Ser alérgico a la leche no es lo mismo que ser intolerante a la lactosa. Según el doctor Juan José Gilbert, de la unidad de Pediatría Digestiva del Reina Sofía, "una alergia es un mecanismo inmune con reacciones inmediatas graves de tipo respiratorio o cutáneo y la intolerancia a un alimento es un problema digestivo crónico con síntomas más leves que tiene efectos a largo plazo".

La intolerancia a la lactosa, que parece haberse puesto de moda con la proliferación de leches libres de este azúcar, es un trastorno que afecta al 15% de la población infantil y que se produce por un déficit congénito de la enzima encargada de su digestión. En niños, existen dos tipos de intolerancia, la que se da en menores de dos años tras una infección intestinal y es de carácter temporal, y la que presentan los niños mayores de 2 años y que suele ser para toda la vida. Según Gilbert, "el tratamiento contra este trastorno consiste en eliminar o reducir la ingesta de productos lácteos con lactosa". Los pacientes menores, a medida que crecen deben aprender a identificar dónde está el límite sobre el cual se desencadena la intolerancia para controlar los síntomas, que según el experto, consisten en "flatulencia, diarreas explosivas con heces muy ácidas y malolientes". Esto quiere decir que la mayoría de personas con intolerancia leve o moderada puede consumir una cierta cantidad de lactosa sin padecer los síntomas. Como en las alergias, el problema está en la gran cantidad de alimentos que contienen trazas de lactosa sin que el enfermo sea consciente de ello.