Tardó más de la cuenta en salir de casa. Nadal los tenía retenidos. Ella se quedó compartiendo lágrimas con el equipo de Copa Davis; las compartió incluso con los argentinos, que, derrotados, abrazaban a un inconsolable Del Potro, abatido, incapaz de contener el llanto. El salió disparado, justo cuando Nadal cayó a la tierra con las manos en la cara, tapándosela, soñando con la Ensaladera que acababa de conquistar. Aún es fácil llegar al estadio, incluso cuando el tiempo corre. Llegó y se encontró el fondo abarrotado y una pancarta colgada. Como soñar es gratis, no nos despertéis hasta junio .

Quizá por eso los focos seguían apagados cuando empezó el partido, en una extraña penumbra. "Sabiendo lo que tardan en encenderse...", apuntó alguien. El sueño seguía. Un sueño de ocho minutos. ¡Pero vaya ocho minutos! Un jugador del Alcoyano le dio un pelotazo a la pizarra donde se escribían esos sueños. El balón pasó rozando a Jémez. Al técnico no le dio, pero la pizarra se fue al suelo.

En el descanso surgieron nuevos planes. "¿Vamos a ver las luces de Navidad?". Los sueños se multiplican en diciembre. Y el amor. Un seguidor cayó en la cuenta del nombre de un jugador del Alcoyano. Se llamaba Gato. "Yo también quiero que me llamen gato". Nadie le hizo caso. Quizá porque a su lado, una decena de aficionados alicantinos saltaban y gritaban, ajenos al resultado.

El mismo resultado que hizo olvidar a los hinchas blanquiverdes que se jugaba un partido de fútbol. El partido era de ellos. Empezaron retando al fondo sur. Se las prometían muy felices los del norte, conscientes de su superioridad numérica, cuando retaron a los 50 que tenían en en lado opuesto. La sorpresa fue mayúscula cuando sus voces resonaron en cada rincón del estadio. El eco es tal, que parecía que esos 50 eran cientos. A más de uno se le puso la piel de gallina imaginando ese estadio abarrotado de gente.

El árbitro se quiso apuntar a la fiesta. "No, ahí no". "No, ahí tampoco". No había manera de que Caballero acertara con el lugar desde donde tenía que sacar la falta. "Más adelante, más adelante". Y vuelta a colocar el balón con la mano. "¿Pero a qué juegas? ¡Ven y ponla tú!", gritó alguien desde la grada, ya desesperado.

Pudo haber colapso de mensajes de móviles. Los que transmitían al exterior lo que sucedía dentro. ¡Estamos hasta haciendo la ola! Los que lo veían en su casa por televisión. Acaba de decir mi padre: "ahora por lo menos se ve fútbol aquí, porque estos años de atrás con Alcaraz..." .

Es tal la exquisitez que se vive en El Arcángel, que ya se le pide a los jugadores hasta educación con el colegiado. "Si ha pitado no va a decir que no; no protestes más", recomendaron a Silva.

El estadio se queda casi a oscuras cuando los jugadores ni siquiera han abandonado el césped y la gente desfila por las escaleras. Hay quien aguanta junto a su asiento con una bufanda que quiere rayar el cielo; cielo que se quedan mirando dos hombres mientras tararean el himno del Córdoba, acompañando a los altavoces; cielo desde el que el padre de Pepe Díaz --por el que se guardó un minuto de silencio-- estará soñando.

En la otra punta del cielo, en el vestuario blanquiverde, suenan música y cánticos, pese a que son casi las nueve y ya no queda nadie, ni siquiera fuera. A esa hora, quizá Nadal y Del Potro ya hayan dejado de llorar y en cada hogar cordobesista haya entrado un sueño.