Opinión | ESCENARIO

Remolinos y resacas

La superficie está lisa como un plato; las olas, mínimas, que llegan a la orilla casi no emiten ruido. He visto amaneceres así, presagiando espléndidos días de playa, que a lo largo de la mañana se han ido estropeando hasta que ha sido necesario izar la bandera roja. Pienso en el elevado número de ahogados -siempre es elevado, porque uno ya es mucho- en playas, ríos y piscinas, que sigue aumentando diariamente. Es muy importante saber nadar, pero más importante todavía es conocer los movimientos del agua, las corrientes internas y las diferentes velocidades que imprimen en ellas las configuraciones de los fondos, las temperaturas, el viento y, en el caso del mar, las mareas.

Me he bañado en ríos pocas veces; en mar y piscinas, muchas. De niña, mis nociones sobre el baño en los ríos eran aterradoras: aguas turbias, serpientes de agua, suelo limoso y escurridizo, plantas que se te enredaban en los pies, remolinos que te succionaban... Y sin embargo, recuerdo como una de las ocasiones más divertidas de mi vida hacer el descenso en canoa del río Deva, que forma frontera entre Asturias y Cantabria, desde Panes a Unquera, unos 12 kilómetros. Aclaro que esto lo puede hacer cualquiera, sin preparación ninguna, que no es que yo sea ni haya sido una deportista excepcional. Pues la cuestión es que nos vimos metidos en un remolino del que nos costó algún trabajo escapar. Si hubiéramos ido sin canoa, habríamos podido salir con facilidad inspirando profundamente, haciéndonos una bola y dejándonos llevar, porque la fuerza de los remolinos disminuye en el fondo y desde ahí ya podemos nadar hacia los lados, alejándonos de la zona de succión.

Lo mismo pasa con las resacas, que nos llevan mar adentro; con ellas tenemos que actuar como en algunas artes marciales, utilizando en nuestro favor la fuerza del contrario: dejar que nos arrastre, porque la resaca tira de nosotros, pero no trata de hundirnos, y nadar hacia los lados, paralelamente a la costa. Nadar contra corriente -igual pasa con los remolinos- sólo serviría para agotarnos. Hay que tomar precauciones y saber soluciones, pero no tener miedo, porque jugar con las olas, saltarlas o dejar que te pasen por encima y hasta que te revuelquen, son ejercicios de libertad y de contacto con el agua, un medio del que salimos hace millones de años. Y ante el peligro, como en tantas situaciones, lo fundamental es no perder la calma.

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