Opinión | economía con toque

Con las cosas del comer no se juega

Los alimentos están aumentando sus precios al menos tres veces más que el resto de bienes y servicios en media

Mi abuela siempre decía que con las cosas del comer no se juega, algo muy lógico, especialmente para una generación que vivió la carestía de alimentos de una guerra civil y cartillas de racionamiento. Pues ahora me da la sensación de que nuestros políticos están jugando con las cosas del comer, y aquellos que nunca hemos pasado hambre ni carestía de alimentos, sino que siempre hemos tenido supermercados llenos de elecciones y a buenos precios, quizás no le estamos dando la suficiente importancia. Si miramos las variaciones de los precios mediante el IPC, se puede observar que en el 2022 los precios de los alimentos aumentaron de forma acumulada un 15,7%, mientras que la inflación general era del 5,7%, siendo con diferencia lo que más aumentó. En lo que llevamos de 2023, han aumentado un 3,4%, y el índice general un 1,1%. La cuestión está en que los alimentos están aumentando sus precios al menos tres veces más que el resto de bienes y servicios en media. Dentro de estos, la mantequilla ha visto incrementado su precio en un 37,7%, el aceite de oliva un 34%, la leche un 33%, los huevos un 28%, las legumbres y hortalizas un 22%, las patatas un 21%, la carne un 14% y el pescado un 11%. De hecho, NIelsenIQ apunta que en el 2022 los españoles se gastaron en total 105.000 millones en alimentación, unos 3.000 millones más que el año previo, pese a comprar un 0,7% menos en términos de volumen. Si nuestra productividad hubiera aumentado como para que los sueldos se hubiesen ajustado a estas subidas, muchas familias podrían seguir llegando medio bien a final de mes, pero los sueldos han aumentado menos porque, entre otras cosas, es imposible que autónomos, pequeñas y medianas empresas que son el 95% de nuestro tejido productivo aumenten sus costes laborales a través de los salarios al ritmo de estos niveles de inflación, al menos en los alimentos.

Sobre las causas se han escrito bastantes cosas, lo fundamental es que en cualquier mercado una subida de precios a corto plazo se produce por shocks de demanda u oferta, es decir, no hay suficiente producto para satisfacer todas las compras y/o suben los costes para los productores. En el caso de los alimentos, la crisis energética provocó un aumento importante de su precio que afectó mucho al sector agroalimentario, a esto se le unió el aumento del precio de fitosanitarios y fertilizantes. En el primer caso, es cierto que ya se han moderado algo los precios de la energía y el Banco Mundial estima que durante el 2023 se reducirán en un 11% y en el 2024 en un 12%. No obstante, mientras continue la guerra de Ucrania y las sanciones a Rusia y Bielorrusia, es difícil que bajen los precios de los agroquímicos. Esto hace que probablemente las subidas de precios en los alimentos se moderen o estabilicen, pero en esos precios ya altos. Es cierto que la producción de alimentos en otras partes del mundo ha aumentado, y con esta reducción de precios de la energía, se pueden paliar parcialmente estas contracciones de la oferta. Ahora bien, todo esto es entorno internacional que nos afecta, pero además ¿qué pasa concretamente en la UE y en España?

Desde mi punto de vista lo más grave es que esta coyuntura negativa se ha recrudecido porque nuestros políticos están desmantelando la agricultura europea en nombre de no sé qué modernidades de agendas, y, todavía, de forma más acelerada la española. Los productores europeos no pueden competir en precio con los productos importados y el motivo es sencillo: en la UE tenemos muchas restricciones ambientales y laborales que encarecen los costes de los productos agroalimentarios y que no tienen fuera de nuestras fronteras. Realmente esto no tiene por qué ser negativo si se encuentra un equilibrio entre el cuidado del medioambiente y la seguridad alimentaria. Esta última habla de producir suficientes alimentos, de calidad y a precios asequibles para satisfacer a la población de la UE, de hecho, por eso se constituyó la comunidad europea y viene muy claro en el Tratado de Roma. El problema es que si dejamos entrar productos que compiten deslealmente con los nuestros, los políticos no están cumpliendo con su principal deber y función en este aspecto. Aún más si nos dedicamos a cargarnos a agricultores y ganaderos a base de impuestos, restricciones, falta de apoyo... Sinceramente, yo no quiero comer grillos ni saltamontes ni cucarachas, llámenme antigua, y quiero que en caso de pandemia o de guerra nos podamos auto proveer de alimentos y a precios asequibles, algo que no hemos aprendido pese a todo lo ocurrido. Y todo esto se está produciendo en un momento de sequía, donde además nos está dando por destruir presas y no hacer trasvases, y al final ¿quién lo pasa peor en todo este contexto? las familias de menor renta cuyos bolsillos no pueden ir al ritmo que marcan las políticas ambientales de la UE. No se juega con las cosas del comer.

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