Opinión | Tribuna abierta

Pálido planeta europeo

Con lánguido desperezar, abotargada y sumisa, Europa abre los ojos. El planeta selenita del viejo continente vota renovación. Sin entusiasmo y con escuálido porte de convencimiento. Los europeos hemos perdido el norte, sin haberlo alcanzado, y qué lejos se encuentra el ilusionante viaje a la luna de Julio Verne, que en la lejanía la vemos como una casa que no es nuestra, aun estando en ella, pero con habitaciones que nunca visitamos ni sabemos que existen. El 9 de junio Europa se prepara para uno de los sufragios más relevantes de su vida política: 450 millones de ciudadanos están convocados a votar, de los cuales 45 millones son españoles. La composición del Parlamento Europeo, con sus 720 diputados, incluye a 61 eurodiputados españoles. Sin embargo, a pesar de la magnitud del evento, Europa sigue siendo un ente lejano para gran parte de la población. Es como la luna: visible y brillante, pero con una cara oculta llena de sombras que pocos conocen realmente. La percepción general es que las decisiones que se toman en Bruselas y Estrasburgo, aunque influyen profundamente en nuestras vidas cotidianas -a través de subvenciones, la Política Agraria Común (PAC) y diversas políticas sociales-, parecen distantes y ajenas. La gran mayoría de la población no entiende el funcionamiento del Consejo de la Unión Europea, Comisión, Parlamento y otras instituciones clave como el Banco Central, que diariamente rigen nuestras existencias. Esta desconexión brutal genera una falta de interés y conocimiento descollante, relegando las elecciones europeas a un plano secundario, eclipsadas por las disputas políticas nacionales entre socialdemócratas, democratacristianos, verdes y la creciente extrema derecha en pose de pugilato. Las políticas europeas se desarrollan en un complejo rompecabezas global, donde Europa juega un papel secundario comparado con los gigantes del escenario internacional (Estados Unidos, China y Japón...). En los grandes conflictos y crisis mundiales -como la guerra en Ucrania o el conflicto en Gaza-, Europa apenas actúa como un espectador pasivo, alineándose con los intereses espurios de potencias mayores. Los líderes europeos, empingorotados con brillantina efectista barata, parecen más ocupados en congraciarse con los magnates internacionales que en liderar iniciativas propias.

En Europa seguramente que nos jugamos mucho, pero es como si no apostáramos ni perdiéramos nada; apenas si sabemos jugar; apenas si conocemos el juego; apenas si escuchamos las voces del más allá. Quizás sea culpa nuestra, pero no toda seguramente, porque tanto abandono en desconocimiento y desidia no puede ser fruto de un simple desinterés. La partida que se juega en Europa no parece ser de los ciudadanos, sino de una democracia difusa con participación escuálida y ringo rango de ruidos y voces momentáneos que se pasan pronto, para volver raudos al apaciguamiento existencial de Sancho Panza. Para otros queda el desfacer entuertos y locuras quijotescas que visionan molinos. Las próximas elecciones europeas presentan una oportunidad crítica para reavivar el espíritu de la ciudadanía europea, dicen, sin embargo la realidad dicta participación baja, con débil conexión entre los ciudadanos e instituciones europeas. La democracia europea parece difusa, con una participación que oscila entre la apatía y la protesta momentánea, sin un compromiso sostenido. La Europa que antaño fue el ombligo del mundo parece ahora dormitar, atrapada en una letargia pegajosa. A pesar de los destellos de claridad que ocasionalmente iluminan sus movimientos, las convulsiones de la crisis y la inacción ante problemas graves son la norma. Las muertes indecentes de personas en guerras y la crisis constante que enfrentamos no parecen tener un liderazgo claro ni una dirección firme. El planeta Europa seguirá brillando en el horizonte, con habituales nubarrones y una cara oscura sempiterna, queriendo entrar de rondón en nuestras vidas con sus destellos de claridad, pero seguirá su ruta equilibrada sin mover grandes voluntades de una ciudadanía que la conoce de lejos. En este contexto, el 9 de junio es más que una fecha electoral; es una llamada a despertar, a conocer y a participar en un proyecto que, aunque lejano y difuso, tiene el poder de moldear nuestras vidas y nuestro futuro.

*Doctor por la Universidad de Salamanca

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