Opinión | La espiral de la libreta
La guerra y la enfermedad
Afinales de año se cumplirán dos décadas del fallecimiento de Susan Sontag, una de las grandes intelectuales del siglo XX. Murió del maldito cáncer; lo conoció bien. En 1978, cuando la dolencia era todavía un tabú y se hablaba de ella mediante circunloquios y eufemismos -«murió al cabo de una penosa y larga enfermedad» o, en valencià, «d’un mal dolent»-, Sontag publicó un ensayo que establecía lúcidas conexiones entre el cáncer, la tuberculosis decimonónica y el uso del lenguaje: La enfermedad y sus metáforas. Años después, lo reeditó ampliándolo al sida.
La ensayista subraya en el libro que, si bien las enfermedades se convirtieron en metáfora militar en 1880, cuando se demostró el papel de las bacterias como agentes patógenos, el uso de la terminología bélica se dispara con el cáncer. Las células malignas «invaden», se «infiltran» o «colonizan» partes del organismo; las «defensas» del cuerpo necesitan ser vigorosas; los tratamientos son armas que «bombardean» la zona afectada; y se habla de «guerra» contra el tumor. A juicio de Sontag, estas metáforas estigmatizan la enfermedad y, por extensión, al paciente, culpabilizándolo, si el cáncer es incurable, de «haber perdido el combate».
La distorsión lingüística volvió a darse con la pandemia. Macron dijo: «Estamos en guerra. El enemigo es invisible». En parecidos términos se expresó Pedro Sánchez. Boris Johnson apeló al espíritu de Churchill. El filósofo Josep Ramoneda señaló entonces que utilizar el discurso de la guerra equivalía a dar la razón a Donald Trump, cuando calibraba un número asumible de muertos para evitar el menoscabo del poderío económico norteamericano. Ya se sabe, en toda guerra hay que sacrificar vidas para conseguir la victoria.
A todo esto, se ha producido el fenómeno inverso: el lenguaje médico invade la geopolítica. De gira diplomática por Oriente Próximo, Anthony Blinken ha advertido que el conflicto en Gaza «podría hacer metástasis fácilmente», empleando un símil desafortunado, cuando las células cancerosas se desprenden del tumor primigenio y viajan por el cuerpo a través de la sangre o el sistema linfático. Al secretario de Estado le preocupan el fuego cruzado entre Israel y Hezbolá, la milicia chií de Líbano, y los ataques de los hutíes de Yemen contra barcos occidentales, que han puesto en jaque la navegabilidad comercial en el mar Rojo. Cabe preguntarse aquí cuál es el tumor original, ¿la misma guerra? ¿O acaso la presencia de palestinos en Tierra Santa? Prefiero pensar en lo primero pero, en ese caso, EEUU ha hecho poco por evitar la «metástasis»; más bien, al contrario. A menudo, el lenguaje humano es pobre para estructurar el pensamiento, por eso necesitamos metáforas. Limitado, sí; inocente, nunca.
* Periodista
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