Opinión | Tribuna abierta

Sabiduría ancestral de las abejas

La película ‘20.000 especies de abeja’ alcanzó 15 candidaturas en los últimos premios Goya

La tragedia humana es siempre un argumento de éxito en el cine. El infierno que a veces vive el ser humano, individual y colectivamente, nos llega hasta las entrañas y nos revuelve las tripas. Los griegos tuvieron el honor (con Esquilo a la cabeza) de ponernos ante el espejo para comprender nuestras glorias y miserias. Prosigue rauda la inercia con eficacia en la gran pantalla del mundo contemporáneo, que es capaz de escarbar en lo más hondo de nosotros para observar las vísceras. Una vez más la edición los premios Goya, enaltecida como gurú del cine español, sentencia las bondades del género con amplia nómina de candidaturas (dirección, actores, aspectos técnicos...). Como dicta el refrán popular, para gustos hizo dios los colores. Doctores tiene la Iglesia, y algo tendrá el agua cuando la bendicen. La película de las ‘20.000 especies de abeja’ ha alcanzado uno de los mayores rankings nominativos de la Historia (15 candidaturas), aunque fuera relegada del primer puesto por la mediática ‘La sociedad de la nieve’ (12 estatuillas) con aparato publicitario abrumador. No es para menos. La película destila belleza por todos sus poros a partir de un argumento dramático de extraordinaria enjundia, tratado con una sutileza extraordinaria. Nada se deja al albur, todo está medido y bien medido, con profunda significación en detalles, palabras y gestos, escenarios, liturgia social, etc. Nadie queda impávido ante un problema humano de tanta enjundia.

La solvencia de la película solamente es posible a partir de mimbres muy fuertes, con magistral dirección (Estíbaliz Urresola), sólida actriz de reparto (Ane Gabarain), guión de sutileza cabal e ingredientes poderosos de aliño (música, entorno físico..., etc.). Sobre todo ello, decimos, resalta con creces un argumento sobrecogedor. Las cuestiones de género (en amplio espectro) que afloran en las últimas décadas con tantísima sensibilidad, se pertrechan en el film de Urresola con trépano profundo. Tal es el asunto de la identidad sexual y de género que se plantea. Sin estridencias de ruido y con exquisita finura, y delicadeza a espuertas, se aborda la dicotomía y ambigüedad de uno de los aspectos más dramáticos del ser humano. Un tema que frisa siempre el filo del cuchillo entre las verdades físicas, convencionalismos sociales y las zigzagueantes créditos morales de distinta factura. Con cuanta cautela debe andarse -y se camina por la película- entre el tráfago del de dolor de quien sufre en sus carnes, quien ve y no quiere ver, y quien asienta criterio con principios de sensatez. Con armazón potente de escultora en ciernes cifra Gabarain un personaje muy cierto, sembrado de dolor de madre, que lucha en sus adentros entre las verdades del ser querido, el convencionalismo social (que quiere ignorar) y la impotencia a ultranza para abrir puertas de libertad. El contrapeso de los secundarios (de mucha potencia) mueve la balanza a uno y otro lado (padre..., pensar y repensar; tía de mentalidad abierta, sensata) sopesando principios de moralidad nada fáciles de transgredir, asumir y superar.

El pugilato entre edades (niños expectantes), géneros (hombres y mujeres) y culturas (pueblo, ciudad, idearios...) está servido, y nos embarga con delicadeza en contrastes de línea fina, pero concepto grueso, haciéndonos discernir dilemas de abultado contrapeso. La joven directora despliega en superficie fácil escenas cotidianas de un profundo drama envuelto en la compleja encrucijada psicológica, física y moral que no está al alcance de cualquiera para abordarlo con solvencia. Saliendo ileso o ilesa de la contienda. Con cuanta delicadeza tratan los guionistas un espinoso tema punteando aquí y allá, con ligeras variaciones de género para que el espectador se percate de la tragedia que sobrevuela en horizonte diario de un pequeño ser que no sabe lo que le pasa. Con cuanta belleza se introducen retazos lingüísticos (profundo euskera...), musicales y medioambientales (el paisaje de Llodio) para pergeñar la hondura argumental, los requiebros de un tema sembrado de luces y sombras, sonidos vacuos y silencios estridentes, voces hueras y palabras dolorosas que hieren en lo más hondo: porque son verdades de la niña (excelente interpretación de Sofía Otero); porque son dudas de madre; incompetencias e incapacidad del padre y sensatez determinante de la tía. Una película bella y honda y dolorosa, magnífica para la reflexión, el debate y descarnado análisis de la duda.

No hay soluciones fáciles; no hay salidas completamente libres..., y no hay herida sin cicatriz. No hay hueco para la mentira ni el disfraz, porque la punta de las verdades es muy afilada y está teñida de sufrimiento. Solamente las abejas, y el abismal enjambre de la colmena, nos destilan con sus melosas metáforas (que lo es toda la película) la cruda realidad de una tragedia, pero también la complejidad del un ser humano que es diverso por naturaleza.

* Doctor por la Universidad de Salamanca

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