Opinión | tribuna abierta

A mi hermana Pilar María

Me he quedado sin la compañera de la etapa más importante de mi vida

En este periódico tan querido de mi tierra en el que mis padres, Bartolomé y Pilar, escribieron en los años 80 en defensa de sus ideales y en el que honré su memoria cuando se nos fueron, hoy me toca recordar a mi hermana Pilar María, la segunda, la que me sigue de los nueve hermanos.

Pertenecía junto conmigo a la generación de los 50 y compartimos de niños nuestro primer hogar, Betania, una pequeña finca en la carretera de Almodóvar que mi padre compró con sus primeras minutas como abogado, todavía se le recuerda en el Colegio de Córdoba. Mi madre en sus diarios escribió: «Parada estoy en el camino que soñé, he bebido agua tranquila, y he sentido plenitud de mar que clava su secreto verde en el azul dormido...» Vivimos una felicidad intensa en contacto con la naturaleza protegidos por la seguridad de mi padre y la ilusión poética de mi madre y aprendimos juntos los secretos escondidos en los arroyos, los altos chopos, la higuera del jardín, la lluvia y las nubes, todo obra de Dios, como ella nos decía con su intensa vivencia de la fe.

Siempre he pensado en la frase de Cristo «si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos» y la he entendido a la luz de Betania. Volverse pequeño ante la soberbia de la vida adulta, asombrarse y aprender de lo sencillo que nos rodea y ahí descubrir lo que de verdad vale la pena. Aún me dura la felicidad allí sentida y de ella en gran parte he vivido.

Mi hermana y compañera de juegos tuvo menos suerte que yo. Mi madre, en su diario, escribió que hubo un terremoto el día de su nacimiento y en realidad se repitió en su vida con 25 años, tras unos estudios de extraordinaria brillantez en Inglaterra y Francia, con una dura enfermedad que le acompañó hasta el final, aunque no perdió nunca su interés por la cultura, que tanto había significado para ella. Sobre todo, el ser como era, «pan que no sabe su masa buena», como dice el  poema ‘Libre te quiero’ de Agustín García Calvo musicado por Amancio Prada que se ajustaba exactamente a su personalidad. En los últimos tiempos mi hermana Marta la cuidó con una entrega absoluta, dejándolo todo, profesión y vida propia, dándonos ejemplo de lo que significa la fraternidad, en la línea de valores que nos enseñaron nuestros padres. 

Un cáncer fulminante le apareció el año pasado y volvió a Betania, a la vivencia intensa de la fe. Nos enseñó lo más importante, saber morir, contrapunto del saber vivir. Lo hizo con una fortaleza extraordinaria ante sus intensos dolores, nos animaba a toda la familia, hacía grandes esfuerzos por comunicar palabras llenas de belleza, sentía a Jesús y María muy cerca, como en los jardines floridos de nuestra infancia. Aun estando sedada e inconsciente, esperó a su hijo, mi sobrino Juan, persona tan excepcional como ella, y sólo se murió cuando llegó de Madrid. Mi madre, en la misma situación, también «la esperó» a ella. Los misterios del amor que está en un lugar secreto de nuestro corazón y alarga la vida hasta el último segundo.

Tengo siete excelentes hermanos, pero me he quedado sin la compañera de la etapa más importante de mi vida. En su primer aniversario, 15 de junio, sé que está llena de vida en los cielos azules de nuestra finca de la carretera de Almodóvar. 

* Fiscal del Tribunal Supremo

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