiando la maleta y con la acreditación de su chica en el bolsillo. Los tres se fueron hacia el párking. Lourdes tenía hambre.