Con la firmeza ejecutoria de un magistrado en sala, llegó la noticia: Pablo destituido. Era cuestión de tiempo, estaba sentenciado. Sin experiencia, con más empeño y voluntad que oficio. Error de base para un club que exige una cota tan alta. Atrevida propuesta para un reto tan exigente y tarde para cambiar el desafío. Apuesta arriesgada con discurso aparente: hombre de la casa, ambición desmedida de quien quiere abrir camino, cariño de la afición y apoyo de la prensa. Ahí es nada.

Destituido. Sin más. Sin crédito. Perpetuo en el alambre y carente de respaldo por la propiedad del club. Insostenible. Agonía larga e injusta. ¿Víctima de una ambición desmedida?... El tiempo hará justicia. Expuesto como arma arrojadiza contra el presidente en la eterna pugna mediática; su salida abre el telón que ha de dar fe al encontronazo de las dos vertientes: carencias en la plantilla o rendimiento bajo en el banquillo. Justicia hará el tiempo.

Destituido y sin vuelta atrás. Concluyó el banquillo, también el de los acusados. No tendrá la oportunidad de despedirse de su casa. Su tiempo, de momento, ha terminado. La injusta ley del fútbol. Pablo se marcha, en silencio, como llegó. El Arcángel no se lo ha pedido, tampoco lo hará. Hubiera sido injusto. ¡Suerte, Pablo!