Arquitecto de obras y palabras, Gerardo Olivares James nació en 1930 en Ceuta de forma circunstancial, al igual que un hermano suyo lo hizo en Tetuán, debido a la profesión de militar de su padre. Sin embargo, los cimientos familiares y profesionales de Gerardo Olivares son cordobeses, pues la mayoría de sus obras arquitectónicas, ejemplo de la renovación llegada en el siglo XX, se pueden contemplar aquí. Cuando este periódico lo cita para entrevistarlo, se piensa que tratamos de hablar con su hijo, el director de cine del mismo nombre, como si la historia vital y profesional de este arquitecto con hechuras de hombre bondadoso y culto no fuera lo sumamente importante para querer publicarla.

--¿Por qué motivo sus padres se trasladaron a Córdoba?

--A mi padre lo sancionaron después de la Guerra Civil, por ser militar de la zona republicana. Nos refugiamos en casa de mis abuelos maternos. El padre de mi madre había sido presidente de la Audiencia de Pamplona y una hija suya estaba casada con un cordobés. Cuando se jubilaron mis abuelos se vinieron a vivir con esta tía mía que ya vivía en Córdoba y se trajeron también con ellos a otra hija que tenían soltera. Tras la guerra, a mi padre, que era capitán, lo sancionaron con 12 años de cárcel, pena que pudo evitar por su antigua amistad con un general, muy amigo de Franco. Pero ya en Córdoba tuvo que dejar de ser militar y, como no tenía nada, empezó a enseñar matemáticas.

--¿Su apellido James es inglés?

--No, es de origen belga. El antecedente familiar más antiguo que hemos encontrado es de un señor que vino de Lieja a España en el siglo XIX.

--¿Cuántos hermanos tiene?

--Dos. José María, notario, y mi hermana, geóloga, pero que dejó la profesión al casarse.

--¿Cómo recuerda la Córdoba de su infancia?

--La ciudad poseía un casco histórico bastante deteriorado, no tenía de nada. Se acababa de fundar el periódico CORDOBA. No había cine y las películas que proyectaban tenían 15 años de antigüedad. Era una ciudad aburrida, aunque ha cambiado.

Gerardo Olivares pasó media Guerra Civil en Barcelona, porque la familia de su madre estaba señalada como de derechas y por este motivo a un hermano de su madre, juez como su abuelo, lo fusilaron con 28 años, en las navidades de 1936 en Valencia. Su único delito fue que se había casado con la hija del coronel de la Guardia Civil.

--¿En Barcelona se apreciaría más la crueldad del conflicto?

--Tenía entonces seis años y a veces se escuchaba "un bombardeo", que duraba 15 minutos o media hora y nos metíamos en una especie de entreplanta. Vivíamos en un barrio, cerca del Parque Güell, que no era muy peligroso, porque los bombardeos se concentraban en el centro y en el puerto de Barcelona. Por mi edad apenas era consciente entonces de que había unos señores "malos" que habían fusilado a un hermano de mi madre y por otro lado también se cargaron a un hermano de mi padre con 19 años, por algo que dijo cuando iba por la calle a milicianos de la FAI (Federación Anarquista Ibérica), ya que como buen Olivares era muy exaltado. Tras este hecho, un amigo de mi padre le dijo que convendría que se fuera de Barcelona a Menorca y allí estuvimos hasta el final del conflicto. Después toda mi familia ha vivido en Córdoba. Mi madre se murió con 101 años y ha residido casi toda su vida en la capital cordobesa. Soy muy crítico con Córdoba, porque a Córdoba la quiero y me fastidia la mala suerte que tenemos siempre.

--¿De niño dónde estudió?

--En un colegio privado que ahora es La Salle hasta quinto de Bachillerato y el resto de cursos (eran siete), a partir de 1945, en el único instituto que había entonces en la capital, el de las Tendillas (actual IES Góngora).

--¿Guarda alguna amistad de sus años de colegial?

--Sí, la del pintor cordobés, Rafael Alvarez Ortega. Y también conocía a todo el Grupo Cántico. Me gustaba lo que hacía. Me agradaba la música clásica y la escuchaba en el Patio de los Naranjos. Ricardo Molina organizaba allí autos sacramentales. No había orquesta, pero ponían discos. Los ensayos eran por la noche, iban cuatro gatos, pero allí olía a azahar, escuchando a Bach. En la congregación de los jesuitas de Gran Capitán, jugábamos al pin pon y allí tenía amigos y luego los conocidos de mi hermano. Cuando estudiaba en Madrid deseaba volver a Córdoba porque lo pasaba muy bien aquí. Cuando proyectaban algún filme como Gilda , los jesuitas te decían que si lo veías no te iban a dar la absolución. Era otro mundo. Entonces la iglesia tenía-Luego fue abriéndose.

