La palabra es de origen latino y significa «no casto»; luego, desde el origen del significado contiene una negación, una oposición a lo que se considera virtuoso, adecuado, correcto. La investigación antropológica muestra que, prácticamente, en todas las culturas el incesto es rechazado. La editorial Malpaso, con la P al revés, publica Diario de un incesto, de autoría anónima y explicaré la razón.

La autora es la narradora en primera persona de este texto autobiográfico, de este diario que no sigue un orden cronológico estricto, que va visitando las habitaciones del recuerdo, de la imposible explicación, del horror y de la tortura, del placer y de la absoluta adicción al sexo, el centro de la vida y de la muerte.

En la nota preliminar la autora manifiesta su deseo de permanecer en el anonimato, y para ello enmascara referencias, pero «no he alterado los hechos esenciales, que son verdaderos».

Lo políticamente correcto es una plaga que nos asola, hay que tener mucho cuidado con lo que se dice y hasta con lo que se piensa. El lenguaje ha sufrido en pocas décadas transformaciones en beneficio de una apariencia absolutamente hipócrita. No se puede decir negro, es mejor persona de color, ¿de qué color? No digamos en el terreno sexual. Apariencias heredadas de una moral puritana y represiva, tan lejana de la cultura latina pese a la presión de la iglesia y su abrumador poder pero, con todo, los dioses y sus bacanales no han muerto en estas tierras del sur; vale, vuelvo al orden.

No espere el lector que haga juicios de ninguna clase, mi posición es la de analista, la de crítico. Si este texto se compara con otros, por ejemplo, con los de los libertinos del siglo XVIII no es especialmente transgresor de la moral dominante, pero en nuestro contexto remilgado sí supone una carga de profundidad bastante efectiva; en consecuencia, no entraré en comparaciones.

Quiero destacar el alto nivel cultural de la narradora, que recurre en el texto a múltiples y atinadas referencias literarias y artísticas. El clima no es el de un lugar miserable donde las personas están animalizadas y se comportan por pulsiones exclusivamente primarias, -aunque si siguiera a Freud y Lacan convendría que el incesto es un impulso básico de la psiqué del ser humano-. La madre de la protagonista, persona muy nerviosa y que manifiesta poco aprecio por su hija, siente una gran pasión por los caballos y no se la puede considerar inculta. Del padre incestuoso tenemos pocos datos, salvo los físicos: ojos azules, mandíbula angulosa, pene grande, pero tampoco parece analfabeto, sí queda clara su voluntad de autodestrucción, su enorme capacidad de hacer daño. La narradora parte del horror que despierta en una hija las insinuaciones sexuales del padre pero, y aquí está la esencia de la historia: «Un niño -está usando el sustantivo genérico- no puede huir, y, más adelante, cuando pude hacerlo, ya era demasiado tarde: mi padre controlaba mi mente, mi cuerpo, mi deseo. Yo lo deseaba a él. Iba a casa. Volvía a casa a por más». Todos lo saben y todos lo callan. La historia de la familia es un túnel oscuro, muy oscuro, donde el abuso de los menores, el incesto ha sido casi una constante, según vamos descubriendo. Ese silencio, la convivencia aparentemente normal, los hechos cotidianos se construyen sobre ciénagas de las que todos son conscientes. Los rencores, los odios se acumulan. La última relación de la narradora con su padre fue cuando ella tenía veintiún años; desde los diecisiete se había marchado de casa pero la pesadilla empezó siendo casi un bebé.

Las idas y venidas por los recuerdos construyen un texto de gran verosimilitud, donde el conjunto es el resultado de pinceladas narrativas muy vivas y de colores detonantes como los autorretratos de la autora inspirados en los de Frida Kalo, esos lienzos en los que aparece traspasada, empalada por mejor decir. El lector no tiene un minuto de reposo. Las escenas y las historias que coexisten con la tragedia personal, permanente, necesaria, se suceden con gran velocidad. La narradora es adicta al sexo y a la violencia, al masoquismo si así queremos definirlo. Siendo muy niña su padre la estrangulaba hasta creer que la asesinaba; otras veces la amarraba y la encerraba en un armario; cuando la liberaba aparecía como el salvador. Una relación humillante en la que no falta el síndrome de Estocolmo. La narradora llega a desearlo, a necesitarlo, a tener pena por él, a satisfacerlo. Un infierno lleno de matices, de cristales y de heridas como las que el padre le causó en la zona más íntima.

Esta sexualidad martirizada la comparte con muchos amantes entre los que predominan aquellos que se parecen a su padre. Destaca entre todos Salvador, un hombre de negocios, incluso mayor que su progenitor, chileno, padre de familia. La narradora pasa un tiempo en Chile y vive esa aventura que relata con todo detalle porque el lenguaje es muy explícito siempre. Otras sombras pasan por su vida. Llegó a casarse con Isaac y le fue fiel los doce años que duró el matrimonio pero... Un plato fuerte en estos tiempos.

‘Diario de un incesto’. Autor: Anónimo. Editorial: Malpaso. Barcelona, 2017.