No podían ocultar su alegría, aunque la mostraban con muchas reservas, las que dan casi tres décadas viviendo sabiendo que, tarde o temprano, están condenados a abandonar su vivienda o el local que les sirve de sustento. Los propietarios de viviendas y de establecimientos de Acera Pintada y de la plaza del Rostro que iban a ser expropiados para habilitar una gran plaza frente a la torre de La Calahorra y al Museo de Bellas Artes se mostraban ayer muy satisfechos tras conocer que la intención del gobierno municipal es iniciar un cambio en el PGOU que posibilitará que sus inmuebles sigan en pie y que ellos puedan continuar allí.

El propietario del bar Miguelito, Francisco Cano, es uno de los afectados. Su establecimiento iba a desaparecer para hacer realidad, junto a los terrenos aledaños, el Museo de Bellas Artes. En principio, la propuesta de Nieto le parece "muy bien porque vamos a estar más años", pero no se fía, ya que "hace nada se iba a tirar el bar y hasta me compré otro local" para trasladar el negocio cuando eso ocurriera. Para él, los más de 25 años transcurridos desde que se anunciaron las expropiaciones han sido una pesadilla, tanto que hasta "soñaba con la pala" y, sin embargo, "no pasó nada". Por ello, pide que se ponga fin a esa "incertidumbre", que el proyecto se "saque del PGOU" porque "para tenernos así, mejor que no lo hagan".

Los Romerillos es otro bar clásico en la zona, que tenía que desaparecer para configurar una gran plaza, un espacio diáfano con vistas a La Calahorra. "Hasta que no lo vea no lo creo, quiero que lo firmen", afirmaba ayer su propietario, Antonio Gallardo, que conserva muchos recuerdos ligados a ese local. "Mi padre lo alquiló en el 56 y lo compró en el 84 y nuestra vida está aquí".

En el número 2 de Acera Pintada reside Diego Aro, que no terminaba de creerse la propuesta. "Llevo mucho años aquí y no sé qué van a hacer", señala. Este vecino, que reside con su hija en una casa de 133 metros, relata las vicisitudes vividas hasta ahora como consecuencia de una expropiación que se anunció como inminente y que se ha ido demorando.

El tiempo transcurrido ha jugado en contra de estos vecinos. La mayoría de ellos no se han atrevido ni a llevar a cabo obras de mantenimiento pensando en la provisionalidad en la que se encontraban. "Hemos reformado la azotea porque estaba muy mal pero siempre estamos con el miedo a que nos van a echar", explica María Luisa Revilla, que se arriesgó hace trece años a comprarse un piso en el bloque de Acera Pintada. María Luisa está convencida de que si se invierte en el mantenimiento de la zona, "se le puede dar otro aire". No obstante, "hasta que no vea que nos envían algo formalmente, no me lo creo".

En la plaza del Rostro hay varias viviendas que, junto al colegio Rey Heredia, iban a ser víctimas de la picota. Uno de los residentes de esa plaza, que prefiere mantenerse en el anonimato, mostraba su satisfacción, ya que el plan, de ejecutarse, pone fin a "más de 20 años en los que siempre hemos estado sufriendo porque esta es nuestra vida". Su casa, por ejemplo, ha visto nacer a siete generaciones, por lo que le tiene un "cariño especial". Este vecino ha asistido a varios cambios en un plan que, finalmente, sufrirá otra modificación más.