Opinión | tribuna abierta

Una cuestión de principios

Piñar simbolizaba la soledad teórica de quienes seguían la estela de la cuartelada militar de 1936

Es evidente que la derecha democrática de este país, la que Fraga y un grupo de franquistas organizó meritoriamente a la muerte de Franco y que acabó ubicándose en el centro derecha del espectro, la misma que ha gobernado con moderación homologable en dos ocasiones (con Aznar y con Rajoy), ha condescendido con la extrema derecha que representa Vox, hasta el extremo de aliarse con ella en varias comunidades autónomas y en centenares de ayuntamientos. Es obviamente irrelevante que los líderes del PP afirmen que pactan con sus vecinos radicales con la nariz tapada: en democracia, los límites éticos y políticos no son tan flexibles como para que semejantes excusas sean eficaces.

Michael Ignatieff, el historiador y ensayista canadiense de origen ruso que ha ejercido en algunas de las grandes universidades y ha ocupado cargos en el Partido Liberal de su país, acaba de publicar un trabajo sobre el colaboracionismo de quienes traicionaron a los suyos y se pusieron de parte de los invasores alemanes en la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo de salvar la vida o de sacar ventaja de su traición. En un comentario a un libro de Ian Buruma, Collaborators, Ignatieff menciona a Isaiah Berlin, quien, en una entrevista para su biografía, lanzó una pregunta inquietante: ¿Quiénes, en la alta sociedad inglesa, habrían colaborado con los alemanes si estos hubiesen invadido el Reino Unido en 1940? La tesis de Berlin era que «cuando el mundo se derrumba, no puedes estar muy seguro de lo que alguien hará, incluido tú mismo».

El tema es espeso, y Buruma lo aborda con toda crudeza: «Cuando los regímenes de ocupación nazis fueron expulsados de Francia y de los Países Bajos en 1945, los colaboracionistas fueron perseguidos como una minoría caída en desgracia. Ambos países reconstruyeron sus identidades nacionales en torno al mito de que sus héroes de la resistencia habían representado el verdadero espíritu de su pueblo». Pero la realidad no era esta: a ambos países les ha costado un par de generaciones reconocer que los colaboracionistas eran abrumadora mayoría y que la resistencia estuvo formada por una minoría excepcional que salvó el honor de sus compatriotas pero que luchó en ominosa soledad.

Pues bien: aquí tuvimos también la fantasía en 1978 de que, con la aprobación por una mayoría aplastante de la Constitución, los antiguos colaboracionistas con el régimen anterior, las familias políticas que habían convalidado la dictadura, los ricos hacendados que hicieron su fortuna al amparo del franquismo, se habían convertido súbitamente a la democracia parlamentaria. La figura aislada de Blas Piñar simbolizaba la soledad teórica de quienes seguían tozudamente la estela de la cuartelada militar de 1936.

Pero no era tal: aunque Fraga alardeó, aparentemente con razón, de haber llevado al paraguas constitucional a todos sus antiguos conmilitones falangistas, hoy es evidente que una parte consistente de la derecha política no ha aceptado aún las reglas venerables de la democracia parlamentaria, ni el axioma básico de la igualdad de todos ante la ley, ni la plena equiparación de la mujer con el hombre, ni el derecho de todos a desarrollar sin esconderse su identidad sexual, ni la obligación de gestionar con criterios humanitarios las migraciones debidas a causas políticas o sociales, ni el principio de redistribución que debe impedir la pobreza a costa del excedente de los ricos; ni la lucha contra la violencia de género, que constituye una lacra asesina que amenaza a la mujer por el hecho de serlo; ni la obligación de preservar el medio ambiente, del que depende la salud del planeta y cuyo maltrato tiene efectos que a la vista están...

En cuanto ha habido oportunidad, aquella perversión autoritaria, que mantuvo la hegemonía política y social durante casi cuarenta años, que impidió que España se acompasara al progreso y a la modernización de Europa, ha salido de nuevo a la luz con agresividad, y empieza a tomar posiciones, tolerada por una derecha democrática cobarde que ha renunciado a sus principios con tal de arañar parcelas de poder. Por fortuna, el electorado acaba de frenar en seco la acometida. Ojalá esta siga siendo la tendencia en el futuro.

*Periodista 

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