--Se casó con una americana.

--Conocí a mi mujer, Susana Asbell, de Filadelfia, porque iba a hacer un curso de español en Madrid y vino a pasar la Semana Santa a Córdoba. Me casé 4 años después de acabar la carrera.

--¿Alguno de sus seis hijos ha estudiado Arquitectura?

--Ninguno ha sido buen estudiante. No han cursado una carrera, pero son muy responsables y buena gente. La Universidad imprime un sello de humanidades, independientemente de las cualidades del alumno. He procurado que mis hijos hagan lo que les gusta. Las dos mayores son mellizas y una se dedica al turismo y la otra tiene una sociedad relacionada con desfiles de moda. El tercero es Gerardo. Empezó con los reportajes, hizo documentales magníficos hasta que dio el salto a la dirección de cine. Alejandro es piloto y trabaja en Iberia. De las dos pequeñas, la primera estudió 14 años en Inglaterra y diseña moda con su hermana Laura que también estudió diseño en Madrid.

--¿La dictadura condicionaba el trabajo de los arquitectos?

--Hemos hecho muchas obras oficiales. Si no te metías en política no pasaba nada. En la Diputación nadie le dijo a De la Hoz cómo hacer la arquitectura y era innovadora. La Universidad Laboral, que luego se transformó en el Campus de Rabanales, era un edificio muy moderno y se inauguró en 1953. La iglesia de este conjunto era una maravilla y ejemplo de arquitectura moderna. ¿Reformar la iglesia para convertirla en un salón de actos? Fue una odisea, así como instalar allí el aire acondicionado.

--¿Cómo vivió la llegada de la democracia?

--Fue estupendo. Era un régimen que ya se había abierto y con los días contados, a pesar de los fusilamientos últimos de la dictadura, que fue una forma estúpida de terminar. Tras la caída del régimen, seguíamos haciendo las mismas cosas, pero había más preocupación por las obras públicas. Eso que dijo Alfonso Guerra de que "en 10 años a España no la iba a conocer ni la madre que la parió" era verdad. Con el paso de los años, los pueblos eran lugares en los que se podía vivir, con sus cines, sus actividades culturales y sus calles asfaltadas.

--¿Qué echa de menos de la Córdoba de su juventud?

--Solo la edad. La zona histórica de Córdoba se ha cuidado y se ha respetado. Hace unos años se produjeron muchos abusos y el único que ponía cierto orden en que las reformas se hicieran bien era el Colegio de Arquitectos, porque si no era una merienda de negros. No puedes convertir el casco histórico en una especie de monumento muerto, donde no pase ningún coche ni entre una ambulancia.

--¿Qué le parece el Plan Renfe?

--Un éxito. Córdoba tenía una reserva urbana, que eran los terrenos de la Renfe, que si se aprovechaban bien podían transformar la fisonomía de la Córdoba moderna. Se ha hecho allí una arquitectura de calidad.

--También ha cambiado la imagen de la entrada de la ciudad después de pasar el puente de San Rafael.

--Ahora te encuentras con el nuevo hotel, que es un monstruo para mi gusto.

--¿Prefería El Ojo del Califa?

--Estaba mucho mejor y separado del casco. Córdoba está muy bien, pero no es la ciudad que más ha progresado. Sevilla sí es una ciudad bellísima, pero su centro urbano era horrible. Llegó la Expo y transformó la ciudad, como le ocurrió a Barcelona y a Madrid. Aunque el ayuntamiento madrileño la ha arruinado, Madrid es una de las ciudades europeas más interesantes en urbanismo y vida.

--¿En qué debe mejorar Córdoba para intentar ser Capital Cultural Europea en el 2016?

