Opinión | ESCENARIO

Todo en su sitio

En silencio, retiro y guardo los adornos del árbol, las figuras del Nacimiento, las luces, las velas, el muñeco de nieve, la teja navideña que pintó mi hijo Álvaro cuando tenía diez años, las tazas de papá Noel, los lazos rojos, las tarjetas de felicitación de mis nietos... Mientras, repaso mentalmente el poema de Gloria Fuertes convertido en cancioncilla infantil: «Los lobos en el monte,/ los pollitos en el corral,/ los peces en el agua,/ los barcos en la mar./ Ya todo está en su sitio,/ ya todo en su lugar./ Los niños en la escuela,/ los patos a volar./ Los monos en el árbol,/ la paja en el pajar,/ el higo está en la higuera,/ la uva en el parral./ Ya todo está en su sitio,/ ya todo en su lugar./ Los niños en la escuela,/ los patos a volar./ Cua, cua, cua, cua, cua, cua».

Saco a la terraza las flores de pascua, a ver si con el aire frío se reaniman un poco. La mantelería de las campanitas y las piñas ya está lavada, planchada y colocada en su estante. La vajilla «de los ciento veinte años» --así la llama mi hijo Miguel-- aunque seguramente tiene más, porque hace ya mucho tiempo que le puso ese nombre, está a buen recaudo dentro del aparador; me llegó a través de mi tía abuela Lola y hemos conseguido que, a pesar de usarla sin demasiado respeto, se conserve completa, lo mismo que la cubertería que me regalaron mis padres; no así la cristalería, a la que hay que reponerle piezas casi todos los años, y es que los brindis, son tan atractivos como traidores... Kira acaba de encontrar debajo del sofá un trozo de papel de regalo; se lo quito de la boca rápidamente, antes de que lo haga trizas y lo desperdigue por toda la casa. Echo un vistazo a mi alrededor por si encuentro algún rastro de las fiestas pasadas. Sólo quedan las cajas que irán directas al trastero.

Esto, más que nunca, me parece un escenario del que hemos retirado el decorado y aguarda a que le pongamos el de la siguiente representación. Encima del aparador, donde ha estado el nacimiento, ya están de nuevo colocadas las fotografías familiares. Me muevo en silencio, porque son las seis de la mañana --no se trata de que trasnoche, es que madrugo-- que es la hora en que mejor se trabaja. Un nudo de tristeza me aprieta la garganta; menos mal que el ruido de la furgoneta descargando en la frutería, me saca del pozo en el que estaba empezando a caer. Ya todo está en su sitio, ya todo en su lugar...

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