Opinión | estudios

Mitos universitarios

Pocos jóvenes tienen clara una preferencia profesional y esto puede generar una presión innecesaria

Una nueva generación de jóvenes se matriculará en los grados universitarios durante las próximas horas. Este proceso se puede producir con la satisfacción de haber entrado en el estudio deseado, o esperando que se liberen plazas en sucesivas asignaciones, o bien a regañadientes y con un punto de decepción, en segundas, terceras e incluso cuartas opciones. Las universidades, por su parte, examinarán la evolución de las notas de corte de sus grados. Tendrán en cuenta las condiciones de contorno, para acabar haciendo un juicio sobre su atractivo. En todo caso, este es un buen momento para cuestionar algunos mitos en torno a este proceso.

El primer mito es que una nota de corte más alta implica que es un grado más difícil. No es necesariamente cierto. Lo que seguro que quiere decir es que, en el grado en cuestión, hay más demanda que oferta; esto puede ser debido a que se trata de un grado muy atractivo o a que hay pocas plazas. A veces es un pez que se muerde la cola; cuando hay pocas plazas, se convierte en una opción más exclusiva, esto hace subir la demanda y, con ella, la sensación de que solo unos cuántos son los escogidos. Un poco como pasa con los productos de lujo. Que cuanto más se paga por un producto, mejor te sientes, aunque la calidad objetiva de los materiales o del diseño sea similar. A lo largo de los años, me he tropezado con estudiantes accediendo a grados con notas de corte altas con el único argumento de «tener la nota», para después darse cuenta de que no estaban satisfechos. También con otros que se aburren, porque les sobra capacidad intelectual para el grado que han elegido.

El ambiente en una aula donde todo el mundo ha competido mucho para entrar es diferente a un aula donde han accedido personas que se encuentran en una horquilla más amplia de notas. No es mejor ni peor, simplemente diferente. Personalmente, prefiero la segunda. Aunque es más difícil para el profesorado trasladar los conocimientos, se respira diversidad y creatividad. Una clase con notas de corte muy elevadas puede generar un perfil de estudiante demasiado homogéneo y, con ello, el peligro de perderse alguna de las riquezas de la experiencia universitaria: encontrarse con personas con orígenes y perfiles diferentes.

El segundo mito es que hay que tener o encontrar muy pronto una vocación. Pocos jóvenes tienen clara una preferencia profesional y esto puede generar una angustia y una presión completamente innecesarias. El primer año no hace falta que sea de definición, sino de exploración y descubrimiento. Cuando algunos estudiantes ven que no se acaban de encontrar cómodos con su elección y quieren cambiar, hay que quitarle hierro a la sensación de pérdida de tiempo. De hecho, en los países con normativa universitaria más flexible, durante el primer curso se puede escoger entre una generosa lista de asignaturas, y es solo a partir del segundo curso cuando se eligen los estudios principales. La nueva ley orgánica del sistema universitario, conocida como LOSU, contempla la posibilidad de vías de entrada más amplias por ámbitos de conocimiento y se podrían ver cambios los próximos años. De todas maneras, muchas universidades ya tienen formas creativas de flexibilizar los estudios, para una mayor personalización, no solo al inicio de los estudios sino durante toda la carrera.

Y el tercer mito: la creencia generalizada de que hay que hacer un máster justo acabada la carrera. Efectivamente es así, si el máster tiene un carácter habilitador, es decir, obligatorio para empezar a trabajar. En caso contrario, hay que considerar el coger primero cierta experiencia en el mundo laboral y después estudiar bien qué máster es el que puede dar ventaja competitiva para progresar profesionalmente. He visto a personas con dos o tres másteres, ninguno de los cuales ha generado un cambio relevante, con la consecuente pérdida de recursos económicos y de tiempo.

Lo ideal, sin embargo, es que una vez con el título en el bolsillo, con más o menos intensidad, se practique el aprendizaje a lo largo de la vida porque todo queda obsoleto muy pronto. Por suerte, el abanico de oferta para continuar aprendiendo será enorme y, de hecho, si las universidades no se ponen las pilas, la propia evolución demográfica, con cada vez menos jóvenes, dejará centenares de plazas sin cubrir y las notas de corte por los suelos.

*Economista. Profesora en la Universitat Pompeu Fabra (UPF)

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