Opinión | para ti, para mí

Vuelve el resplandor de la moral en los Cineclubs

En la década de los 60, en el pasado siglo XX, muchas parroquias organizaron su Cineclub parroquial

Uno de los destellos de la cultura actual se centra de nuevo en los Cineclubs, que vuelven a ponerse de moda, con la proyección de películas históricas, seguidas de coloquios apasionantes. En la década de los 60, en el pasado siglo XX, muchas parroquias organizaron su Cineclub parroquial, como instrumento de la nueva pastoral que nos trajo el Vaticano II, acentuando la cercanía, el diálogo y la participación del pueblo más sencillo en la construcción de un mundo mejor. En el esquema general de los Medios de Comunicación Social también entraba el cine, cuando comenzaba a brillar con fuerza el poder de dichos Medios: «La radio da la noticia, la televisión la muestra, el periódico la analiza y el cine la convierte en mensajes a través de las películas con guiones magistralmente elaborados para influir en las conciencias libres». Ahora, de nuevo, el Cineclub se pone de moda. Hace unos días, Juan José Primo Jurado, historiador y escritor, presentaba en el Cineclub Vida, de Sevilla, la película «Fort Apache» (1948), primera de la trilogía que el cineasta norteamericano John Ford, dedicó a la Caballería en el género del western. «Y es que los Cineclubs no han muerto, más aún, están apareciendo con entusiasmo para que nos fijemos, como ocurría en la película que presenté, en los personajes anónimos que construyen la Historia con sus ilusiones y preocupaciones, sus trabajos, sus fiestas y sus vidas diarias, nunca fáciles, conviviendo con sus familias en fuertes aislados en fronteras hostiles, cuyo ambiente familiar y castrense, a la vez, Ford recreó como nadie». Bienvenidos sean, no sólo el Cineclub Vida, con una trayectoria brillante, sino los nuevos que se organizan en este tiempo de tantas y tan diversas «culturas», entre las que el cine sigue siendo una «cátedra luminosa que concentra nuestras mejores atenciones». La clasificación de las películas es inabarcable, pero a la hora de nuestra elección personal, las más importantes, sin duda, son las que nos ofrecen «mensajes palpitantes, en historias apasionantes». Son muchas las películas que nos narran en su argumento «soluciones a conflictos y dramas personales», lo que «no debemos hacer» o lo que «podemos aprender de esas situaciones vividas por sus personajes». Me viene a la memoria, una de esas películas que constituye toda una «lección de moral», por lo que dicen y cómo actúan sus protagonistas: «Los puentes de Madison». En síntesis, nos ofrece el intenso «enamoramiento» de Robert Kincaid, fotógrafo-reportero, de una mujer, Francesca, tras conocerse un poco por «casualidad», mientras pasan unos días juntos, aprovechando la ausencia del marido y de los hijos de Francesca. La historia incluye en su desarrollo, no sólo un manantial de sentimientos, sino todo un «argumentario» de razonamientos, en intensos coloquios, hasta llegar a la solución final. Planteada la situación que viven, surge la pregunta clásica: «Y ahora, ¿qué vamos a hacer?», dice Robert a Francesca. Ella guardó silencio, un silencio desgarrado. Luego dijo con suavidad: «No lo sé». «Mira, le dice Robert, si tú quieres me quedaré aquí o en la ciudad o donde sea. Cuando tu familia vuelva a casa, simplemente hablaré con tu esposo y le explicaré lo que ocurre. No será fácil, pero lo haré». La película entra en varios compases de tensión. Tanto Robert, como Francesca, exponen sus «puntos de vista», en torno al problema que les ha surgido de pronto y al que intentan darle solución. Cuando sus diálogos alcanzan el punto culminante, Francesca, saca de su corazón de esposa y de madre, un argumento clave, que, ciertamente, da toda una lección de moral a los espectadores. Con la mayor seriedad, Francesca contempla esos paisajes nuevos que se le ofrecen, un mundo de promesas y de colores. Pero, pronuncia una de esas palabras que son claves en nuestras vidas: «Responsabilidad». La mujer protagonista se dirige a Robert, mostrando la razón principal de su renuncia: «Yo tengo sentimientos de responsabilidad aquí. Hacia Richard, mi esposo, hacia mis hijos. El solo hecho de que me fuera, de que faltara mi presencia física, sería extremadamente duro para ellos, y tal vez, a mi marido podría destruirlo. Además de eso, y tal vez sería lo peor, tendrían que vivir el resto de su vida con las murmuraciones de la gente de aquí. Por más que te desee, no puedo arrancarme a la realidad de mis responsabilidades».

En vísperas ya de la Cuaresma, cuando el próximo miércoles, Miércoles de ceniza, la recibamos sobre nuestras frentes, escuchando las palabras exigentes, --«Conviértete y cree en el evangelio»--, la historia de amor de una película puede servirnos de «pórtico» a nuestras reflexiones personales. La protagonista de los «Puentes de Madison», en uno de los «enamoramientos de cine» más intensos, proclama su responsabilidad personal y familiar, en el momento que «otro amor» la reclama para sí. El otro protagonista le dirá una de las frases más dura de sus diálogos: «Sólo tengo una cosa que decir, una sola. No volveré a decirla a nadie, y te pido que la recuerdes: En un universo de ambigüedades, esta certeza viene una sola vez, y nunca más, no importe cuántas vidas le toque a uno vivir». Para el amor y para la responsabilidad, los versos de nuestro poeta Pablo García Baena, como pórtico cuaresmal: «Otra vez tu ceniza, Señor, sobre mi frente... / Polvo soy que algún día volverá hasta tus plantas. / Polvo en la muerte y polvo ahora que aún vivo / perdido entre la arcilla blanda de tu universo».

* Sacerdote y periodista

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