Quiero ponerme en la piel de Boualem Sansal, el autor argelino de El fin del mundo. 2084, editado por Seix Barral. Tiene que ser un hombre valeroso, no me cabe duda. Hay temas de los que es difícil tratar cuando te pueden acarrear riesgos de todas clases, incluso riesgo de muerte. El autor ya conoce la censura en su país y también las amenazas.

Sus novelas han conseguido gran éxito y no por las circunstancias, sino por su calidad literaria. Ya afirma Horacio que una cosa es el tema, otra la voluntad de hacerlo bien y la que importa, el texto.

Las novelas orwelianas forman un conjunto que tienen como elemento común el valor profético al desarrollarse en un tiempo venidero. Las posibilidades que este plano temporal ofrece al autor son muchas. Puede hacer lo que quiera con su imaginación, su libertad es absoluta en teoría, pero si nos fijamos un poco no es exactamente así.

Una palabra que no se usa es la que se refiere al valor moral de algunos textos. La palabra está en crisis pero la reivindico en el sentido más positivo imaginable. El autor elige un tiempo y unas circunstancias que vienen determinadas por un grave conflicto anterior. El plan textual arranca de una situación que entra en crisis y que lleva a una nueva realidad; por ejemplo, un cataclismo natural que acaba con una civilización cuyos escasos supervivientes tienen que organizar su vida de otro modo por el nuevo marco en el que tiene que desenvolverse. La elección de la historia implica la transmisión de unos valores, de un modelo moral que no tiene que coincidir con ninguna religión o doctrina filosófica o política a priori. En este sentido es en el que escribo moralidad. En los textos de estas características el mundo representado suele anular al individuo en nombre del pueblo o, como en este caso, de la religión.

Sansal se arriesga, elige un camino difícil porque el paralelismo del universo representado con hechos del pasado y del presente es clarísimo, demasiado evidente. El autor lo pone todo en el estilo y aquí triunfa absolutamente. La prosa es admirable. La Academia Francesa le ha otorgado su premio y ha acertado.

Existió un mundo del que no queda nada. Ese pasado fue sustituido, después de terribles guerras y terrores, por el imperio de Abistán, donde solo reina un dios y su profeta. Se trata de una dictadura religiosa donde cada habitante tiene que demostrar su fe en todo momento, donde tienen que competir e ver quién cumple mejor las normas estrictas de una estructura perfectamente organizada.

Entre otros aciertos quiero destacar dos. El primero se refiere a la estructura de Abistán, a su ambiente insoportable, a la asfixia que produce una burocracia implacable que llega a todos los órdenes de la vida. Se trata de una perspectiva inquisitorial fundada en una red de organismos, comités, juntas. Todos se espían, todos pasan por unos tribunales donde tienen que declarar sus errores y mostrar de manera inequívoca su fe, su entrega. No se trata de una espiritualidad sentida, se trata de formas, de ceremonias, de ritos, de hipocresía en suma. Claro está que si no se avienen a este teatro les espera la muerte más atroz. El poder es sinónimo de exterminio.

La descripción de la ciudadela con su gigantesca pirámide es notable. Los miles de funcionarios no salen de ese espacio, no tienen contacto con un exterior dividido en distritos, en barrios en ruinas. Nadie conoce lo que hay más allá, salvo para peregrinar. Las caravanas recorren el imperio de un extremo a otro; en realidad el imperio es el mundo.

El segundo elemento, clave para mí, es el tema del lenguaje. El cambio radical, absoluto, no se podía producir sin un cambio de las mentes y eso solo es posible si un nuevo lenguaje es impuesto. La lengua crea el mundo, este es el punto más importante.

Se puede afirmar que el mundo está bien hecho pero hay rumores y ecos, hay leyendas y comentarios, hay susurros, algo queda del ayer, algo incomprensible y ajeno. Como siempre, la curiosidad que es la construcción del yo, es el motor de Ati, el protagonista. La novela se divide en libros, al modo tradicional, y Ati vuelve a su ciudad después de pasar un año en un sanatorio y otro año de viaje. En el viaje conoce a un arqueólogo que vuelve de una excavación que puede tambalear el orden establecido.

Otro elemento importante es el componente de intriga y de aventura que aumenta el interés. Huidas, persecuciones, muertes y una remota esperanza en la Frontera, si existe. Al final, conspiraciones y la eterna lucha del poder.