Triste fue la contrarreloj del Tour, la etapa que Alejandro Valverde afrontó con piernas de plomo. Desde la salida no se sintió a gusto. Quería y no podía. ¿Alguna razón? ¿Alguna justificación? Sencillamente, una. En un deporte como el ciclismo donde la fuerza física adquiere una importancia abismal, cuando el cuerpo dice basta, cuando el cansancio azota al corredor no hay nada que hacer, solo entregarse. Y, bienaventuradas sean las crisis, que demuestran que los ciclistas son ahora humanos.

Si hubo otro día tan triste como el de ayer en un Tour 2014, que hoy ganará Vincenzo Nibali en París, arropado por dos franceses (Jean-Christophe Peraud y Thibaut Pinot), fue el lunes, 14 de julio, con la caída de Alberto Contador en el descenso del insignificante y maldito Petit Ballon. Y fue el día en el que Valverde salió al rescate de un Tour, al que no se apuntó, al contrario del desafortunado Contador, para ganarlo. El quería estar lo más arriba posible, no renunciando a nada y animado para pelear por un podio que se le comenzó a escapar en Hautacam.

SIN EXCUSAS "Fui todo lo rápido que pude. Y ya está. Lo intenté pero las piernas no me respondieron". Ni justificación, ni excusa, solo la realidad, la ocasión perdida, la que no tendrá nunca más Valverde, quien el año que viene, si regresa al Tour, deberá hacerlo sabiendo que Nairo Quintana será el jefe de filas del Movistar.

Sucedió, sencillamente, que Valverde peleó con los ciclistas que estaban a su nivel (Nibali corrió en la galaxia que habrían estado también Contador y Chris Froome) y, más o menos, los aguantó en los Vosgos y los Alpes, pero en los Pirineos comenzaron a sacarlo de punto. Y, ayer, solo, sin más ayuda que la cabeza, con piernas de plomo, reventó. Sin más. El cuerpo traicionó al deportista, sin trampa ni cartón, la belleza, aunque sea agridulce, del nuevo ciclismo.

Valverde es el ciclista que corre para ganar desde febrero a octubre, el que antes del Tour llevaba 30 días de competición, de los que 24 había estado entre los diez primeros, el corredor que lleva 11 años peleando por la victoria, por un Tour que se le torcerá hasta la eternidad, y porque siempre está allí arriba, es el que más errores comete, al que más se le ven los fallos, al que más se le discute, al que más se le critica y al que más se le exige, más que a Contador. Y al que se le añorará el día que se retire que, con jornadas como la de ayer, quizá no esté tan lejano. "Ahora ni sé que planteamientos, ni que haré la próxima temporada", palabras tristes de Valverde, nada más cruzar la meta de la crono final del Tour, 54 kilómetros de calamidad, clasificado en un oscuro 28º puesto, con dos de sus gregarios por delante de él, Ion Izagirre, al que derrotó en Ponferrada para convertirse en campeón de España de contrarreloj, y Giovanni Visconti.

Valverde es así, para la bueno y para lo malo. Da tardes de gloria y falla de forma inesperada cuando lo más fácil era pensar que hoy estaría en el podio de los Campos Elíseos. "Yo estaba convencido. No tuve ninguna duda de que lo conseguiría", confesó incrédulo Eusebio Unzué, el mánager del Movistar. Es el ciclista que toma decisiones sorprendentes y a veces fuera de toda lógica: ordenar tirar a John Gadret en Hautacam o montar ayer el plato del 56, enorme y excesivo. Pero en la próxima prueba seguirá figurando entre los favoritos. Y así desde el 2003. Es una figura, no el más grande, porque nunca ganará el Tour. Pero sí el que siempre sale al rescate de las carreras.