La sociedad victoriana fue la que llevó a la cumbre aquello de "virtudes públicas, vicios privados". La apariencia era la norma. El control de las pasiones, clave para triunfar en sociedad. Un espíritu libre, con una inteligencia privilegiada, con un humor, un cinismo y una ironía admirables era un peligro. La sociedad lo destruyó. Dos años de cárcel y trabajos forzados, muerte en París, en la pobreza. Ya sabe el lector a quien me refiero, al príncipe del decadentismo, Oscar Wilde.

En el mes de mayo de 1895, cuando estaba en la cima de la fama, cuando era la estrella de los salones de Londres, empezó la tragedia. He pensado muchas veces en este escándalo y he llegado a la conclusión de que el amor obnubila la razón pero antes de seguir es obligado felicitar a la editorial Rey Lear por editar la novela corta El crimen de Lord Arthur Savile , ilustrada por Emilio Urberuaga.

"Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras que no la ame". Una frase de las que provocaban aquello de "las cosas de Wilde". No siguió la norma. Se enamoró del joven lord Alfred Douglas. El padre del noble escribió una carta a Wilde donde aparecía la frase "el que presume de sodomita". Lord Alfred empujó a su amante a que denunciara a su padre. Los hechos se precipitaron. Wilde pecó de ingenuo. El amor, ya se sabe, es un tipo de enfermedad, al menos eso se ha pensado durante siglos y algo hay de verdad en la afirmación.

El odio y la persecución a los homosexuales estaban en la base del sistema de valores de la época pero creo que el problema de Wilde era algo mucho más profundo. El decadentismo, del que el autor irlandés era adalid, defendía la amoralidad de las artes y eso sí que no se iba a perdonar. El arte es autónomo, el arte no se puede someter a religión, política o ideología en sentido amplio. Se aceptaba el ingenio, la iconoclastia controlada, el comentario de salón pero una teoría general de la creación con ese principio disolvente no era admisible. Se vengaron pero Wilde será siempre un gran maestro de esa forma de conocimiento que es el humor. Esta narración es una obra maestra y las ilustraciones de Urberuaga no son complemento, son creación. El resultado es digno de todo elogio. El título tiene un subtítulo: Un estudio sobre el deber , es difícil mayor ironía cuando se devora el texto, que es exactamente lo que hace el lector entre sonrisas y carcajadas.

Las recepciones suelen ser muy aburridas y las anglosajonas más. Existen unos sobrentendidos, unas pautas que restan espontaneidad a los gestos y a las palabras. Lord Arthur es un joven distinguido y bastante soso como corresponde al arquetipo. Está prometido a una joven aérea y pajiza, Sybil; por supuesto, muy sosa también. La acción se inicia en los salones de Lady Windermere. Entre los invitados destaca como un adorno un hombre bajito y regordete, un quiromante, Septimus R. Podgers, que es el foco de atención de todos cuando se pone a leer las manos de los asistentes.

En este punto tengo que destacar el ingenio, las frases, los comentarios: "El bello sexo es propenso a la impaciencia". He abierto el libro al azar y este es el rasgo de estilo fundamental de Wilde que me recuerda mucho a nuestro Jardiel.

El quiromante profetiza a Arthur algo terrible que no voy a desvelar. El lord se siente "obligado" a "cumplir" esa predicción antes de casarse. Se inicia una carrera delirante. Voy a dar pistas. Una pariente anciana que tiene ardor de estómago, una bombonera y una pastilla envuelta en chocolate. Parece que el objetivo se ha conseguido pero la decepción es enorme y Arthur tiene que buscar otra solución a su problema. En este caso se inclina por un reloj "especial" que envía al deán de Chistester. También falla en su designio.

Una noche el protagonista, con su pena acuestas, deambula por las calles y llega a la orilla del río Támesis. En el puente había una persona. Los acontecimientos se precipitan. Todo es muy rápido y el "deber" se cumple; por fin, Arthur y Sybil pueden casarse y hasta son felices.

No tiene que ver con lo anterior pero, lector querido, no se pierda la carta de Jane Percy, páginas 65 a 67. Es un ejemplo de crueldad y de humor insuperables. La puedo resumir en esta pregunta. ¿Por qué los pobres quieren vestir con "cosas bonitas" como las "clases altas"? Son unos "impíos".

Una sugerencia, es un regalo estupendo.