‘Marx en España’. Autor: José Manuel Cuenca Toribio. Editorial: Almuzara. Córdoba, 2015.

Con el título de Marx en España y el subtítulo de El marxismo en la cultura española del siglo XX, el profesor José Manuel Cuenca Toribio acaba de publicar, en la editorial Almuzara, un estudio fundamental en la historia cultural de nuestro país. La ingente labor historiográfica del que durante tantos años fuera decano de la Facultad de Letras de Córdoba -Premio Nacional de Historia, colectivo, en 1981 e, individualmente, en 1982- se enriquece y acrisola con este último y abarcador ensayo sobre un amplio sector de nuestro devenir político-universitario, y que en su mayor parte hemos vivido quienes ya pasamos de la setentena.

Dividido en tres grandes secciones (1. Recepción y asentamiento del pensamiento marxista en España; 2. Del Mayo francés a la transición, y 3. Centros difusores del modelo cultural progresista marxista: el papel protagonista de la Universidad), este último trabajo del profesor andaluz se nos ofrece como uno de los más valiosos en la materia.

UN SOCIALISMO DE LAS MASAS

Si bien podemos encontrar a algún notable pensador, como el joven Unamuno, con doctrinales inquietudes socialistas, y algún que otro intelectual, como Ramón Carande u Ortega y Gasset, de tendencias socialdemócratas, durante la primera mitad del siglo XX, las ideas marxistas tuvieron su mayor caldo de cultivo entre los ambientes obreros, más que en los medios académicos, si bien no podemos dejar de citar cimeras figuras universitarias como Julián Besteiro o Fernando de los Ríos, de tendencia moderada; de todos modos, «ningún pensador español se incluía destacadamente entre los teóricos del marxismo», de una altura equivalente a la figura de Gramsci en Italia.

El principio de la guerra fría y el sistema de bloques daría lugar en la Europa occidental a «un interés nunca menguado por el conocimiento del materialismo dialéctico, eje vertebrador del ideario marxista». Es la época en la que la mayor parte de la intelectualidad europea y sus medios universitarios y culturales, «no ocultaban, por lo común, su simpatía por la causa de los desheredados abanderada por la URSS y sus satélites». Particularmente en Francia y en Italia, cuyos grandes intelectuales, con la excepción de Albert Camus y Raymond Aron, se mostraban un tanto cínicamente impasibles ante los terribles sucesos de 1956 en Polonia y Hungría, y la denuncia por Kruschev de los «crímenes de Stalin». En 1959 la Socialdemocracia Alemana renunciaba al marxismo en su congreso de Bad Badeberg; Europa afianzaba su imparable desarrollo económico, pero ello no tenía el menor efecto en los medios intelectuales, cuya obra seguía orientada hacia los salvadores horizontes del “ paraíso comunista”.

Recordemos, de pasada, que, en España, Felipe González tuvo que forzar con su renuncia personal a la secretaría general la desmarxistización de su partido, que sólo el carisma, el genio político y la capacidad de liderazgo de un personaje de talla como la suya, hubiera podido conseguir entre sus filas. Lo que, un tanto melancólicamente, nos trae a la memoria la triste sentencia de «España, la de los frutos tardíos...», y aún más cuando, en la hora presente, y en pleno siglo XXI, delegaciones políticas de la satrapías latinoamericanas en nuestro suelo se empecinan por retornar al pasado en un insólito proceso de «retroprogresismo».

Particularmente significativa es la segunda sección del libro, Del Mayo francés a la transición, período de la vida europea que los que hemos pasado ya la frontera de la setentena hemos vivido directa y atentamente. Aunque hoy pueda parecernos mentira, tras los férreos años de postguerra, a lo largo de los sesenta se va afianzando en España un discurso cultural predominante de marcado carácter marxista, un «marxismo progresista», de fuerte contenido social, y que recogía la efervescencia intelectual de la Norteamérica de los sesenta. Las más difundidas y prestigiadas revistas -con nostalgia juvenil algunos seguimos aún recordando a Triunfo-, las grandes editoriales de Madrid y sobre todo de Barcelona, con «la publicación generalizada del libro de bolsillo, prestaron un notable servicio a la propagación de un marcado discurso cultural marxista-progresista», interiorizado por un importante sector de la juventud universitaria y la prensa de la relativa oposición tolerada que permitía el sistema.

El profesor Cuenca nos deja en esta sección del libro un esclarecedor y objetivo testimonio de ese «modelo cultural progresista-marxista, paulatina e irrefrenablemente impuesto en nuestro país desde el arranque del desarrollismo tecnocrático», y que llegaría hasta nuestros días en esa generalmente aceptada hegemonía ideológica de la izquierda en los medios españoles, en el ámbito de las ideas, de la investigación y la general cultura española. De todo este proceso, en este excepcional ensayo historiográfico sobre la cultura española de nuestro tiempo, traza Cuenca Toribio un definitivo y exhaustivo panorama, de significativa y pormenorizada dimensión, cuyos preñados capítulos se enriquecen y matizan con un apabullante y muy extenso aparato crítico.

EL PAPEL DE LA UNIVERSIDAD

No menos enjundiosa y apasionante -sencillamente memorable para quien redacta esta reseña- es la tercera sección de este trabajo fundamental, sección centrada en los Centros difusores del modelo cultural progresista-marxista: el papel protagonista de la Universidad, excepcional documento en el que el profesor Cuenca -docente en las de Barcelona y Valencia (1966-1975), y, posteriormente, en la de Córdoba durante un cuarto de siglo- traza una compacta y completa radiografía ideológica de toda la Universidad española, centrada prioritariamente en sus Facultades de Humanidades, Ciencias Sociales y Derecho, desde las doce tradicionales a las de más reciente creación; capítulo -toda una detallada monografía- que merecería comentarios aparte, con una objetiva y minuciosa atención a la orientación ideológica que ha presidido el sector más determinante a estos efectos de su profesorado.

Entre todas ellas, el autor de esta reseña muestra su entera conformidad con lo que puede leerse al tratar de la de Murcia, en la que cursara sus estudios de Filología, y de la de Córdoba, en la que fue docente cuatro décadas, ambas situadas en polos opuestos del espectro ideológico.

«La urbe califal ofrecía condiciones óptimas para convertirse, a escala media, en centro de referencia del modelo progresista-marxista en su viabililidad y fortaleza en el país profundo. El arraigo en ella, embelesado por su hechizo estético, de uno de los tres o cuatro intelectuales de ideario comunista más importantes de la dictadura, auténtica figura mediática ya en aquellos días, el psiquiatra gaditano y humanista agnóstico Carlos Castilla del Pino asentaba desde el principio sobre fuertes pilares maestros la empresa acometida con empuje desde el arranque mismo de la Transición». Para terminar concluyendo cómo «desde una perspectiva global —no hay otra en valoraciones de este tipo— el Alma Mater cordobesa se ofrece a la fecha como modelo alquitarado y quizá insuperable del establishment progresista-marxista objeto de análisis del presente libro”.

En resumen, un libro excepcional, realmente iluminador para estos días; un muy documentado estudio, valiente y sereno, sobre la reciente historia de España.