Opinión | Caligrafía

Biblioteca Clásica de la RAE

Este mes hace trece años que comencé a reunir la Biblioteca Clásica de la RAE. Sucedió que la vi anunciada en algún sitio y me pilló en casa la visita de un agente de Círculo de Lectores. Me aseguró que ya no existía el compromiso de adquirir un libro cada cierto tiempo y dejamos pactado que en cuanto se publicara un volumen de la colección me lo traería. El primer tomo, el ‘Cantar de Mío Cid’, estaba por salir. Se trata de una colección de 111 libros, desde el ‘Cantar’ hasta ‘Los Pazos de Ulloa’, con el canon literario nacional, o sea, con los libros que más o menos hay en todas las casas que hay libros pero luego se van a buscar y sorprendentemente, aunque todos los han leído, no está el libro porque siempre está en casa de los padres. Me dije: pues para mis hijos. No lo pensaba de verdad: creía que los iría reuniendo a uno por mes, como si la RAE publicara fascículos. La cuestión se habría resuelto en nueve años, que al tiempo fue cuando nació mi hijo Javier, que ahora tiene 4. Han pasado 13 años y cuento en la estantería 53 libros, así que el panorama es que la terminaré, dioses de las letras mediante, con más años que mi padre cuando murió y cuando Javier esté sacando su carnet de conducir. Era joven y ya no.

Sé que la reuniré completa porque sigo el siguiente método, sobre todo tras la desaparición de Círculo de Lectores: en cuanto sale un nuevo tomo, lo compro inmediatamente me lo pueda o no permitir. Sin levantar mano, es verlo anunciado por la RAE y encargarlo con unidad de acto. Sólo con este desprecio a mi economía y disciplinado despilfarro he podido soportar el incremento de precios de la colección. Los primeros tomos costaban unos 25 euros, poco más. La tendencia va siendo engordar las ediciones y sus aparatos críticos, a veces con falta de señor para tanto mayordomo; y ahora no bajan de los 50 euros, aunque los hay de 60 y 70 sin despeinarse, en volumen doble: el volumen complementario del ‘Quijote’, por ejemplo, tiene 1.672 páginas (realmente alguna más), poco más que el volumen principal. Salen inesperadamente y hasta tres a la vez, seguidos de meses de ausencias. Visto que han caído dos editoriales por el camino, la empresa debe estar haciéndose ya por puro romanticismo (y la fundación La Caixa), y yo me imagino a la RAE así, sacando los libros a pérdida con Espasa para que yo también los compre a pérdida, cada vez más caros y enormes, en una lucha a fuego por encontrar filólogos de elite que vayan escribiendo las notas.

Para bajar a la tierra, es probable que en estos años haya gastado más en carne picada que en libros. A veces fantaseo con que ingreso en la RAE y les pongo como única condición que se me proporcione la colección íntegra y con la primera edición de cada volumen. Porque mi majadería ha sido estamparle a todos mi exlibris. En esta fantasía, mis hijos cavilan ante los 222 libros sin dueño, listos para la sucesión, sin atreverse a decir ninguno de los dos quién se queda con los de los dragones.

*Abogado

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