Opinión | al paso

El islote de la Fuenseca

Iba caminando cabreado por motivos que no vienen al caso, pero que confieso que tienen mucho que ver con este nuevo mundo que nos ha caído encima como agua fría a los que somos de esa vieja escuela que tenía reglas que emanaban de los más profundo de lo popular y que ordenaban la sociedad más que las leyes y donde nos existían tecnologías que creímos que nos facilitarían el quehacer diario pero que están sirviendo, más que para facilitar el advenimiento más rápido y cómodo de la cultura, para aumentar la poca vergüenza y para alejarnos más fácilmente a unos de otros. Y caminando pasaba por múltiples negocios de la hoy hostelería cordobesa pensando en aquella que como gloriosas olas de sabiduría popular iba y venía en la mente del pueblo y que ahora ya se está vendiendo a la monitorización de todo para ahorrar gastos a costa de la pérdida del componente folclórico y de la seriedad agradable del tabernero de siempre, que a la vez de currante y negociante era como un buen consejero familiar para los clientes. Porque hoy, en Córdoba, salvo excepciones, sigue habiendo tabernas, pero de un falso corte tradicional. Bueno, total, que me puse a andar por la parte más auténtica de mi ciudad como es San Agustín, Santa Marina, San Lorenzo, etc porque eso es lo que a mí me relaja los nervios. Y de pronto me veo la puerta de una taberna de la que salía una algarabía preciosa que me recordaba no solo a los días mi niñez sino seguramente a la juventud de mis padres e incluso de mis abuelos. Entro y me quedo pasmado: ni Cai ni Sevilla ni Huelva ni Jerez podían superar lo que allí se respiraba de flamencura, elegancia, educación y, en definitiva, de total ralentización del tiempo en pro de la amistad y el arte. Un islote de cordura en medio del océano tenebroso que es esta sociedad materialista y manipuladora. ¿Cómo he podido vivir tantos años sin haber entrado a la Taberna Fuenseca? ¿No es esto para un cordobés flamenco y de corazón popular tan misterioso como que un científico halle por casualidad la fórmula barata e infinita de la fusión nuclear? La cosa es que yo ya soy fuensaqueño hasta que me mude para el barrio del que nadie ha vuelto pero que me gustaría que se pareciera a esa taberna. Y ahí estaba el tabernero Jesús desafiando los malos tiempos dándolo todo por la buena sombra. ¿Qué quiere usted? Ponme una cervecilla. ¿Qué le debo? No, hombre, tú ve pidiendo que aquí hay gente que sabe quién eres y cuando te vayas me dices lo que has consumido que aquí nos conocemos todos y yo no tengo tiempo de cobrar cada dos por tres que tengo que atender. ¡Oju que arte!. Pues bien, allí me vi al marchenero Juan de Juanes, impecable, y a la bailaora Lauren con sus manos carmenamayistas y su hermano, que canta por Huelva mejor que muchos, y al superflamenco Antonio de la Dolores. También al graciosísimo bailaor José Chofles -que debería ser hijo predilecto de Córdoba- y a otras grandísimas personas que no me acuerdo el nombre pero que me he quedado con sus caras. Sí, he tardado en descubrir la Fuenseca, pero nunca es tarde si el vino y la gente son buenos. Pero lo mejor, su dueño, el tabernero Jesús, que, llamando a cada persona por su nombre, atendía con esa seriedad que más que seriedad es hombría y hacía paréntesis de gloria para acompañar con su toque de guitarra de los de antes a los cantaores anónimos que se preciaran. Ese día tenía que cerrar a las seis porque ha parido la mujer. Señores, me tengo que ir. Claro que sí, Jesús, aquí tú eres el que manda. Ole tú y tu señora y tu niño. Y apunten nuevos hosteleros porque siendo así como es Jesús, con esa forma de ser que parece que ya no renta, allí no se podía entrar de gente gastando pasta. Y encima ningún mala hora hablando pegos. Enhorabuena y gracias Jesús por hacernos sentir de nuevo como aquellos cordobeses de siempre.

*Abogado

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