Refugiados ucranianos

Un año de guerra en Ucrania: recuperando la sonrisa a 3.000 kilómetros de casa

Una familia ucraniana que vive en Huesca sigue sin plantearse volver a su país hasta que regrese la paz

Oksana, Anastassia, Hennadii y Luis, en el santuario de Peralta de la Sal.

Oksana, Anastassia, Hennadii y Luis, en el santuario de Peralta de la Sal. / EPA

Sergio H. Valgañón

El santuario de Peralta de la Sal, en Huesca, se ha convertido en el último año en un refugio internacional. Un lugar de asilo, de paz, para ciudadanos de todo el mundo que tienen que abandonar su país en busca de una tranquilidad que, dentro de sus fronteras, no pueden vivir. Entre los primeros se encontraban Hennadii y Anastassia, acompañados de sus tres hijos; y Oksana, que llegó un par de meses después junto a sus retoños.

Cogen el teléfono pasadas las 21.30 horas. Entonces los tres ya están juntos, tras completar su jornada laboral. En solo diez meses han aprendido a entender el español, se defienden en las conversaciones y trabajan en la provincia. Ellas son parte del equipo de mantenimiento del santuario, especializadas en el apartado de la cocina y el servicio, mientras que Hennadii lleva un tiempo trabajando en Julián Mairal, en Barbastro, en una empresa especializada en carnes.

"Ha sido un año muy difícil", empiezan los tres, que prefieren vivir en el presente a recordar lo que perdieron hace ya un año. "Entendemos mejor de lo que hablamos", cuentan entre risas, animando a Luis Fuster, concejal de la localidad, a echarles una mano con la entrevista. Fuster es uno de los responsables de que hoy el santuario de Peralta sea lugar de acogida para todo tipo de personas necesitadas.

¿Viven a gusto en este municipio oscense? "Estamos muy bien, aprendemos español, tenemos trabajo...", detalla Hennadii, al que le completa su esposa Anastassia, que se siente "muy agradecida con España y con todas las organizaciones que nos están ayudando". "Han hecho mucho por nosotros, en Peralta son muy buena gente", explica Oksana, antes de que entre los tres se turnen para enumerar a una decena de vecinos que les han echado una mano desde el mes de mayo, cuando se instalaron definitivamente.

Una vida nueva a miles de kilómetros

En ese pasado que dejaron atrás, su vida era muy diferente. Oksana trabajaba en banca, Anastassia se dedicaba a la confección de ropa y Hennadii era uno de los mánagers de un club de fútbol que militaba en la segunda categoría nacional. "Para nosotros no es ningún problema adaptarnos y hacer trabajos tan distintos, porque estamos muy contentos de poder trabajar en Aragón", explican, sintiendo como "una suerte" el poder emprender una nueva vida laboral tan poco tiempo después de haber salido de Ucrania.

Mientras ellos están en sus trabajos, los pequeños de las familias también han encontrado su hueco. Sus hijos son unos de los casi 1.500 menores ucranianos que han entrado a engrosar el sistema educativo español.

"Nuestras fuente de información son los amigos y familiares que siguen estando en el territorio en guerra"

Emiliia, de 16 años, y Nonna, de 12, son las hijas de Hennadii y Anastassia y estudian la ESO, aunque los padres señalan que "cuesta hacer cosas aquí, es un pueblo pequeño y las chicas tienen que buscar cosas que hacer, porque no hay muchos servicios". Tihran, el hijo mayor, de 17 años, encontró entretenimiento en la pasión de su padre: el fútbol. Desde el inicio de la temporada es miembro de la plantilla del juvenil del Barbastro, actividad que compagina con sus estudios. Echando la vista a Ucrania, en su familia echan de menos "los estudios centrados en cultura y artes que ya había comenzado antes de la guerra". Las hijas de Oksana, Iliia (9 años) y Margarita (7), más pequeñas, también se han integrado en la dinámica habitual del municipio.

