Opinión | colaboración

El sentido del tacto

El cisco organizado por el presidente de la RFEF, Rubiales, y la futbolista Hermoso, del equipo nacional, requiere un poco de sosiego y reflexión. Y es que, a pesar de los juicios conductuales y consecuencias pseudopolíticas, nuestras relaciones con el mundo parten de la experiencia por los sentidos. Actualmente lo visual se impone sobre lo táctil, hasta el punto de que menospreciamos el poder comunicativo que el tacto proporciona. Crecemos aprendiendo a no tocar. La sociedad condiciona qué partes se pueden tocar y las que no y el tipo de situaciones donde los contactos son permitidos. Creamos un espacio infranqueable alrededor de nuestro cuerpo donde se refugian gran parte de los condicionantes sociales que inhiben la experiencia táctil. Sin embargo, la comunicación a través del tacto resulta beneficiosa para el aprendizaje y desarrollo psicológico de los niños. La impersonalidad de la vida en nuestro mundo moderno se ha vuelto tan acusada que hemos producido, en efecto, una nueva raza de intocables. Nos hemos vuelto extraños unos para con otros, no sólo evitando sino defendiéndonos activamente de todas las formas de contacto físico «innecesario». La capacidad del hombre occidental para relacionarse con sus prójimos ha quedado muy atrás respecto a su habilidad para conversar con las computadoras, comunicarse con los coches y hablar con los juguetes. Hay que señalar que la sensibilidad táctil es el primer sentido que entra en funcionamiento cuando nacemos, pues antes de abrir los ojos, instintivamente intentamos tocar, explorando todo lo que nos rodea. Pero si el tacto es el primer sentido que se enciende y suele ser también el último en extinguirse, ¿qué ocurre entre estos dos momentos? Ignoramos los contactos que tenemos con los otros porque no se reconoce en el tacto una fuente enriquecedora de experiencias y un modo singular de comunicación. En las sociedades urbanas occidentales constatamos cómo el propio ritmo de vida de los adultos permite que muchos niños crecen aprendiendo a «no tocar»; se les dice que no toquen su propio cuerpo y más tarde que no toquen el cuerpo de su amigo o amiga; el tacto se percibe como «feo» o «malo». Necesitamos ser tocados. Estudios realizados con bebés que reciben estimulación táctil mediante masajes aumentan de peso más rápidamente que los no masajeados; lloran menos y en general su cerebro madura más deprisa, lo contrario si se le priva de contacto físico, además de que si un adulto no ha sido acariciado de pequeño, es más probable que tampoco acaricie a sus hijos y su pareja con lo que el ciclo se perpetúa. El fenómeno «hambre de piel» se refiere al deseo de ser tocado, a la necesidad profunda de contacto físico. En resumen, el tacto es crucial en las relaciones humanas, y como dice el antropólogo inglés A. Montagu, en su libro ‘El sentido del tacto’ (edit. Paidós): «Una experiencia táctil inadecuada tendrá como consecuencia una incapacidad para relacionarse con los demás en muchos aspectos humanos fundamentales». Existen muchas maneras de tocar y un tacto amistoso, familiar, de cariño o afectuoso no tiene por qué tener ni interés ni implicación sexual. Una equivocada interpretación sólo provoca inhibición.

*Licenciado en Ciencias Religiosas

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