Más allá de la concentración de unos 300 aficionados en la puerta cero, lo que llamó más la atención el pasado domingo fue lo ocurrido dentro del estadio. No sólo en el césped, también en la grada. Una grada que, por primera vez, no cantó el himno del club. Incluso se escucharon algunos pitos. Luego, la pañolada en el minuto 54, que secundó todo el estadio, así como los cánticos contra el consejo y la propiedad. De ahí que no se entendieran las palabras del entrenador tras el encuentro, porque después del himno y hasta el segundo gol, salvo ese minuto 54, la actitud de la grada fue intachable. Tanto en comportamiento como en animación.

Quizás la imagen que mejor resume la actitud del club sea la de su propietario, que desde el acceso del fondo norte hasta la escalerilla de vestuarios -el camino que recorren también los jugadores- accedió a eso de las 11.30, manos en los bolsillos y con el jefe de seguridad sosteniéndole el paraguas para protegerle de la lluvia.

El presidente colocado por él no estuvo en el palco de El Arcángel y presidió Sergio Medina, aunque evitó tomar el centro del palco y se situó más escorado. Petón, por ejemplo, estaba más cerca de la centralidad de la zona noble que el propio consejero de la entidad blanquiverde.

Con el equipo a punto de caer a puestos de descenso a Segunda B -había que esperar al resultado del Mallorca-, la propiedad pasó desde su palco privado hasta el vestuario. Estuvo hablando por corto espacio con Carrión, aparte, y el entrenador se marchó de ahí, directamente, a la sala de prensa. Allí, el catalán equivocó el disparo, habló de teclas y su postura, cuentan, era la de un hombre en el alambre, como mínimo.

El Córdoba, la ciudad, la afición y hasta la prensa ya ha estado en Segunda B. Es la propiedad la que aún no conoce el sabor a ceniza, aunque llegue ahora el aroma. En otros tiempos, tras los errores y asumiendo éstos, el club reconocía los fallos más o menos públicamente, solicitaba unión y ayuda a todos y, desde esa nueva plataforma, se intentaba lograr lo imposible, como aquel gol de Acciari en Albacete con algún consejero diciendo a la oreja: «No se ha conseguido nada, no se ha conseguido nada, pero no veas lo que es ésto».

Hoy la institución no pide. La institución no habla. La institución no existe, fagocitada de manera unipersonal. Solo los aficionados hablan entre ellos para animarse, decir que hay que apoyar y animar, que solo los jugadores (aquellos sobre los que desde dentro se ha intentado a empezar a descargar toda la responsabilidad, tal y como ocurrió en Primera) son los que han de sacar esto adelante y algunos seguidores, no pocos, llaman para que la prensa ayude en lo posible.

La institución, mientras, en parálisis permanente. Salvo para anunciar que se cierran los entrenamientos.