Opinión | Tres en línea

Ábalos tenía que ser

El César cedió el mando de los pretorianos a un personaje más oscuro que gris

Cada vez son más los dirigentes socialistas que no temen perder el Gobierno, aunque no lo deseen. Su miedo es a perder el partido. Que no temen la caída de Sánchez, porque el hartazgo sobre su despotismo aumenta en proporción geométrica conforme pasan los días. Su miedo es al desierto que puede dejar tras él. Que no temen que Europa, el marco en el que estamos inscritos, ponga a España y sus permanentes líos en cuarentena. Su miedo es que, para la socialdemocracia, tras el paso de Sánchez, Europa sea el espejo de lo que viene: Francia, Italia… Los países donde los partidos socialistas fueron un día la fuerza decisiva y hoy son irrelevantes al mismo tiempo que, en un giro del destino no por cruel menos esperable, los populismos de extrema derecha se enseñorean del escenario.

Saben esos dirigentes, por experiencia, que la impostura y las contradicciones las paga muy cara la izquierda. Recurrir a la militancia para llegar al poder y perseguir y bloquear todas las formas de participación en el partido tras alcanzarlo. Pregonar que hay que abrir el PSOE mientras se fija como objetivo encerrar a la sociedad entre muros. Apelar a construir nuevos liderazgos territoriales, después de haber liquidado los que había. Instar a buscar nuevos espacios, y que todo el mundo entienda que de lo que se trata es de pergeñar nuevas alianzas en las que el PSOE ya admita su subsidiariedad. Afirmar que el ciudadano será el centro de toda acción política pero no dar jamás cuenta de las decisiones que le incumben, degradando la democracia al mero ejercicio de votar escondiendo lo que realmente se va a hacer con el voto. Abandonar el proyecto federal para retroceder, sin mediar debate, a la vieja España de los reinos de Taifas y la confederación de coronas. Presentarse como bastión frente a la ultraderecha pero pactar con supremacistas, engordando al monstruo, hable castellano o catalán…

Podríamos seguir. Pero no hace falta ser exhaustivos. Todo lo anterior compone un cóctel letal para un partido como el socialista a medio plazo. Pero esos mismos dirigentes que aún callan en público aunque cada vez son más fatalistas en privado (y en ese pecado llevan la penitencia) saben que la fractura provocada por los pactos con Puigdemont y la amnistía, sumada a los nuevos escándalos de corrupción son un veneno que, por el contrario, actúa de forma fulminante. Cada vez son más, dentro del Partido Socialista, los que temen que, de seguir así, en la próxima cita con las urnas el PSOE excave su propio suelo de votos. La mayoría, no obstante, se tranquiliza con el mantra de que la ley impide convocar comicios durante el primer año de legislatura. Pero ese es un recurso que, de tanto repetirlo, ha acabado perdiendo la misma referencia temporal en la que se basa. No falta un año para que puedan celebrarse elecciones: faltan menos de tres meses para que puedan volver a convocarse. A partir del 29 de mayo, exactamente.

Cuando Sánchez reconquistó el PSOE, manipulando los sentimientos de una militancia a la que ahora utiliza a su antojo sin escucharla, y entregó la llave del partido a José Luis Ábalos, lo que ocurrió es que el César cedió el mando de los pretorianos a un personaje más oscuro que gris, rodeado siempre de amistades peligrosas. Para tener contexto, sólo hay que recordar quién fue, en los orígenes, el hombre de Ábalos para intentar ganar con malas artes el congreso del PSPV celebrado en el año 2000 en Alicante. Ese personaje, que amenazó a tirios y troyanos durante dos días aunque a la postre no consiguió sacar adelante a su pupilo, se llamaba José Luis Balbás y tiempo después, como todos los simpatizantes socialistas recordarán, fue el cerebro del «tamayazo» que, gracias a la traición de dos diputados del PSOE que él pastoreaba, sirvió en bandeja el gobierno de Madrid a la derecha pese a haber ganado la izquierda. Con personajes así pretendía Ábalos hacerse con el control de la segunda federación socialista en número de militantes. Y con personajes como el tristemente conocido Koldo es como Ábalos, ungido por Sánchez, manejó gobierno y partido mientras estuvo en los ministerios y las ejecutivas. Hay una línea de continuidad. Y ahora estamos viendo dónde acababa esa línea.

En julio de 2021, de forma absolutamente sorpresiva, José Luis Ábalos fue destituido por Sánchez como ministro. La prensa nacional puso el foco en esa salida del Gobierno, igual que está haciendo ahora al rememorarla. Pero la preocupación de los dirigentes socialistas no iba tanto por ahí, como por su cese, travestido de dimisión, al frente de la secretaría de Organización, el verdadero poder en el PSOE. Cualquier alto dirigente socialista al que le preguntaras en aquel momento qué estaba pasando, contestaba lo mismo: «No lo sé. Pero tiene que ser muy grave. No se echa a un secretario de Organización si no es por algo muy jodid». Jodido, y perdonen la expresión, era el calificativo más empleado entonces. Sabían de lo que hablaban, aunque no supieran de qué hablaban.

Sánchez no dio ni una sola explicación de aquello. Como presidente del Gobierno podía no dar razones sobre la salida de Ábalos del Consejo de Ministros. Es su potestad nombrar ministros y despedirlos. Pero lo inaudito es que tampoco diera ninguna explicación a la ejecutiva federal del PSOE de la liquidación del hombre encargado de dirigir el día a día del partido. El César arrastra hoy aquella condena, porque Feijóo el otro día en el Congreso, con mayor o menor acierto a la hora de expresarlo, no hizo sino poner encima de la mesa lo que a estas alturas todos podemos pensar: que Sánchez lo echó porque ya entonces tuvo información sobre posibles corruptelas. Pero no informó de ellas ni presentó las correspondientes denuncias, lo que ahora le hace prisionero de un tipo que sólo busca su supervivencia. En su ascensión al imperio, Sánchez olvidó una cosa: que los césares aupados por sus pretorianos acabaron casi siempre liquidados por éstos. 

*Director general de Contenidos de Prensa Ibérica en la Comunidad Valenciana

Suscríbete para seguir leyendo