Opinión | COLABORACIÓN

Cuaresma, tiempo ¿de qué?

Este periodo significa tiempo de conversión y preparación para el momento culmen de la vida cristiana

Si preguntas a alguien con un mínimo de cultura religiosa qué es la Cuaresma seguramente te dirá que son unos días de preparación para la Semana Santa, o el tiempo en que la Iglesia se dispone a vivir el misterio pascual, es decir, la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Si es mayor de cuarenta posiblemente pueda darte más datos, costumbres, tradiciones de su pueblo, comidas típicas de esa época o elementos de las celebraciones religiosas de ese tiempo litúrgico.

Cuaresma significa para la Iglesia tiempo de conversión y preparación para el momento culmen de la vida cristiana, algo esencial; un momento de replanteamiento de tu fe o, por qué no, de cambiar presupuestos en tu vida. Para algunos, el mundo cofrade, y eso es algo palpable últimamente, se ha convertido en un ‘modus vivendi’; para muchos, en un ‘modus cofradiensis’ (valga el chascarrillo). O lo que es lo mismo: estar en modo cofrade no solo cuarenta días sino todo el año. En estos tiempos hemos visto cómo se han cuadruplicado las demostraciones públicas de fe: procesiones magnas, extraordinarias, de aniversario, rosarios de la aurora, múltiples expresiones de religiosidad popular por doquier. Una vez rompe el azahar por la calle de la Feria empiezan a sonar las zapatillas de esparto mientras un viejo radiocasete destartalado perpetra marchas procesionales sobre planchas de hormigón para que los costaleros vayan cogiendo peso, en un caótico desfile nocturno alfombrado de cáscaras de pipas.

El tema no es baladí. Si estamos diciendo siempre que la gente no cree en nada, que la religión se está perdiendo, ¿cómo es que el sentimiento cofrade está proliferando cada vez más especialmente entre adolescentes y jóvenes? Si les preguntamos a ellos a qué es esto debido se obtienen interesantes conclusiones. Por lo pronto tienen clarísimo que una cosa es la «religión de las iglesias» y otra «la de la calle». Opinan casi unánimemente que la misa es algo aburrido, de mayores y sin sentido, que la sociedad ha cambiado. Bautizados, con la Primera Comunión hecha, de familias cristianas; sin embargo, casi todos afirman no asistir nunca a misa. Eso sí, todos mueren por una buena ‘chicotá’.

Estamos ante un fenómeno de inculturación de la fe, en la que esta se inserta en la cultura impregnando determinados ámbitos. Pero, ¿la Iglesia está valorando cuánto está perdiendo la fe en este proceso? ¿Corre el peligro de quedar diluida en la cultura como un recuerdo de un estadio religioso primitivo del ser humano que ya no vale en la posmodernidad? ¿Se acabará convirtiendo el poderoso movimiento cofrade en el único asidero de la Iglesia en estos tiempos para proclamar su mensaje?

En el pasado siglo decía el teólogo alemán Karl Rahner que el cristiano del futuro o sería un místico o no sería cristiano. Obviamente, el jesuita no se refería a una mística al estilo de san Juan de la Cruz o santa Teresa de Jesús, sino a una fe vivida desde el interior, fundamentada y con raíces, pero con proyección hacia el mundo. No sabemos si existe misticismo detrás de tantas manifestaciones de fe por las calles de nuestra Andalucía, ni somos nadie para juzgarlo, pero lo que sí está claro es que la Iglesia actual tiene un campo inmenso por abonar en el universo cofrade al que habrá que conocer, enseñar y acompañar.

* Profesor del Colegio Trinitarios

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