Opinión | GUADALQUIVIR

Amnistía

La primera vez que escuché esa palabra fue allá por el invierno de 1976. Más bien, la primera vez que leí esa palabra escrita a trazos gruesos con pintura en los muros blancos, cuando íbamos camino del colegio un grupo de amigos. Cada día, aparecían nuevos textos anónimos, escritos con nocturnidad y, en muchas ocasiones, con faltas de ortografía. Nos fuimos familiarizando con frases cortas e inquietantes ¡Amnistía y democracia! ¡Libertad presos políticos! ¡Libertad para Carrillo! Y poco a poco, aquellos chavales de la EGB, alcanzamos a entender que en España algo estaba pasando y empezamos a preguntar y a preguntarnos. Por las noches, personas ocultas en la oscuridad, las calles apenas tenían alumbrado público, tiraban octavillas más explícitas sobre las clandestinas reivindicaciones. Conservo muchos de aquellos panfletos incluidas las pisadas indiscretas de transeúntes que al día siguiente devoraban los subversivos mensajes.

Nuestros pueblos, olvidados de la mano de Dios, desconocían esos conceptos que para muchos representaban la esperanza en una España mejor. Los obreros estaban mucho más preocupados de los trabajos en los tajos, de ser escogidos para ir a un cortijo o a otro, del salario básico para comer, del paro obrero para subsistir. Así que, cualquier reivindicación era aplastada por el poder de la decrépita dictadura a base de palos. La policía armada, conocida como los «grises» se empleaba a fondo ante personas unidas por los brazos que pedían trabajo, democracia, amnistía, libertad... Al grito de leña al mono, lanzaban pelotas de goma, mamporros, patadas a todo individuo hombre, mujer, mayor, joven y hasta los perros que se atrevían a salir a la calle.

Nos fuimos familiarizando con los últimos hombres del régimen y los jóvenes demócratas. En casa se hablaba con naturalidad de Fraga, Adolfo Suárez, Carrillo, Felipe, Alfonso Guerra... y luego, los pudimos escuchar en mítines acalorados y convulsos con Manuel Fraga llenando el cine del pueblo; Felipe González paseando por las calles y saludando afectuosamente; Adolfo Suárez admirado por miles de personas y apenas votado, y un largo peregrinar de hombres y mujeres, más hombres que mujeres, que dirigieron la transición política que protagonizó el pueblo español. Cada tiempo tiene la admirable generación capaz de mejorar la anterior. Sigamos por la senda de los valientes demócratas para que cumplan muchos años trabajando por la España de todos.

** Doctor en Historia

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