"Estamos bien, tenemos trabajo, aprendemos español y los aragoneses han sido amables con nosotros"

No dejan de mirar internet para conocer las últimas novedades del conflicto, pero su fuente de información son las personas cercanas que se han quedado allí. «Tenemos amigos y familia que son nuestra primera fuente, mantenemos mucho el contacto hablamos a todas horas con ellos».

El cariño por la patria no se pierde y menos en una circunstancia como la actual. Pero son conscientes de la situación: "Es nuestra tierra, siempre queremos volver, pero con la guerra no podemos". "Ahora vivimos aquí y queremos seguir estando aquí porque nos sentimos muy cómodos", terminan los tres adultos, ya pensando en el día siguiente, normal, pero sin olvidar la excepcionalidad que rodea a Ucrania desde hace un año.

Caravanas de solidaridad

El camino inverso, el que une la comunidad con la capital de Ucrania, también se ha hecho en numerosas ocasiones. Cuando el conflicto estalló, varias caravanas atravesaron el Pirineo con destino al centro de Europa, cargadas de víveres, mantas y materiales para ayudar a aquellos ucranianos que no pudieran venir hasta España.

Javier Martín fue uno de los aragoneses que organizó en su tiempo libre una de estas caravanas de ayuda: la primera en marzo, la segunda hace apenas tres meses, a mediados de noviembre. "Conseguir ayuda para este segundo viaje ha sido mucho más complicado que para el primero, porque hemos normalizado el conflicto", resume apenado Martín. Entre esos dos viajes, este guardia civil encontró grandes diferencias, "con las infraestructuras mucho más destruidas y sin poder dar los servicios públicos más básicos a la población".

"Esto lastra las aspiraciones de Ucrania en la guerra y de los afectados por el conflicto", desarrolla este voluntario aragonés, que advierte de que hoy "es más complicado salir del país y atravesar fronteras, por lo que muchos se quedan en países cercanos a Ucrania". Una situación, de colapso humanitario, que está mostrando "las carencias en ayudas que hay en la zona, que no dan abasto para atender todas las necesidades".

La fotografía que hace Martín de Ucrania la atrapó en sus viajes con su cámara. De esas imágenes nació una exposición que "sirve para mostrar el éxodo que han sufrido niños y mujeres, que han sido los mayores afectados". En un mes, el 17 de marzo, vuelve a Kiev: "El objetivo de esta misión es ayudar a una mujer embarazada y su hija, porque la situación sanitaria del país no garantiza que el parto se pueda llevar con seguridad y creemos que en España sí que se podrá conseguir".

El poder mediático en la permanencia de los conflictos

Desde que las primeras bombas cayeron sobre Kiev hace un año, las cámaras se giraron hacia la capital ucraniana. Todos los medios de comunicación enviaron a periodistas a cubrir un conflicto que anunciaba a Europa que la guerra volvía a sus fronteras. Desde entonces, no hay día que por la televisión no desfile un tanque ni periódico que no ilustre una de sus páginas con Zelenski o Putin. ¿Por qué es tan importante que los medios sigan atendiendo a lo que ocurre en Ucrania? "Nosotros siempre distinguimos entre sucesos mediáticos y no mediáticos", afirma tajante Fernando Pérez, coordinador autonómico de Cruz Roja. Aunque permanecer en los medios más tiempo no es garantía de calar en la sociedad, ya que "lo mediático dura lo que dura".

Pérez considera que la relevancia informativa adquirida por Ucrania "ha hecho que la ayuda se haya mantenido mucho más tiempo y que la sociedad esté mucho más concienciada respecto a este suceso que a otros". El coordinador de Cruz Roja compara el conflicto ruso-ucraniano con los recientes terremotos en Siria y Turquía, a los que se ha dado menos cobertura. "Tenemos que ser conscientes de que el volumen de ayuda ha caído desde los primeros meses y es algo que siempre pasa", concluye Pérez, que insta al resto de la población a darse cuenta de que "este tipo de desastres dejan unas consecuencias que tardan en repararse mucho tiempo, no solo el que están presentes en televisión".