--No haría el Palacio de Congresos. Hace falta, pero Córdoba tiene un par de palacios de congresos muy modestitos, que sirven para acoger estos eventos. El Palacio de Congresos de la calle Torrijos, se podía haber hecho más grande. Decían que era mucho para Córdoba y restaron un espacio para Filmoteca. Córdoba tiene un nombre, pero no tiene nada que hacer con Granada, Sevilla o la Costa del Sol. Cuando en Granada haya un palacio de congresos, en Sevilla otro y en la Costa del Sol varios, en Córdoba será difícil que se celebren reuniones. Y lo malo no es lo que cuesta el Palacio de Congresos, sino mantener el que iban a hacer, porque lo que ha quedado es un aborto. Eso sería hipotecar años el Ayuntamiento de Córdoba. Koolhaas hizo un proyecto, que podría gustar o no, pero tenía una intención. Lo redujeron y lo pegaron al suelo. Después le cortaron otro trozo. Al final queda un monstruito. Sin embargo, mantener eso, incluso con todas las rebajas que se le han hecho, sería una hipoteca para el organismo que se quede con él. ¡Un Palacio de Congresos cuando tenemos Sevilla tan cerca o Granada, que son las ciudades que se conocen! Córdoba, no nos engañemos, se conoce por la Mezquita, ya está. Los únicos que tienen interés por Córdoba son los árabes.

--Entonces, ¿Córdoba tiene posibilidades de cara al 2016?

--Córdoba hace poco por la cultura, debe tener bibliotecas y librerías. En la librería Luque se podían leer libros de tapadillo. Podías ojear el libro y si te interesaba lo comprabas y si no lo ponías en su sitio. El Corte Inglés ha acaparado la oferta. Cuando salía del estudio me iba a la Luque y allí me encontraba con Carlos Castilla y otra gente. Y cuando me enteré que cerraba la librería, me pregunté: ¿Esta es la Córdoba cultural? Fernando de Córdoba, uno de los más grandes humanistas, se fue a Italia y tiene dos libros escritos en latín y nadie se ha preocupado en Córdoba por traducirlos. Ni siquiera por hacer una biografía sobre Fernando de Córdoba.

--¿Cuál fue su relación con el Equipo 57?

--Tenía muchísima vinculación y de hecho colaboramos mucho. Eran entonces cinco jóvenes, los mayores eran Juan Cuenca y Pepe Duarte. Tenía muy buena relación con Duarte, Ibarrola y Serrano.

--Formó parte del movimiento Foros de Córdoba, ¿en qué corriente se sitúa ahora?

--Hemos intentado editar libros de interés. Se ha hecho un libro sobre toros. Eramos Juan Machín, que es un hombre e industrial muy inquieto; el doctor Manuel Concha, el fallecido pintor Antonio Povedano, Giménez Soldevilla, o la abogada Toñi Martón. Queríamos hacer un libro sobre aceite y el problema es que las constructoras eran las que daban antes el dinero y ahora están más para que les ayuden a ellas. También tenemos en puertas hacer un libro sobre arqueología, con la coordinación del catedrático Desiderio Vaquerizo, porque esta materia ha cambiado muchísimo en los últimos años. Una vez me tuve que pelear con un promotor por la aparición de un sarcófago paleocristiano en una obra. En el libro de Vaquerizo se incluirá el anfiteatro descubierto en la obra del Rectorado, que se ha identificado como el tercero de importancia en el mundo, después del de Cartago y de Roma.

--¿Fue alguna vez presidente del Colegio de Arquitectos?

--Fui una vez secretario, además no estaba muy de acuerdo con el colegio porque se metía en todo. Estuve una vez como decano provisional, por ser el de mayor edad. Entonces escribí una carta a los colegiados y hablaba de la situación de la profesión, de lo que debían ser los colegios. Aquí en España se valora la pillería, no decimos que es un sinvergüenza, sino qué listo es.

--¿Cómo ve el futuro de la profesión?

--Cuando comencé éramos solo 17 arquitectos en Córdoba y trabajábamos 12. Y ahora somos cerca de 700 en la provincia. Hay gente desesperada. Hay compañeros con hijos arquitectos, a los que no les ofrecen ni hacer la reforma de un piso. Es una situación desesperante. El otro día hubo una convocatoria pública para bedeles para el Congreso de los Diputados y optaron a la misma arquitectos. Los arquitectos ya no ganan como ganábamos antes.

--¿Cómo valora la recuperación de la memoria histórica?

--La veo negativa totalmente. Se llegó a una especie de compromiso nacional de que se iba a olvidar todo. Los que están olvidados, que los recuerden. Pero, ¿quién los tiene que recordar? Sus familias.