Sigourney Weaver no es una estrella de Hollywood. Si lo fuera, habría ido a Barcelona a filmar sus escenas de Red lights escondiéndose de la prensa, haciéndose la estirada con el equipo de rodaje y esfumándose al acabar el trabajo. Más o menos, lo que hizo Robert de Niro, que ejerce de auténtica estrella. Weaver ha demostrado que no es una diva insoportable, sino una mujer cercana y cariñosa.

Si fue capaz de prescindir de un día de descanso en París para ver actuar a Diego El Cigala, cómo no iba a alquilar un local para despedirse de sus chicos, los casi 80 del equipo que dirige Rodrigo Cortés. Eso es lo que hizo la noche del jueves. Cerró un bar musical y les invitó a una cena a base de tapas. La auténtica estrella los recibió, les agradeció la visita, les abrazó al llegar, les dio un vale para las consumiciones...

Aún quedan semanas de filmación en Canadá. ¿Habrá fiesta al otro lado del Atlántico? Antes que a De Niro, mejor pregunten a Weaver.