Opinión | Para ti, para mí

El Día del Seminario y la «cultura vocacional»

Hoy, quizá, no «contagiamos» sentimientos, ni «proclamamos» principios y criterios, ni «arrastramos» con nuestros ideales e ilusiones

Hoy, 19 de marzo, se celebra el Día del Seminario, coincidiendo con la fiesta de san José --aunque, litúrgicamente, será mañana--, con el lema «Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino». ¡Cómo ha cambiado el lenguaje, la figura de los sacerdotes, la silueta de los seminaristas de antaño, su presencia y su influencia en la sociedad de nuestro tiempo! Entonces, si dejamos caer la mirada en los años del Concilio Vaticano II y del post-Concilio, la novela Los nuevos curas, de Michel de Saint Pierre, se convirtió en best-seller, y el libro de José Luis Martín Descalzo Un cura se confiesa hacía las delicias de muchos católicos. Hoy, en cambio, la terminología es distinta por completo. Y el Día del Seminario se nos presenta como «el aldabonazo» anual con el que la Iglesia quiere despertar nuestro compromiso para fomentar una «cultura vocacional».

Tanto el novelista francés como Martín Descalzo entusiasmaban y conmovían con sus descripciones sobre la «misión» de los sacerdotes, aunque el libro de Michel de Saint Pierre, aprobado por el público, fue condenado por el clero, dando lugar a un nuevo libro del novelista francés, titulado Santa cólera, en el que daba explicaciones y aportaba las pruebas de que su novela se basaba en hechos reales. Martín Descalzo, por su parte, nos escribía sobre seminaristas y sacerdotes en un tono conmovedor que, a pesar del transcurso de los años, sigue creando emociones en sus lectores. He aquí algunas de sus líneas con motivo de su ordenación sacerdotal y su primera misa: «El obispo nos ungió las palmas de las manos, y yo sentí en aquel momento que mis manos ya eran iguales que las de mi tío sacerdote y que ya podía yo ir a llenar su puesto en la brecha. Sentí el tremendo misterio de la entrada de Cristo por mis venas. De pronto, yo cesaba de ser el niño de siempre, para ser ya de veras el ministro de Cristo, el hombre que con media docena de palabras haría los más prodigiosos milagros. Mis padres me abrazaron. Mi madre tenía dos surcos rojos en la cara y sólo sabía decirme: «¡Hijo, hijo, hijo!». Mi padre, ni eso. Apretaba los labios y se notaba que hacía fuerza para no llorar. Mis hermanas, Pili y Conchi, me miraban con admiración y casi con respeto».

Más adelante, describiendo los sentimientos de su primera misa, Martín Descalzo escribía: «Yo subí tembloroso al altar. Comprendía que mi vida había llegado a su meta. Tanto soñar esta hora, y ya había llegado. Me sentía tan lleno de Dios, tan misteriosamente invadido por su presencia, que hubiera querido volverme a contárselo a todos, salir a la calle y detener a la gente para explicárselo. Yo sabía que mis manos ya no eran mías, ni eran míos mis labios, porque bastaba que yo dijera seis palabras para hacer el más grande de todos los milagros: convertir un pedazo de pan en el Cuerpo de Cristo». Me he extendido en estas descripciones que, a pesar del tiempo pasado y de los enormes cambios que hemos vivido, siguen emocionándonos a las viejas generaciones, tanto de laicos como de sacerdotes. Hoy, quizá, no «contagiamos» sentimientos, ni «proclamamos» principios y criterios, ni «arrastramos» con nuestros ideales e ilusiones. Por eso, hoy tendremos que esforzarnos más en que esa nueva terminología de la «cultura vocacional», la abracemos con la sonrisa de Dios, haciéndola rebosar de ternura y de bondad. Recordaré siempre que el sacerdote don Juan Jurado Ruiz, que fue Vicario General de nuestra diócesis, y también vicario capitular, tras la muerte del obispo monseñor Fernández-Conde, citó en su sermón pronunciado en mi primera misa, en la «Catedral de la sierra», la novela de Los nuevos curas, dirigiéndome estas palabras: «Yo no quisiera que a ti te asustaran ‘los nuevos curas’, porque a mí, cura ya sexagenario, se me ensancha el corazón ante las nuevas generaciones sacerdotales, que van recogiendo nuestro legado para enriquecerlo de nuevas aportaciones; que van recogiendo de nuestras manos fatigadas la antorcha, para llevarla algo más lejos en la incesante búsqueda humana de la verdad, de la justicia y de la santidad». ¡Qué grandeza de alma la de don Juan, confiando plenamente en las nuevas generaciones!

Hoy, Día del Seminario, nuestra felicitación a los 30 seminaristas mayores y 13 menores de nuestro Seminario Conciliar de San Pelagio, y a los 7 seminaristas del Seminario Diocesano Misionero Redemptoris Mater, mientras dirigimos al Señor esta breve plegaria encendida: «Danos, Señor, sacerdotes santos, a la medida de tu Corazón y de tu Evangelio. Sacerdotes que escuchen con atención nuestros problemas, que curen con delicadeza nuestras heridas, que enjuguen nuestras lágrimas, que nos ofrezcan en todo momento la misericordia y el perdón de Dios, la bondad, la ternura y el aliento para caminar con esperanza por los senderos de la historia. Danos sacerdotes que sepan amar con el amor de Dios, y que nos transmitan un profundo sentido fraternal de la historia con sus palabras y con sus obras.

*Sacerdote y periodista

Suscríbete para seguir leyendo