Hace dos años, después de completar Jimmy’s Hall (2014), Ken Loach dijo que se retiraba. Sea quien sea el que le hizo reconsiderar su decisión, le debe una cena. El cineasta británico acaba de ganar la Palma de Oro del Festival Internacional de Cannes por segunda vez en su carrera (la primera fue en el 2006 con El viento que agita la cebada) gracias a su nueva película, Yo, Daniel Blake, un feroz ataque a las miserias del sistema de bienestar en su país.

-Señor Loach, ¿va a ser ‘Yo, Daniel Blake’ su última película?

-No me atrevo a contestar esa pregunta, porque podría volver a contradecirme. Mi anterior película, Jimmy’s Hall, tuvo un rodaje muy complicado y me dejó exhausto. Al acabarla, no me vi con fuerzas de volver a escalar una montaña de esa magnitud. Pero cuando uno está en casa y piensa en los rodajes, solo se acuerda de lo bueno. Así que cuando Paul (Laverty, guionista habitual de Loach) me habló del guión de Yo, Daniel Blake, tardé apenas una semana en decidirme. No sé si me quedan fuerzas para seguir rodando, porque resulta agotador. Pero algo me hace volver a ponerme una y otra vez tras la cámara.

-¿Diría que ese algo es la pasión por el oficio o más bien la rabia contra la injusticia social?

-Yo no soy un quijote ni un político. Mi trabajo no es denunciar, sino contar historias. Pero tengo una idea muy clara de las historias que merecen ser contadas. Siento cierta rabia por el estado de las cosas y empatía por la gente, y quiero contar historias que conecten con ella.

-El mes que viene cumplirá 80 años, y ha pasado 50 de ellos luchando por la justicia social. ¿Se ha planteado hasta qué punto ha cambiado la sociedad británica en este tiempo?

-Sobre todo ha cambiado la conciencia colectiva sobre el colapso de la infraestructura social. En el periodo de posguerra, en la mayoría de los países de Europa existía un sentido de deber social y de solidaridad. Mi país en concreto había sido bombardeado por los alemanes, y la gente entendía que la unidad era vital para combatir el fascismo. Pero en 1980 llegó Margaret Thatcher y empezó a decir que la sociedad no existe y que solo somos un grupo de individuos, que hay que cuidar de uno mismo e ignorar al vecino y que la competición es mucho más importante que la cooperación. Y así ha sido desde entonces. La idea del bien común ya no existe, ha sido aniquilada. Es decir, mucha gente tiene un sentido del deber social, pero eso no se refleja en los políticos. Ellos han cerrado la puerta.

-Tal y como la retrata ‘Yo, Daniel Blake’, la Seguridad Social británica es una farsa.

-En cierta manera lo es. Si el sistema de prestaciones sociales está tan burocratizado es para que la gente que recurre a él quede atrapada en el laberinto de papeleo y finalmente acabe por tirar la toalla.

-¿Es una estrategia para ahorrarle dinero al Estado?

-También hay un elemento ideológico. Según el proyecto neoliberal, la mano de obra debe ser vulnerable, porque así aceptará salarios bajos, contratos basura y trabajos temporales. Y para que el trabajador siga siendo vulnerable hay que hacerle creer que la culpa de lo que le pasa es suya, que tiene lo que se merece. Porque si la culpa fuera del sistema habría que cambiarlo, y eso, claro, no interesa.

-¿Por qué siguen los británicos votando a David Cameron?

-Voy a poner un ejemplo concreto. Ahora mismo, en la televisión británica se emiten cuatro programas que hablan de personas que cobran prestaciones de forma ilegal. Y la mayoría de la gente cree que el fraude al Estado es algo endémico porque ese es el discurso que difunden los medios de comunicación, cuando en realidad ese problema no supera el 0,7%. Mucho menor, claro, que el dinero que se defrauda evadiendo impuestos.

-¿Qué sintió al enterarse de la implicación de Cameron en los papeles de Panamá?

-Perder los nervios no es bueno para la presión arterial, y a mi edad tengo que ir con cuidado. Lo que voy a decir no es nuevo: una madre soltera roba un pollo en un supermercado y va a la cárcel; en cambio, quienes estafan millones quedan impunes. No hay nada que añadir.

-¿Cómo le trata a usted la prensa?

-A veces puede ser muy hostil. He leído una crítica de Yo, Daniel Blake en el London Evening Standard cuya frase final dice: «Esta película debería mostrarse una y otra vez a los inmigrantes antes de que decidan venir a nuestro país». En otras palabras: no os queremos. Es terrible. H