LUGAR DE NACIMIENTO CORDOBA

EDAD 28 AÑOS

TRAYECTORIA HA TOCADO CON EXITO DE CRITICA GENEROS COMO LA POESIA, EL RELATO, LA NOVELA Y EL ARTICULO Y POSEE NUMEROSOS PREMIOS LITERARIOS

Hacía años que no le veía, desde que presentó en 2001 el libro de relatos Carta a Isadora , poco después de haber ganado el Adonais con su poemario Una interpretación y de entrar gracias a una beca en ese paraíso de los escogidos que es la Residencia de Estudiantes de Madrid. Saboreaba entonces Joaquín Pérez Azaústre, a sus 25 años, el almíbar de los dioses en forma de éxito precoz. Y se le veía flotando en una nube, todo pasión y entusiasmada fe en sí mismo y en los demás, mientras sostenía bien apretada la copa de néctar, no fuera a ser que se le derramara al primer saludo. Hoy, aunque son las diez de la mañana y estamos en una desierta Pérgola, desde cuyas cristaleras se ve caer la lluvia triste sobre los jardines de la Victoria, me reencuentro con este chaval largo y enjuto brillando seductoramente en otra fiesta. Pero aquí se beben dry martinis y los invitados parecen salidos de un baile en los jardines del Gran Gatsby, borrachos de alegría un poco amarga en la noche suave con melodía de jazz.

En medio del party literario, que a las ocho y media de esta tarde se prolongará con la presentación en la librería Anaquel de su novela América , se puede ver al escritor cordobés brindando elegantemente con sus amigos Scott Fitzgerald y Zelda por los tiempos idos y los venideros.

Pero Joaquín ya no es aquel muchacho lleno de ímpetu y ambición de cuando empezaba. Como él dice, ha pasado un siglo desde entonces, y ahora se muestra más curtido y sereno. Aunque, con esto de la promoción del libro --por el que ha obtenido una mención especial del jurado del Premio Biblioteca Breve--, se pase la vida arrastrando una maleta.

--Acaba de ser presentado a la prensa madrileña, nada menos que por la editorial Seix Barral, como un valor emergente de las letras nacionales. Un buen motivo de celebración, ¿no?

--Con lo del Biblioteca Breve pasa un poco como con lo del Adonais, que forman parte de nuestro imaginario y nuestra trayectoria lectora. Y haber leído con 14 años en Seix Barral a Juan Marsé, Antonio Muñoz Molina y Eduardo Mendoza y ahora estar ahí con ellos me crea un vértigo interior curioso. Es una alegría, porque me siento muy mimado en la editorial.

--Y además en un momento en que no es nada fácil publicar, con tantos intereses creados entre las editoriales.

--Sí, hay muchas buenas novelas sin suerte, y la literatura se ha convertido en objeto mercantil. Es una alegría para mí, y además tenía ayer razón mi editor cuando dijo que era la novela que yo quería escribir. Con ella cierro el círculo que abrí con Carta a Isadora , una cierta estética visual, un mundo que me atraía y que es el de los años veinte, el de la fascinación del fracaso, porque es una generación romántica, que tuvo el mundo en sus manos y que luego lo perdió todo. Nadie era más moderno que la gente que tenía 20 años en los años veinte. En Cartas a Isadora traté de reflejar ese mundo de forma parcelada, y en uno de los relatos proponía un juego en el que un profesor descubría una novela que se llamaba América.

--Y aquí está esa novela, aunque curiosamente uno de sus principales protagonistas es París, que entonces era una fiesta.

--Sí, Hemingway supo describir magníficamente ese universo. Mi América no es geográfica ni histórica, es una América colectiva, transoceánica, que abarcaba Nueva York, París y el mundo entero, porque la habitaban personajes que llevaban su nacionalidad con ellos, y su nacionalidad era el mundo. Es triste pensar que ahora, por la emigración, las leyes de extranjería, el terrorismo, por nuestros miedos se viaja menos que a principios del siglo XX. Aquellos escritores tenían una visión del mundo en verdad global.

Era un mundo, aquél y el que Joaquín Pérez Azaústre recrea en su obra, poblado por seres algo desquiciados, gente que nadaba entre la genialidad y la locura. Sin saber deslindar la literatura de la realidad, todos hermosos y malditos. Eso es lo que pasa en la novela --que no en la vida, según cuenta-- de este joven tan dolientemente enamorado de las letras que a los 16 años no sólo se había sorbido la biblioteca de su casa, sino que encima empezaba a cosechar premios por sus primeros balbuceos como autor.

"En mi novela aparece la literatura como motor de la vida -dice--. Está protagonizada por escritores pero no va dirigida a ellos. Robert Felton, el personaje central (totalmente inventado aunque a veces lo saco en las columnas y hasta ha habido quien me ha dicho que lo ha leído), es un tipo que aspira a ser escritor y quiere entrar en ese mundo. Lo hace a través de una fiesta, porque para mí la literatura es una fiesta.

--Pero todas las fiestas se acaban antes o después, hasta las inventadas. En ese sentido su novela rezuma mucha melancolía. ¿No cree?

--Es una novela crepuscular, empieza en un tono alto que luego cae, algo justificado históricamente con el crack del 29, que realmente se cargó esa generación, rematada más tarde por la Segunda Guerra Mundial. Es una fiesta de la que hay que retirarse a tiempo.

--Algunos lo hicieron tan drásticamente como su admirado Hemingway.

--Tenía miedo, decía que el hombre podía ser destruido pero no derrotado, y él, pegándose un tiro, prefirió la destrucción a la derrota.

--Una vez me dijo que siempre escribiría la misma novela. ¿Se está cumpliendo su predicción?

--A ratos. No, no se está cumpliendo --rectifica rápido--. Ahora me interesa abrir varias direcciones. Una es esta novela, con un lenguaje barroco y sensorial, sin guiones en los diálogos porque quiero reflejar el caos de la época. Pero estoy escribiendo otras cosas más ágiles, más pegadas a este tiempo y a su latido. Incluso los artículos en prensa los escribo últimamente más secos. Lo que sí busco es ser coherente conmigo mismo y escribir lo que me apetece. Para mí la literatura siempre ha sido el territorio de la libertad, y esa libertad es escribir poesía, novela, relato, artículos, canciones si se tercia. Es cambiar de estilo y registros.

Siendo más joven, cuando iba para abogado sin la menor vocación, Pérez Azaústre decía que lo que sí le gustaría era ser periodista. "Todos tenemos nuestros momentos de pánico y de duda", confiesa ahora que, ya afincado en Madrid tras su privilegiado paso por la Residencia de Estudiantes, puede "sobrevivir de la literatura". "Yo no concebía que pudiera dedicarme sólo a escribir --añade--, por eso buscaba una profesión que me lo permitiera. Y también por el acecho a la realidad, la observación de las vidas ajenas y de la propia, que es lo más difícil".

--¿Y cuando se observa a sí mismo cómo se ve?

--Veo a un pesado, un tío con una vida aburrida y gris, que la gente cree que está todo el día de fiesta pero es mentira. Alguien que sólo aspira a bucear en el latido de su tiempo para mejorarlo.

--Lo noto menos apasionado, menos ambicioso que cuando empezaba.

--No sé, es un mundo canalla éste. Creo que mantengo la pasión literaria, pero con más conciencia que antes. Pegaba tiros y no sabía para dónde. Ahora tampoco es que lo tenga muy claro, pero voy apuntando un poco.