Opinión | Para ti, para mí

Los 10 retos de la nueva cúpula episcopal española

Entre ellos están el saludo a las víctimas de abusos sexuales, caminar en unidad, la inmigración, la educación, la misión de evangelizar, etc.

A lo largo de la pasada semana se celebró la Asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Española, con la elección de una nueva cúpula en la presidencia, vicepresidencia y diversas comisiones y la despedida del cardenal Juan José Omella, con un discurso ejemplarmente dirigido a sus hermanos en el episcopado. Como es lógico, cada periódico buscó sus titulares a las noticia y ofreció sus comentarios más variados. Desde los más sensatos como el de «Juego de equilibrios en el Episcopado, con Argüello y Cobo en su cúpula», hasta los más «ideologizados», como el de «El conservador Luis Argüello, nuevo presidente de la Conferencia Episcopal». Es lógico. Cada medio de comunicación, junto a la noticia, intenta descubrir «su entraña más viva», su «calificativo acorde con su ideología o con su visión de la Iglesia». Al inicio de la Asamblea, el discurso del cardenal Juan José Omella, dirigido a sus hermanos en el episcopado, modelo de sencillez y fraternidad, que quiso titular con esta frase: «Caminando unidos hacia la meta, cedo el testigo recibido». El cardenal sintetizó la misión que tienen los obispos de ofrecer a Jesús, verdadero rostro de Dios Padre, que sale al encuentro de la humanidad herida para salvarla: «Dios no es un amo distante, sino un Padre lleno de amor que se hace cercano, que visita nuestras casas, que quiere sanar todo mal del cuerpo y del espíritu; que se hace cercano para acompañarnos con ternura y para perdonarnos. Los obispos hemos sido particularmente llamados por Cristo a ser portadores de esa esperanza». Tras la elección de la nueva cúpula de la Conferencia Episcopal, tanto el presidente, Luis Argüello, como el vicepresidente, José Cobo, expresaron lo que podemos denominar como sus «primeros anhelos», sus «primeros retos» que, en síntesis, pretenden «evangelizar con las armas del diálogo y del espíritu fraternal». Espigando algunas de sus frases, he aquí esos «retos»: Primero, el gesto público de saludar a las víctimas de abusos sexuales que, desde el lunes se manifestaban ante la puerta de la sede de la Conferencia, antes de recibir a los medios de comunicación social. El segundo reto se centró en las palabras del cardenal Cobo: «Nos hemos esforzado en la transparencia y en cambiar nuestra cultura para poner la centralidad en las víctimas». Tercero, en palabras del presidente y vicepresidente: «Tenemos una especial responsabilidad en cuidar ese ejercicio de colegialidad de los obispos de España, su vinculación con el obispo de Roma, y desde él, con toda la Iglesia universal». Cuarto, «queremos alentar también que todo el pueblo de Dios camine unido». Quinto, «nuestro objetivo es seguir aprendiendo a trabajar en equipo, con la «clave» puesta en el «servicio». Sexto, «nos preocupa la pobreza de corazón y también la material: los jóvenes sin empleo y con dificultad para crear una familia». Séptimo, «asimismo, nos preocupan los inmigrantes, aquellos jóvenes que deambulan por las calles, sin horizontes». Octavo, «somos conscientes de la secularización que vive la sociedad española y el alejamiento de muchas personas de la vida de la Iglesia». Noveno, «miramos el futuro con esperanza tras el reciente Congreso de Laicos, el Encuentro del «primer anuncio» y el Congreso de Educación. Décimo, «los obispos estamos deseando que los laicos tiren de nosotros». Diez «actitudes y retos» que han señalado el presidente y el vicepresidente de la Conferencia Episcopal, estrenando cargo y aceptando la hermosa misión de «evangelizar» en sintonía con esa nueva época que nos ha tocado vivir.

Junto a las «noticias eclesiales», el impacto terrible que ha llegado de Francia, aceptando el aborto como un derecho y colándolo en su Constitución. Ni desde el punto de vista más humano, más científico, más existencial y más social, nos lo podemos creer. Nos vienen a la memoria las palabras de Julián Marías, filósofo de tanto prestigio, en uno de sus históricos artículos periodísticos: «Cuando se dice que el feto es «parte» del cuerpo de la madre, se dice una insigne falsedad porque no es parte: está «alojado» en ella, implantado en ella (en ella y no meramente en su cuerpo). Una mujer dirá: «Estoy embarazada», nunca «mi cuerpo está embarazado». Es un asunto personal por parte de la madre. Una mujer dice: «voy a tener un niño», no dice «tengo un tumor». El niño no nacido es una realidad «viniente», que llegará si no lo paramos, si no lo matamos en el camino. Y si se dice que el feto no es un quién porque no tiene una vida personal, habría que decir lo mismo del niño ya nacido durante muchos meses (y del hombre durante el sueño profundo, la anestesia, la arteroeclerosis avanzada, la extrema senilidad, el coma). A veces se usa de una expresión de refinada hipocresía para denominar el aborto provocado: se dice que es la «interrupción del embarazo». Los partidarios de la pena de muerte tienen resueltas sus dificultades. La horca o el garrote pueden llamarse «interrupción de la respiración», y con un par de minutos basta». Ante estas lineas del gran filósofo español Julián Marías, ¿qué dirán los «intelectuales franceses»? Por eso, la Madre Teresa de Calcuta lanzaba a todos los pueblos del mundo este grito desgarrado ante los abortos: «¡No matéis a vuestros hijos! ¡Dádmelos a mi!». Al menos, valgan los versos del poeta del amor: «Nadie comprendía el perfume / de la oscura magnolia de tu vientre...». Hasta Neruda «argumentaba» a su «manera» contra el aborto.

* Sacerdote y periodista

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